miércoles, 12 de agosto de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESTADÍSTICAS É HISTORIA -

PODRIA comenzar esta nota diciendo que ha sido magistral la decisión de concederle a Bolivia una zona franca en el puerto de Ilo y el uso de unos cuantos kilómetros de playa en esa misma zona, Sin duda, el paso dado es acierto del presidente Fujimori. Un paso que abre vastas perspectivas de actividad comercial para todo el extremo sur de la República, nos coloca en buen pie para resolver pequeños asuntos pendientes con Chile y hace crecer ante el mundo la imagen del Perú como nación colaboradora de la paz y del sano entendimiento con sus vecinos. Sin embargo, es tema que requiere meditación y es propio de especialistas. También me hubiera agradado poder escribir sobre otra buena noticia, una nueva que debiera despertar alborozado regocijo en el país: el comienzo de la desintegración de Sendero y del MRTA. Desmoronamiento que, estoy seguro, debe haberse iniciado hace algún tiempo, ya que ningún movimiento terrorista puede haber quedado inmune al tremendo efecto desmoralizador que han significado la caída del comunismo, el derrumbe estrepitoso del muro de Berlín y, sobre todo, la comprobación de la inutilidad del marxismo. Desgraciadamente, las primeras noticias, confirmando mis infundados presentimientos, son todavía inciertas, sujetas a precisiones mayores. Pero el río suena y es porque piedras trae.

Por otros senderos de la actualidad tendré que ir buscando el tema de esta columna. O, también, revisando el pasado para descubrir cuánto hay de equívoco en las encuestas y estadísticas que alimentaron el artículo de mi buen amigo Luis Gamarra Otero, publicado en el último número de OIGA. Por algo se dice que las estadísticas, hábilmente manipuladas, nos pueden hacer creer que la Cuba de Fidel Castro ha sido, es y será el paraíso de los pobres. Hecho falso de ayer, de hoy y también de mañana si Fidel Castro sobrevive al derrumbe de Marx. Primero, porque la Cuba precastrista nunca fue la nación subdesarrollada que muchos se figuran, más bien la revolución significa deterioro en el desarrollo económico de la isla y decadencia en el bienestar de los profesionales, de la clase media y de los obreros especializados. Y, segundo, porque los grandes logros cubanos en educación, sanidad, ciencias médicas, deportes, tecnología, se debieron no sólo a la capacidad humana de su gente, a su rapidez mental, sino también, y en grado muy grande, al gigantesco apoyo financiero de los soviéticos, que tenían a Cuba como un portaviones militar frente al enemigo. La dictadura, la mano fuerte, los comités de la revolución, nada positivo le dieron a Cuba, sólo lágrimas y sangre.

Me ha dejado, pues, desconcertado con su artículo el buen ingeniero agrícola que es Gamarra. No entiendo cómo un demócrata se haya dejado confundir por las estadísticas hasta el extremo de creer que el dictador Odría fue uno de los mejores presidentes del Perú y que la chifladura marxistoide de la revolución militar no fue la autora del Perú estatificado hasta el delirio. Cualquiera con un poco de memoria, menos Gamarra, recuerda al Perú estatificado en sus actividades petroleras, siderúrgicas, industriales, pesqueras, y lo identifica con la revolución castrense y sus asesores marxistas. No todos hemos olvidado el chiste aquel del "putiperú" que bien pudo ser realidad.

No, amigo Gamarra, las estadísticas son útiles cuando pueden ayudar a esclarecer los hechos, pero cuando terminan tergiversándolos son no sólo un estorbo sino una estafa intelectual. Y la verdad es que Odría fue un tiranuelo vulgar y silvestre, protector y, a la vez, hechura de un personaje inteligente y tenebroso, Esparza Zañartu, a quien la realidad y algunas obras literarias le han dado justa celebridad de malvado y cruel. Es cierto que hizo obra todavía son visibles las grandes unidades escolares construidas por su ministro de Educación y alzó algunas unidades de viviendas, pero no puede compararse en este aspecto al mariscal Benavides, dictador ilustrado que siempre soñó con enrumbar al Perú hacia la democracia, y mucho menos parangonearse al arquitecto Belaúnde, presidente democrático, gestor de buena parte de la infraestructura nacional. Lo que sí deben consignar las estadísticas, y olvidó divulgar el amigo Gamarra, son los ingresos enormes de que dispuso la dictadura de Odría, gracias a la guerra de Corea, la última en que fue descomunal el derroche de minerales.

