Lo último que puede perderse en un desastre es la esperanza. No diré, pues, que el mensaje presidencial con el que inauguró su mandato el ingeniero Fujimori haya apagado las ilusiones despertadas por el cambio de gobierno. Primero, porque no carece de méritos lo dicho por el presidente Fujimori ante el Congreso -sobre todo su acertada referencia. a que "sólo el trabajo hace posible sociedades prósperas..."-; segundo, porque todavía no se conocen las medidas concretas que revelarán cuál es el plan de gobierno del presidente Fujimori; y, tercero, porque cualquier gabinete ministerial -y el que preside el ingeniero Hurtado es, sin duda, de muy buena calidad- será mejor que la "troupe" de ineptos que rodeaba a la perversidad de Alan García Pérez, magistral manipulador de apetitos y desastroso gobernador de ciudadanos, quien esa misma tarde se despidió de la presidencia soñando con un país regional izado que aún no ha salido de su imaginación y que ojalá de allí no salga porque su intencionalidad es sabotear el desarrollo normal del Perú.
El mensaje del presidente Fujimori no ha matado la esperanza, pero tampoco es cierto que con él se abre un nuevo capítulo en la historia del Perú. Por lo tanto, con toda cortesía, desde estas columnas de leal y democrática oposición, me veo obligado a puntualizar algunos reparos a un mensaje excesivamente largo para lo poco que dijo y que fue farragosamente leído por una persona que no logra dominar el idioma castellano y aún no puede pronunciar la palabra peruanos (dice "per-uanos").
Fue impresionante y hasta conmovedora su tremolante condena a la inmoralidad y su reclamo a que la ética se asocie a la política. Sin embargo, sus palabras -bastante menos elocuentes que las palabras moralizadoras pronunciadas por Alan García en el mensaje de 1985- no pasaron de eso: de palabras. Cuando concretó la idea cayó en una aberración que corteja a las multitudes pero que las hunde en el peor de los males peruanos: el paternalismo. La creación de un "Comité contra la Corrupción a cargo de un ciudadano de reconocida solvencia moral, con acceso directo al presidente y sólo responsable ante él", no tiene nada de nuevo ni de moderno, es la vuelta y revuelta a las comisiones presidenciales, siempre inútiles, como los tribunales de sanción de los años 30 o las recientes comisiones de Paz propugnadas por Alan García; es caer en el más embrutecedor de los vicios nacionales: colocar al presidente, representación del Estado, por encima del bien y del mal, dispensador de favores y castigos. Es hacer del mandatario -el que recibe mandato- un emperador. Es la negación de la democracia; es la quiebra de la institucionalidad, ese respeto a los organismos legales cuyo funcionamiento armónico hace civilizada la convivencia humana y sin los cuales la democracia no se consolida.
Otro es el camino para una verdadera moralización. Y comienza, simplemente con el cumplimiento de la ley. Para lograr el objetivo moralizador que persigue, al flamante presidente Fujimori le hubiera bastado decir: ¡aquí está, de acuerdo a ley, mi declaración jurada de bienes y la explicación de cómo los logré¡ lo mismo harán todos los funcionarios a mi gobierno y cualquier denuncia privada o pública -para eso existe la libertad de prensa-, naturalmente que cualquier denuncia seriamente hecha, sin demagogia ni trastienda política, será cursada por mí ante la Fiscalía de la Nación, que es la institución que la ley señala como cauce para el enjuiciamiento de la inmoralidad en la administración del Estado. Cursaré las denuncias e instaré a la Fiscalía para que investigue y, si es menester, para que acuse ante el Poder Judicial.
Eso sería abrir esperanzas ciertas de moralización y de fortalecimiento de la institucionalidad. Lo que ha hecho el ingeniero Alberto Fujimori es 'lanzar palabras al viento y proponer un comité con olor y sabor a un paternalismo medioeval que, no por estar sumamente arraigado en los pueblos del Perú, es lícito alentar. En el paternalismo es fácil hallar las raíces de muchas de nuestras mayores postraciones.
En lo que estuvo preciso el mensaje fue en el análisis de lo que nos deja el gobierno de Alan García. Haciendo una larga pausa, con severidad, pronunció estas cuatro palabras: "Heredamos, pues, un desastre". Pero no hubo detalle de las medidas económicas que nos sacarán del atolladero de la inflación y la recesión. La esperanza pasa a manos del premier Hurtado MilIer.
Como seña de esa esperanza que no muere, el presidente Fujimori se limitó a anunciar la derogatoria de la Ley de Expropiación de la Banca. Una seña muy pobre, porque viene a resultar algo así como la partida de defunción de un muerto. El certificado de algo que ya ocurrió.
Extrañamente, sobre todo en un hombre que no tiene condiciones histriónicas para ser un demagogo y cuya formación académica lo obligaría a expresarse con sobriedad, el mensaje estuvo cargado de sentimentalismo; hasta tal punto, que en algún momento parecieron sonar las notas de algún tango. Daba la impresión de estar buscando afanosamente votos, el apoyo fácil de la multitud. Alberto Fujimori parecía no estar suficientemente contento con la victoria del 10 de junio. ¿Querrá seguir, como Alan, en permanente campaña electoral?
Pero el aplauso, logrado con facilidad al embestir sin miramientos al Poder Judicial -un Poder del Estado que sin duda está plagado de malos jueces, pero que, en cuanto institución sin presupuesto ni armas, no merece ser tratada como palo de gallinero-, se fue diluyendo conforme se iba perdiendo el mensaje por los meandros de la artesanía, la prioridad de la mujer, el bienestar del niño -"el adulto de mañana" - y la violencia terrorista, violencia "que no puede justificar, de manera alguna, la violación sistemática o esporádica de los derechos humanos". Al llegar a este punto el enfriamiento llegó hasta las huestes de Cambio 90, mientras algunos acuciosos observadores se preguntaban si nuestras Fuerzas Armadas eran las acusadas por violación sistemática de los derechos humanos.
En fin, un mensaje presidencial que la oposición no ve, claro está, con los ojos de los amigos del ingeniero Fujimori, pero que no destruye esperanzas. Les da prórroga hasta la exposición del premier Hurtado.
El mensaje del presidente Fujimori no ha matado la esperanza, pero tampoco es cierto que con él se abre un nuevo capítulo en la historia del Perú. Por lo tanto, con toda cortesía, desde estas columnas de leal y democrática oposición, me veo obligado a puntualizar algunos reparos a un mensaje excesivamente largo para lo poco que dijo y que fue farragosamente leído por una persona que no logra dominar el idioma castellano y aún no puede pronunciar la palabra peruanos (dice "per-uanos").
Fue impresionante y hasta conmovedora su tremolante condena a la inmoralidad y su reclamo a que la ética se asocie a la política. Sin embargo, sus palabras -bastante menos elocuentes que las palabras moralizadoras pronunciadas por Alan García en el mensaje de 1985- no pasaron de eso: de palabras. Cuando concretó la idea cayó en una aberración que corteja a las multitudes pero que las hunde en el peor de los males peruanos: el paternalismo. La creación de un "Comité contra la Corrupción a cargo de un ciudadano de reconocida solvencia moral, con acceso directo al presidente y sólo responsable ante él", no tiene nada de nuevo ni de moderno, es la vuelta y revuelta a las comisiones presidenciales, siempre inútiles, como los tribunales de sanción de los años 30 o las recientes comisiones de Paz propugnadas por Alan García; es caer en el más embrutecedor de los vicios nacionales: colocar al presidente, representación del Estado, por encima del bien y del mal, dispensador de favores y castigos. Es hacer del mandatario -el que recibe mandato- un emperador. Es la negación de la democracia; es la quiebra de la institucionalidad, ese respeto a los organismos legales cuyo funcionamiento armónico hace civilizada la convivencia humana y sin los cuales la democracia no se consolida.
Otro es el camino para una verdadera moralización. Y comienza, simplemente con el cumplimiento de la ley. Para lograr el objetivo moralizador que persigue, al flamante presidente Fujimori le hubiera bastado decir: ¡aquí está, de acuerdo a ley, mi declaración jurada de bienes y la explicación de cómo los logré¡ lo mismo harán todos los funcionarios a mi gobierno y cualquier denuncia privada o pública -para eso existe la libertad de prensa-, naturalmente que cualquier denuncia seriamente hecha, sin demagogia ni trastienda política, será cursada por mí ante la Fiscalía de la Nación, que es la institución que la ley señala como cauce para el enjuiciamiento de la inmoralidad en la administración del Estado. Cursaré las denuncias e instaré a la Fiscalía para que investigue y, si es menester, para que acuse ante el Poder Judicial.
Eso sería abrir esperanzas ciertas de moralización y de fortalecimiento de la institucionalidad. Lo que ha hecho el ingeniero Alberto Fujimori es 'lanzar palabras al viento y proponer un comité con olor y sabor a un paternalismo medioeval que, no por estar sumamente arraigado en los pueblos del Perú, es lícito alentar. En el paternalismo es fácil hallar las raíces de muchas de nuestras mayores postraciones.
En lo que estuvo preciso el mensaje fue en el análisis de lo que nos deja el gobierno de Alan García. Haciendo una larga pausa, con severidad, pronunció estas cuatro palabras: "Heredamos, pues, un desastre". Pero no hubo detalle de las medidas económicas que nos sacarán del atolladero de la inflación y la recesión. La esperanza pasa a manos del premier Hurtado MilIer.
Como seña de esa esperanza que no muere, el presidente Fujimori se limitó a anunciar la derogatoria de la Ley de Expropiación de la Banca. Una seña muy pobre, porque viene a resultar algo así como la partida de defunción de un muerto. El certificado de algo que ya ocurrió.
Extrañamente, sobre todo en un hombre que no tiene condiciones histriónicas para ser un demagogo y cuya formación académica lo obligaría a expresarse con sobriedad, el mensaje estuvo cargado de sentimentalismo; hasta tal punto, que en algún momento parecieron sonar las notas de algún tango. Daba la impresión de estar buscando afanosamente votos, el apoyo fácil de la multitud. Alberto Fujimori parecía no estar suficientemente contento con la victoria del 10 de junio. ¿Querrá seguir, como Alan, en permanente campaña electoral?
Pero el aplauso, logrado con facilidad al embestir sin miramientos al Poder Judicial -un Poder del Estado que sin duda está plagado de malos jueces, pero que, en cuanto institución sin presupuesto ni armas, no merece ser tratada como palo de gallinero-, se fue diluyendo conforme se iba perdiendo el mensaje por los meandros de la artesanía, la prioridad de la mujer, el bienestar del niño -"el adulto de mañana" - y la violencia terrorista, violencia "que no puede justificar, de manera alguna, la violación sistemática o esporádica de los derechos humanos". Al llegar a este punto el enfriamiento llegó hasta las huestes de Cambio 90, mientras algunos acuciosos observadores se preguntaban si nuestras Fuerzas Armadas eran las acusadas por violación sistemática de los derechos humanos.
En fin, un mensaje presidencial que la oposición no ve, claro está, con los ojos de los amigos del ingeniero Fujimori, pero que no destruye esperanzas. Les da prórroga hasta la exposición del premier Hurtado.
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