El propósito del artículo que comento era, al parecer, probar las bondades del liberalismo. Para ello usó Gamarra las estadísticas y se puso unas grandes y conocidas anteojeras, que no por llevar el membrete liberal dejan de ser dogmáticas, irracionales, fanáticas, excluyentes del raciocinio abierto, del análisis objetivo de los hechos. De allí que perdiera la huella y se desbarrancara.

Si el espíritu liberal hubiera guiado a Gamarra y no la doctrina, con sus dogmas cerrazones, habría recordado que el Perú se venía balanceando desde siempre entre la libertad y el miedo y que la eficacia en el gobierno no ha sido su distintivo. En el pasado, eficaces fueron el demócrata Piérola y el dictador Leguía. Bien caro nos costó la eficacia de este último. No solamente en amarguras, divisiones, deudas, dolores acumulados en once años de despotismo, sino en la anarquía que nos dejó como herencia. A esos once años continuaron quince de disturbios, sablazos y dictaduras, entre ellos los también eficaces años de Benavides. Durante todo ese tiempo las licencias liberales campearon a sus anchas. El Estado ni siquiera era gendarme en asuntos de negocios y producción. Símbolo de la obra física con espíritu social, obra naturalmente de la empresa privada, son los edificios de El Porvenir, todavía en pie. Son demostración del horror al que puede llegar el afán de lucro liberal.

Recién en 1945, con el apoyo decidido del mariscal Benavides -prueba de que existe el militarismo ilustrado-, irrumpe la democracia como aire fresco que viene de lejos. Pero el APRA, con Haya de la Torre a la cabeza, no puede limpiarse de su pasado marxistoide, y le va haciendo la vida imposible al doctor José Luis Bustamante y Rivero, el demócrata cabal que ha asumido la presidencia para que el país comience a educarse cívicamente. Bustamante tiene ideas modernas -naturalmente que la modernidad es valor cambiante- y lo anima un espíritu evangélico. Poco es lo que se puede hacer, en el terreno de la obra física, durante tres años de lucha intensa y frustrada por establecer la democracia en el Perú. Sin embargo, como réplica al deshumanizado conjunto habitacional de El Porvenir, obra de los hombres de negocios, el gobierno de Bustamante construye la Unidad Vecinal Nº 3 -hasta hoy modelo habitacional- y deja en funcionamiento la Corporación de la Vivienda.

Luego va creciendo el sector estatal, lentamente y de acuerdo a las tendencias en boga por el mundo. Ese crecimiento se produce tanto con el tirano Odría como con el ya en ese entonces demócrata don Manuel Prado. Hay renglones de la economía que, en aquella época, era imposible pudieran interesar al sector privado. Pero el Perú seguía siendo Iiberalísimo para los comerciantes, industriales, mineros y agricultores. Y ¡el colmo!: los impuestos no los cobraba el Estado sino una compañía privada, la Caja de Depósitos y Consignaciones la que, en el súmmum del descaro, le cargaba al Estado los costos de la cobranza.

El gobierno democrático de 1963 no estatiza ni una fábrica, ni una mina, ni una nave. Sí crea el Banco de la Nación y liquida la liberalísima Caja de Depósitos y Consignaciones, cueva de los más rancios e injustos afanes de lucro. También inicia, con extremada timidez, la Reforma Agraria. Pero sobre todo se dedica a transformar la infraestructura física del Perú: carreteras, irrigaciones, hidroeléctricas…

¿Es justo que mi amigo Gamarra, con unas cifras imprecisas y sin argumentos, acuse al régimen democrático del 63 de ser el iniciador del estatismo, aligere así a la revolución militar y a las ideas marxistas que la acompañaron del tremendo delito que significó crear el monstruo estatal que hasta hoy tiene agobiado al Perú, un monstruo inventado, montado y amamantado íntegramente por el régimen marxista-castrense de los años sesenta y setenta? La crítica que sí les alcanza a los regímenes democráticos que sucedieron a la revolución militar, aunque no a todos por igual, es no haberse atrevido a desmontar al monstruo ni a borrar las normas socializantes que impusieron los militares a la empresa privada. Y digo que la crítica no les llega a todos por igual, porque a Alan García, fiel a sus ideas socialistas, revolucionarias y antiimperialistas, no sólo no le disgustaba el tamaño elefantiásico del Estado, sino que quiso inflarlo más con la estatificación total de la banca; y porque no se comprende que el actual gobierno, a pesar de las circunstancias internacionales, totalmente adictas al liberalismo extremo, no se decida a trasladar al sector privado una sola empresa estatal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario