miércoles, 12 de agosto de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - TERRORISMO: SOLUCIÓN SIN PARCHES - Revista Oiga

EL ministro de Aeronáutica, pretendiendo desmentir la información que dio OIGA la semana pasada sobre la falta de apoyo militar a las operaciones que realizan las Fuerzas Auxiliares para combatir a las guerrillas, graficada por la existencia en Ayacucho de un solo helicóptero, ha dicho que son varios y que el número es un secreto militar, añadiendo a estos fantasmales aparatos la presencia de aviones con idéntica finalidad. Pero si el desmentido del ministro fuera cierto, la cosa sería peor; porque con tantos aviones y helicópteros de respaldo, el puesto policial de Vilcashuamán fue atacado por los terroristas con la misma facilidad de siempre -esta es la tercera vez- y los defensores fueron nuevamente masacrados sin que pudieran -igual que las veces anteriores- reclamar ayuda y, por lo tanto, sin recibirla. Más aún: el único helicóptero que, según sabe todo Ayacucho, tenía la FAP en operaciones en esos momentos, sobrevoló Vilcashuamán cuando el puesto policial era atacado por los guerrilleros y no pudo advertir lo que estaba pasando. Sin embargo, si lo lograba, poco o nada era lo que hubiera podido hacer un aparato pequeño, destinado a labores de avituallamiento y traslado de personal en número reducido, que no está artillado.

Con desmentido o sin él, estos son los hechos; que están a la vista y tienen por testigo a seis tumbas.

Después de hacer esta necesaria precisión, pasemos a otros aspectos de un problema que angustia, con razón, a muchos peruanos que no están" dispuestos a abandonar el país o no poseen medios para hacerlo: indaguemos algo en las raíces del terrorismo, de la guerrilla que está asolando Ayacucho y amenaza a otras regiones.

Es cierto, como parece haber dicho en estos días un historiador brillante y muy atento a lo que ocurre a su alrededor, que este fenómeno recibe aliento del afán de rebeldía de la juventud, de la gallardía juvenil herida frente a la injusticia; y también es verdad que la violencia, en estallido terrorista, no es novedad en nuestra historia republicana. Pero no hay razones valederas para afirmar que semejante reacción de la juventud se deba a su desencanto por la actividad y los objetivos de los partidos políticos; a su desacuerdo con este régimen, por considerar inoperante a la democracia. La actual ola terrorista surge, se organiza y comienza a manifestarse en la larga etapa castrense que vivió el Perú. No tuvieron los jóvenes que hoy ponen bombas, asesinan guardias y vuelan torres de alta tensión ninguna experiencia democrática. Prácticamente nacieron durante una dictadura y se formaron en época en que había quedado borrado todo vestigio de libertad, de crítica, de democracia representativa. Mal pueden, pues, tener desencantos o rechazos en relación a algo que no conocen, que no conocieron.

El estallido de violencia que se está extendiendo hoy en el Perú como reguero de pólvora, tiene características muy especiales. En poco se parece a las manifestaciones terroristas de los años treinta, que fueron producto de los ideales e insatisfacciones de la juventud de la clase media. Era época en que el Perú profundo que decía Basadre no tenía parte en discusión alguna. Políticamente no existía sino como número y es ese Perú el que hoy se está pronunciando a bombazos, igual que hicieron los apristas en sus años mozos.
La guerrilla de ahora tiene características de alzamiento andino. De allí el evidente, el comprobado apoyo popular que va obteniendo en los campos del Ande.

¿Cómo hacerle frente a este fenómeno de violenta rebeldía, de ferocidad en el combate y en el propósito de dejar sentado en las serranías que la guerrilla es el "poder", que ella es la que juzga y la que mata?

La solución no es imposible, pero tampoco es tan fácil como parecen creerlo algunos de los corresponsales entrevistados por OIGA en esta edición. Para ellos, no sabemos por qué, el terrorismo peruano es comparable al de las bandas armadas de Italia y Alemania; y piensan que la receta usada en esos dos países es universal. Sin embargo, esto lo dicen olvidándose de Irlanda; donde no hay manera de encontrar cura para tan grande y largo terror. Alguno de ellos también mencionó a España; justo al momento en que, por diversas razones, es difícil apostar a que el terrorismo de ETA esté próximo a concluir. Al contrario, pareciera que con la nueva ley de armonización de las autonomías (LOAPA) se habría precisamente dañado al sistema autonómico, el principal elemento usado por el nacionalismo vasco para contener la violencia en Euskadi. (Una jugada política del socialismo de Felipe Gonzales para congraciarse con el Ejército español y obtener el visto bueno militar para el próximo gobierno socialista, puede resultar beneficiosa para ETA).

Como se ve, el panorama del terrorismo y la guerrilla no es tan simple aquí ni en Europa.

Tampoco lo es su solución; que, para nosotros, debiera comenzar por un cambio radical de la política económica. Debemos dejar de seguir calcando recetarios extranjeros y tratar de poner la economía a tono con las necesidades de las mayorías. Lo que no quiere decir que tenga que destruirse la economía para satisfacer demandas regionales impuestas por la dinamita, ni reclamos irracionales del sindicalismo.

Y en el campo militar no hay otro camino que el reglamentario: frente al deterioro de la seguridad interna, hay que poner en marcha el mecanismo de la defensa interior del territorio (DIT). Es la única manera de unificar el mando y de hacer fluir hacia la policía el apoyo logístico de las Fuerzas Armadas.

Cualquier otro planteamiento será parche y no servirá como solución.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - UN AFAN POR PAGAR QUE ALGO ESCONDE - Revista Oiga

DOS son los sucesos que, esta semana, han suscitado el interés de una ciudadanía cada vez más abúlica, más desencantada de la actividad política. Pareciera que el actual desgano nacional, no sólo por el quehacer ciudadano sino por todo lo que no sea fácil diversión, se hubiera acrecentado últimamente, con la ayuda de una prensa que no sólo desorienta sino que mal orienta al público. Sin embargo, esos dos hechos que inquietan hoya nuestra sociedad son políticos. Uno es la voluntad gubernamental" de controlar desde Lima, desde el Palacio de Pizarro, los fondos municipales de todo el Perú. Y el otro es el sorpresivo susto sufrido por los pacíficos habitantes de las Torres de Limatambo, por culpa de un fallo judicial no tan ingenuo como está siendo presentado.

Daniel Estrada, alcalde del Cusco, hombre de ideas claras cuando no se trata del Qosqo y del Imperio Incaico -en ese punto disparata con la seriedad de un Quijote-, ha dicho una verdad de a puño al afirmar que el régimen que nos gobierna está tratando de destruir la institucionalidad municipal, la más arraigada en el país, con el propósito de establecer un nuevo y desconocido sistema político. No se equivoca don Daniel Estrada. Detrás de la centralización de los fondos municipales en las manos personales del señor Fujimori importante instrumento para su reelección- está escondida la figura del Nuevo Perú que surgirá del 'Gobierno de Reconstrucción Nacional', según meta trazada por el golpe militar del 5 de abril de 1992, golpe que el señor Fujimori evoca con cierta frecuencia como inicio glorioso de la transformación del país. No es casual ni circunstancial la desarticulación de todas las instituciones nacionales. El doctor Javier Pérez de Cuéllar la ha llamado, con precisa dureza, "arrasamiento institucional". El propósito es cada día más evidente -ingresarnos a un orden político inédito-, aunque poco a poco se va viendo que las nuevas instituciones, como el Parlamento Unicameral, no sólo son calco de lo anterior sino mala copia, con acrecentamiento de sus peores vicios. Los parlamentarios de ayer, por ejemplo, escandalizaban con sus sueldos de tres mil dólares, mientras que hoy los cecedistas cobran siete mil, sin que la prensa se entere, sin que Fujimori abra la boca y sin que su labor valga algo más que el salario mínimo.

¿Y con la institución presidencial qué ha ocurrido? También está a la vista. Nunca antes un presidente peruano -salvo Leguía- ha dispuesto con mayor desaprensión que Fujimori de los fondos y los bienes del Estado. El, sólo él, sin dar cuenta a nadie, sin comprobación alguna de su alegada honestidad y preparación técnica, Fujimori reparte computadoras, dólares, tractores, señalando a la buena de Dios el trazo de un camino o la ubicación de una escuela. Alguna vez, al grito de la multitud, en demostración de altísima tecnología, ha cambiado de trazos y ubicaciones.

Pero si el manejo arbitrario y personalísimo de los fondos municipales ha levantado polvareda, ya que a nadie engaña Fujimori con el cuento de la simplificación tributaria, el problema de las Torres de Limatambo podría desatar una tempestad. Este asunto que, a grosso modo, no es otra cosa que la explotación electoral de una comedia de enredos -sorpresivamente, de un fallo judicial aún no bien esclarecido, surge refulgente la figura de Fujimori que todo lo puede y todo lo arregla-, también es un asunto moral que está dejando entrever un 'modernísimo' método para hacer las cuentas del Gran Capitán. Bien podría ser el hilo que los lleve al ovillo de nuevas tecnologías para encubrir negociados. Estamos hablando del afán de pago de este gobierno. Al Japón se le paga, sin chistar, el máximo de su reclamo por la deuda del oleoducto. Se hace lo mismo con la petrolera Belco, mejor dicho, con su aseguradora, la AIG, empresa vinculada al señor Kissinger. No se discute el precio. Se paga. Y se logra así la complicidad del influyente ex secretario de Estado de Estados Unidos de Norteamérica, así como se ha conseguido que estén bien abastecidas por las donaciones japonesas, las Apenkais de la familia Fujimori. Lo mismo -el pago completo- se hará con los bancos que adquirieron los barcos Mantaro y Pachitea y se los fletaron a la CPV. Sin protesta, se les cancelará el íntegro de su reclamo; sin hacer uso de los documentos que ponen en evidencia que ese negociado lo realizaron los bancos americanos en complicidad con elementos de la CPV, y no al revés. (Ver cuadrilátero). Este gobierno no se deja guiar por el viejo proverbio de más vale un mal arreglo que un buen pleito. Está desesperado por pagar y pagar sin rebaja. Para después iniciar proceso judicial, en Estados Unidos, al Chemical Bank y American Express. Primero cancelará a los bancos y más tarde se dedicará a pagar abogados, como lo hizo con el famoso robo de la Marina, hasta ahora sin sanción y sin recuperación de lo robado. Más modernismo es imposible.

¿Pagará también, sin chistar, lo que reclama la familia Marsano por sus terrenos en Limatambo?

No sería de extrañar, a pesar de los 20 mil metros cuadrados ya devueltos a los Marsano hace unos años, en una esquina muy engordada por la plusvalía: Aviación con Primavera. El afán de pago del gobierno de la Reconstrucción Nacional es incontenible. Lo que no quiere decir que propiciemos el 'perro muerto' a lo Alan García, ni que prejuzguemos sobre cuál sería la justa compensación a los expropiados de Limatambo. Lo que esta columna advierte es un afán de pago que hace sospechar que el ir y venir de tanto dinero puede dejar basuras en el camino. ¿Por qué -otro ejemplo- el desesperado propósito de cancelar todas las deudas de las empresas públicas (427 millones de dólares) con la banca comercial? Que se pague, en éste y en otros casos, está bien. Por lo pronto sería un acto de justicia que a OIGA le fueran devueltos sus talleres y edificio, confiscados en 1974 y hasta ahora en poder de los usurpadores. Pero otra cosa es tan desmesurado afán por pagar, sobre todo cuando el peso de las deudas lo carga el pueblo, obligado a abastecer la Caja Fiscal con el 18% de recargo en los alimentos, los libros, las medicinas, la vivienda... Cuando se es gobierno no basta con alegar honestidad. Hay que probarla.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - DE CÓMO SER PREMIADO POR VIOLAR CONSTITUCIONES - Revista Oiga

CASI al pie de la letra ha repetido el señor Serrano en Guatemala la receta que, "para perfeccionar la democracia", elaboró la OEA en el Perú, con ocasión del golpe militar que enarboló las banderas de Fujimori. Los militares de América Latina han visto confirmada así la nueva fórmula para violar constituciones impunemente: gracias al hilo invisible patentado por Gros, Baena y Einaudi se puede coser el himen después de cada violación y la sociedad americana aparentará no darse cuenta de lo sucedido. De este modo, tan nefando delito contra la democracia y el civismo no sólo queda libre de sanción sino que los violadores son premiados con la confirmación en el poder. Tremenda aberración ética que no hallará disculpa en nadie con un mínimo de reserva moral y que tenga algún respeto por la educación cívica del pueblo.

El redondo y orondo uruguayo Gros Espiell y el gris e hipócrita brasileño Baena, orquestados por el cardenalicio norteamericano Luigi Einaudi, se creyeron descubridores de una moderna piedra filosofal destinada a transformar la mentira en verdad, cuando no han hecho otra cosa que hacemos volver al pasado, a la barbarie de los tiempos en que los príncipes asesinaban a sus hermanos o a sus padres y se hacían reyes y la plebe los aplaudía y los nobles se arrodillaban a sus pies. A la época en que todo estaba permitido y perdonado, hasta los crímenes más inauditos, si se llegaba al trono. Época en que Macbeth y Lear viven sus tragedias. La primera sórdida y de sensualidad bestial, la otra aterradora por su dimensión planetaria. Las dos eternizadas por el genio literario de Shakespeare, en cuanto pasiones y caídas del hombre, siempre iguales en todos los tiempos, pero tragedias del pasado si las vemos como realidades sociales superadas por las monarquías de los de las primeras naciones y más tarde por los Estados Generales, por las monarquías constitucionales y las repúblicas de nuestros días. La OEA nos ha devuelto al ayer, haciéndoles creer a muchos que nos abría las ventanas del mañana. Y nuestro ayer más cercano es el autoritarismo presidencial de los Leguía, los Gómez y los Ubico. A ese ayer nos han empujado Gros, Baena y Einaudi. Buscó la OEA salir del apuro peruano del 5 de abril del 92 con una componenda a favor del que creyó más poderoso en la contienda igual que en los viejos tiempos de los reyes asesinos y desdeñó guiarse por el respeto a las normas éticas, al ordenamiento jurídico, a la constitucionalidad democrática. Se negó a cumplir sus obligaciones con la democracia y nos dejó en manos de una nueva Patria Nueva. La OEA, orientada por Einaudi, trató al Perú y, de paso, a todas las naciones al sur del Río Grande, como a republiquetas sin capacidad para vivir una verdadera democracia, indignas de un destino mayor.

Hoy, el reprimido autoritarismo guatemalteco se ha aprovechado de la receta de la OEA y se alista para usarla a fondo. Mientras que aquí, de primer momento, sin reflexionar, Fujimori apuró una de sus torcidas sonrisas y, satisfecho, celebró la copia guatemalteca de su modelo; para más tarde enfriar su entusiasmo, al advertir que hay precipitaciones que descubren el sucio interior de la mente. Pero esa mueca cachacienta quedó grabada en videos y servirá para avergonzar a algún miembro con dignidad de esa inútil asamblea, la OEA, reanimadora del Frankenstein autoritario en América Latina.

¿Ha servido para algo, aparte de platilla para otros golpes, el modelo Fujimori? ¿Ha "perfeccionado la democracia" como insinuaba la OEA o, más bien, ha servido para perfeccionar, con un civil en la proa, la dictadura, el despotismo, el autoritarismo militar?

Por lo pronto es mentira que los éxitos en la lucha antiterrorista se hayan iniciado después del 5 de abril de 1992. El debilitamiento de Sendero comienza con la desacralización universal de las ideas marxistas, con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de esas ideas en las universidades peruanas, que era la cantera de nuevos mandos, tanto para Sendero como para el MRTA. También se inició el declive terrorista con la acción militar y de inteligencia alentada por el en ese entonces presidente Fujimori y, sobre todo, con la captura de Abimael Guzmán y la cúpula senderista; un operativo montado por el general Ketin Vidal mucho antes de ese 5 de abril. Esta es la verdad y no la propaganda montada todos los días en la televisión para endiosar a los señores Fujimori y Nicola di Bari.
Y aquí paran los méritos del régimen fujimorista. Un mérito grande, muy grande, sin duda, pero no suficiente para justificar sus arbitrariedades y abusos, sus latrocinios y malversaciones. Su ánimo dictatorial y su talante de agresión permanente.

Su política económica, bien orientada en términos generales según repiten los técnicos, pero ajena a las complejas realidades del país, está arruinando empresas y transformando a los peruanos en pordioseros muertos de hambre.

Se gobierna a espaldas de la ciudadanía, entre sombras, sin Consejo de Ministros y con acuerdos secretos que van apareciendo como hongos, de sorpresa en sorpresa: la liquidación del Banco de la Nación, escondida en una eufemística reestructuración, para volver al pasado, a los tiempos de la Caja de Depósitos y Consignaciones; impuesto del 2% a los activos, tributo confiscatorio que la violada Constitución y el buen sentido prohíben -el fujimorismo olvida que la gallina de los huevos de oro no es para comer-; pagos y pagos a escondidas de cuentas que no se explican...

La Blooming, una turbia agencia privada en Hong Kong, vende, sigue vendiendo la nacionalidad peruana en condiciones pactadas a oscuras en Palacio. Los fondos del Fonavi -más de 300 millones de dólares- son malversados alegremente por el propio Fujimori, lo mismo que los ingresos de las privatizaciones y la venta de pasaportes en el Asia. Y nadie explica nada.

Con cinismo repugnante, el gobierno y sus lacayos se amparan, cada vez que les es provechoso, en la Constitución, en la misma Carta Magna que groseramente violaron con tanques y metralletas. Y cada vez que les conviene la vuelven a violar. Les sobra el hilo invisible para coser hímenes que les obsequió la OEA. Ellos, los golpistas del 5 de abril, llaman golpistas despectivamente al general Salinas Sedó y a los militares que lo siguieron en el intento de restaurar la Constitución violada. ¡El orden puesto al revés!

Esa pobre Constitución, estropajo de lupanar para Fujimori, es usada como paño de lágrimas por la minoría en el CCD, una minoría que declara solemnemente la inutilidad de esa asamblea, calificándola de farsa, y sigue atornillada en el hemiciclo, ayudando a zurcir un orden constitucional hechizo, tela de araña que borrará cualquier viento.

¡Pobre Perú, convertido en pordiosero, en tropel de muertos de hambre! Condenado a volver al pasado, algunas veces a un pasado ajeno. Como las intendencias departamentales, creadas bajo molde pinochetista, sin tener noticia de los intendentes de Luis XIV de Francia, monarca absoluto por antonomasia. Intendentes que fueron predecesores de los prefectos napoleónicos que acabamos de licenciar. ¡Siempre como el cangrejo, revolviéndonos hacia atrás!

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESTÁ USTED EQUIVOCADO, MONSEÑOR CIPRIANI - Revista Oiga

LA imagen electoral del chinito con sus cholitos, usada por Fujimori para ganar simpatías internas y externas, explotando el resentimiento de los sectores nacionales preteridos y ciertos prejuicios sobre el Perú de norteamericanos y europeos, pronto fue colgada en una percha del olvido y poco a poco quitados de su lado los cholitos San Román y García, los que le sirvieron para construir esa imagen electoral. Hoy la realidad es totalmente distinta: el chinito ha terminado por hacer cholitos a todos los peruanos. Fujimori, en la intimidad, ya no está rodeado de cholitos sino de familiares y paisanos del Lejano Oriente; halagado a cierta distancia por los palaciegos de siempre, ahora convertidos en geishas. Fujimori engaña a las masas preteridas -los cholitos- de la campaña electoral más de lo que fueron engañados en el paso. Ahora las mayorías son burladas como nunca ante lo fueron.


El más reciente engaño es esto del veto 'sorpresivo' de Estados Unidos a la reincorporación del Perú al sistema financiero internacional. Veto con el que Fujimori ha armado un escándalo monumental, con el secreto propósito de unir al país alrededor de su persona. Toda una enorme mentira, construida con medias verdades, utilizada para zaherir a sus adversarios y desinformar a la población.

La verdad es simple y pedestre. Desde que el Departamento de Estado de Estados Unidos, hace varias semanas, hizo público un largo informe sobre la situación de los derechos humanos en el Perú, la embajada de ese país estuvo llamando la atención del gobierno peruano para que tomara en cuenta las observaciones allí hechas. Y era lógico que las exigencias en este terreno las ligara EE UU al favor que el Perú le solicitaba para que formara parte, liderándolo, de un grupo de naciones que lo solventarían para poder ser readmitido en el FMI y el resto del sistema financiero mundial. Era un clarísimo toma y daca que no dejaba, por ser contundentemente ciertas muchas de las observaciones norteamericanas, otra salida que coordinar una limpiada del rostro peruano en relación a democracia y respeto a los derechos humanos.

Fujimori no sólo no respondió a los requerimientos de la embajada norteamericana, sino que no instruyó a nuestra embajada en Washington para que hiciera gestiones de contención. Simplemente se dedicó a esperar hasta que estallara el globo que él mismo inflaba.

Ocurrido lo que sabia tenia que ocurrir, levantó la voz hasta el cielo; se rasgó las vestiduras patrióticas; lanzó a sus fieles perros periodísticos a ladrar contra Vargas Llosa, Gorriti y toda la oposición, también contra EEUU; y, a la vez, envió a sus secretarios en las carteras de Justicia y Economía para que firmaran cumplir con las exigencias norteamericanas, exigencias razonables que pudo y debió satisfacer semanas atrás. No le importó ser derrotado, le bastaba con parecer lo contrario ante el electorado local.

En las páginas que siguen podrá el lector informarse con detalle de este penoso episodio. Penoso, porque es triste observar cómo un jefe de Estado -aunque de facto- no cuide los intereses nacionales, sino que más bien los utilice para satisfacer apetitos personales de menuda política electoral.

Pero no es éste el único conflicto creado y azuzado por Alberto Fujimori la semana pasada. Fiel a su extraña afición por la guerra permanente y en todos los frentes, Fujimori inició la semana pasada una campaña contra los colegios, acusándolos de hacer negocio con la educación. Lo que comprobadamente, con escasísimas posibles excepciones, es falso. Los trató igual que a los institutos y academias, de las que él es buen conocedor, pues tuvo una, la Wisconsin, al parecer rendidora de abundantes ganancias. Fue una campaña relámpago dirigida principalmente, no se sabe con qué perverso designio, contra los colegios 'católicos'. (Los locutores de la TV cada vez que decían colegios religiosos se corregían apuradamente y aclaraban que se referían a los 'católicos', los que obedecen a la misma Iglesia que monseñor Cipriani, obispo que apareció en la TV haciendo una descarada defensa de la política fujimorista).

Pero, en fin, éste no es el tema de esta columna. Lo que del problema educacional queremos rescatar es otro asunto: el disparate que significa ponerle impuestos a la actividad educativa. Disparate si, disparate. Porque así resultó de las exposiciones de Fujimori y de Varillas, su oscuro y obsecuente ministro de Educación. Acusaban de negociantes y hasta de ladrones a los promotores de los colegios, reclamando la rebaja de las pensiones escolares, y remataban el discurso anunciando que los harían pagar impuestos. El ministro precisó que no debía obviarse el IGV. Por lo que la respuesta se daba sola: si hoy es cara la educación privada, con impuestos será más cara todavía. Y así se quedaría la clase media sin educarse o teniéndose que educar en su casa.

En el Perú, en la mayoría de los países del mundo entero, la realidad obliga a que la educación no tribute. El objetivo es lograr que la educación, una buena educación, alcance a la mayoría de la población. Es la mejor inversión que puede hacer un país. Una inversión a no muy largo plazo.

Lo mismo debe pensarse de las medicinas y hospitales. La salud es un bien que debe estar al alcance de la mayor cantidad posible de ciudadanos.

¿Y por qué no la cultura, considerada la prensa como una parte de ella?

Este es punto en el que hubo desacuerdo entre OIGA y el ministro Boloña. No propugnábamos que él le pusiera impuestos a sus empresas educativas- que es lo que plantea Fujimori en venganza por la carta de renuncia de Boloña- sino que, como en todo país civilizado, en el Perú estuvieran libres de impuestos -no al de utilidades- los libros, los colegios y universidades, la cultura en general, las medicinas y hospitales, los periódicos. O sea: educación, salud y cultura.

Los impuestos a los periódicos resultan atentatorios contra la libertad de prensa. No es posible que subsista normalmente una empresa periodística si al alto precio de los insumos -papel, tintas, películas se les agrega el IGV, lo mismo que a las facturas de avisaje y de venta de ejemplares. Esto resulta siendo un verdadero crimen contra la libertad y contra el ingreso salarial que merecen los hombres de prensa. Un crimen recién introducido en el Perú y que incomprensiblemente se calla hasta hoy. ¿Será porque el gobierno usa esos impuestos para doblegar a periódicos y televisoras?... Porque, en el Perú, la prensa que puede defenderse de esta auténtica tropelía no llega a la mitad de los dedos de una mano.

De estos detalles no están enterados los obispos, como el de Ayacucho, que afirma hay libertad absoluta de prensa en el país. Tampoco sabe monseñor Cipriani –y eso que ha viajado- que hay países europeos que subvencionan a la prensa. Si leyera los cables se habría informado de que hace poco L 'Humanité, el diario de los comunistas franceses, se quejaba porque la subvención estatal no le era suficiente para subsistir.

Tanto no pedimos las empresas periodísticas peruanas que no estamos dispuestas a 'entendemos' con el gobierno. y nuestro pedido no es exclusivo. Lo exigimos por igual para los libros, para las medicinas, para las escuelas, para los hospitales. Libramos de impuestos significa que nuestros periodistas no se mueran de hambre, que las revistas lleguen a muchas manos más -que es lo que teme la 'democracia' del señor Fujimori -y que la libertad no quede reducida a dos o tres revistas que se ven obligadas a vender sus ejemplares a más de dos dólares cada uno (un récord internacional). Además sépalo usted monseñor Cipriani, el gobierno que usted alaba no publica, arbitrariamente, un solo aviso en nuestra revista ni abre, siquiera por casualidad, sus informaciones a OIGA. ¿Esto es libertad de prensa, monseñor Cipriani? Si fuera usted cartujo o de una orden mendicante lo perdonaríamos, porque explicablemente carecería de datos suficientes para opinar. Sus loas a Fujimori, monseñor, no tienen explicación. No son perdonables.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESPIONAJE INACEPTABLE - Revista Oiga

EN las páginas de esta revista apareció la semana pasada un documento plenamente probatorio del espionaje que el comando militar peruano ejerce sobre los ciudadanos de este país, no sólo en el territorio patrio sino también en el extranjero. Peor aún, el documento publicado prueba además que el comando militar está por encima del Consejo de Ministros. Es el simple secretario del Comandante General del Ejército el que se dirige imperiosamente al ministro de Relaciones Exteriores comunicándole lo que ese comando juzga son contactos peligrosos de los diplomáticos en el exterior. Y la insinuación para que se castigue a los funcionarios observados tiene tono, aunque soterrado, de orden castrense.

El hecho reviste enorme gravedad porque prueba la existencia, dentro del régimen que gobierna el Perú, de un aparato, de un organismo, de un sistema de vigilancia propio de las más horrendas dictaduras fascistas, en las que las instituciones oficiales están subordinadas a las instancias policíacas del partido. En nuestro caso se le ha asignado al Ejército el papel que, por ejemplo, tenía la Gestapo en la Alemania nazi.

Sin embargo, pocos ciudadanos -aparte de los diplomáticos- se han inquietado con la noticia de que hay espionaje político en el país.

La vieja conseja de Bertolt Brecht se vuelve a hacer presente: Están vigilando a los diplomáticos, pero yo no soy diplomático. Espían a los exiliados, pero yo no estoy deportado. Les siguen los pasos a los apristas, pero yo no soy aprista y no me importa que los persigan a ellos -se lo merecen-...

La mayoría, si se pusiera a hacer memoria y repasara sus recuerdos, si razonara un poco e hiciera un esfuerzo por analizar lo que ocurre a su alrededor y tomara conciencia de ello, caería en la cuenta de que esos sistemas siempre concluyen en que todos los ciudadanos, sin excepción alguna, quedan sometidos a la vigilancia de los servicios de inteligencia de la Suprema Autoridad, del padre de la Patria Nueva o Nuevo Perú. Pero, por lo general, no ocurren así las cosas. La mayoría cae siempre en la trampa de no mirar lo que le ocurre al vecino y deja que le vayan recortando poco a poco la libertad, que se la vayan quitando a rebanadas, como se corta el salame.

Bueno, esto no le ocurre a todos, no. Nunca ha faltado gente con mayor preocupación que la común por las cuestiones que afectan a su libertad o intimidad, gente con mayor inclinación a hacerse solidaria con los demás, gente con sensibilidad ciudadana, con instinto democrático. Y esa gente sí se da cuenta que hoy en el Perú la conseja de Brecht no es un juego de palabras sin sentido; que los abusos ante los que uno cierra los ojos, porque los sufren otros, mañana le pueden ocurrir a uno si no se alza él contra el abuso y convoca a otros a que lo acompañen en su protesta. Esa gente advierte que si no se logra crear conciencia en los demás de que el abuso contra un hombre, cualquiera que éste sea, es un abuso contra todos los hombres, terminaremos todos siendo esclavos. Esa gente entiende muy bien que si el abuso es parte de un sistema, todos los ciudadanos del país donde ese sistema se vaya imponiendo perderán poco a poco sus libertades y serán fácil presa de abusos sin cuento. Así comenzaron todos los totalitarismos, todas las Patrias Nuevas que en el mundo han sido.

Y eso es lo que, por desgracia y sin que muchos lo adviertan, está ocurriendo hoy en el Perú. El documento publicado la semana pasada en OIGA nos lo precisa con claridad, nos entera a plenitud que hay espionaje político en el país y que los espías tienen más poder que los ministros, más autoridad que las autoridades oficiales. Ese documento nos informa de que en el Perú actual la vida íntima, las relaciones personales, nuestras actividades cotidianas pueden estar siendo controladas por el alto mando del Ejército, puesto al servicio de los desconocidos designios del señor Fujimori. Y si esto no irrita, no indigna a la gente, algo nos está faltando.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESTADÍSTICAS É HISTORIA -

PODRIA comenzar esta nota diciendo que ha sido magistral la decisión de concederle a Bolivia una zona franca en el puerto de Ilo y el uso de unos cuantos kilómetros de playa en esa misma zona, Sin duda, el paso dado es acierto del presidente Fujimori. Un paso que abre vastas perspectivas de actividad comercial para todo el extremo sur de la República, nos coloca en buen pie para resolver pequeños asuntos pendientes con Chile y hace crecer ante el mundo la imagen del Perú como nación colaboradora de la paz y del sano entendimiento con sus vecinos. Sin embargo, es tema que requiere meditación y es propio de especialistas. También me hubiera agradado poder escribir sobre otra buena noticia, una nueva que debiera despertar alborozado regocijo en el país: el comienzo de la desintegración de Sendero y del MRTA. Desmoronamiento que, estoy seguro, debe haberse iniciado hace algún tiempo, ya que ningún movimiento terrorista puede haber quedado inmune al tremendo efecto desmoralizador que han significado la caída del comunismo, el derrumbe estrepitoso del muro de Berlín y, sobre todo, la comprobación de la inutilidad del marxismo. Desgraciadamente, las primeras noticias, confirmando mis infundados presentimientos, son todavía inciertas, sujetas a precisiones mayores. Pero el río suena y es porque piedras trae.

Por otros senderos de la actualidad tendré que ir buscando el tema de esta columna. O, también, revisando el pasado para descubrir cuánto hay de equívoco en las encuestas y estadísticas que alimentaron el artículo de mi buen amigo Luis Gamarra Otero, publicado en el último número de OIGA. Por algo se dice que las estadísticas, hábilmente manipuladas, nos pueden hacer creer que la Cuba de Fidel Castro ha sido, es y será el paraíso de los pobres. Hecho falso de ayer, de hoy y también de mañana si Fidel Castro sobrevive al derrumbe de Marx. Primero, porque la Cuba precastrista nunca fue la nación subdesarrollada que muchos se figuran, más bien la revolución significa deterioro en el desarrollo económico de la isla y decadencia en el bienestar de los profesionales, de la clase media y de los obreros especializados. Y, segundo, porque los grandes logros cubanos en educación, sanidad, ciencias médicas, deportes, tecnología, se debieron no sólo a la capacidad humana de su gente, a su rapidez mental, sino también, y en grado muy grande, al gigantesco apoyo financiero de los soviéticos, que tenían a Cuba como un portaviones militar frente al enemigo. La dictadura, la mano fuerte, los comités de la revolución, nada positivo le dieron a Cuba, sólo lágrimas y sangre.

Me ha dejado, pues, desconcertado con su artículo el buen ingeniero agrícola que es Gamarra. No entiendo cómo un demócrata se haya dejado confundir por las estadísticas hasta el extremo de creer que el dictador Odría fue uno de los mejores presidentes del Perú y que la chifladura marxistoide de la revolución militar no fue la autora del Perú estatificado hasta el delirio. Cualquiera con un poco de memoria, menos Gamarra, recuerda al Perú estatificado en sus actividades petroleras, siderúrgicas, industriales, pesqueras, y lo identifica con la revolución castrense y sus asesores marxistas. No todos hemos olvidado el chiste aquel del "putiperú" que bien pudo ser realidad.

No, amigo Gamarra, las estadísticas son útiles cuando pueden ayudar a esclarecer los hechos, pero cuando terminan tergiversándolos son no sólo un estorbo sino una estafa intelectual. Y la verdad es que Odría fue un tiranuelo vulgar y silvestre, protector y, a la vez, hechura de un personaje inteligente y tenebroso, Esparza Zañartu, a quien la realidad y algunas obras literarias le han dado justa celebridad de malvado y cruel. Es cierto que hizo obra todavía son visibles las grandes unidades escolares construidas por su ministro de Educación y alzó algunas unidades de viviendas, pero no puede compararse en este aspecto al mariscal Benavides, dictador ilustrado que siempre soñó con enrumbar al Perú hacia la democracia, y mucho menos parangonearse al arquitecto Belaúnde, presidente democrático, gestor de buena parte de la infraestructura nacional. Lo que sí deben consignar las estadísticas, y olvidó divulgar el amigo Gamarra, son los ingresos enormes de que dispuso la dictadura de Odría, gracias a la guerra de Corea, la última en que fue descomunal el derroche de minerales.

El propósito del artículo que comento era, al parecer, probar las bondades del liberalismo. Para ello usó Gamarra las estadísticas y se puso unas grandes y conocidas anteojeras, que no por llevar el membrete liberal dejan de ser dogmáticas, irracionales, fanáticas, excluyentes del raciocinio abierto, del análisis objetivo de los hechos. De allí que perdiera la huella y se desbarrancara.

Si el espíritu liberal hubiera guiado a Gamarra y no la doctrina, con sus dogmas cerrazones, habría recordado que el Perú se venía balanceando desde siempre entre la libertad y el miedo y que la eficacia en el gobierno no ha sido su distintivo. En el pasado, eficaces fueron el demócrata Piérola y el dictador Leguía. Bien caro nos costó la eficacia de este último. No solamente en amarguras, divisiones, deudas, dolores acumulados en once años de despotismo, sino en la anarquía que nos dejó como herencia. A esos once años continuaron quince de disturbios, sablazos y dictaduras, entre ellos los también eficaces años de Benavides. Durante todo ese tiempo las licencias liberales campearon a sus anchas. El Estado ni siquiera era gendarme en asuntos de negocios y producción. Símbolo de la obra física con espíritu social, obra naturalmente de la empresa privada, son los edificios de El Porvenir, todavía en pie. Son demostración del horror al que puede llegar el afán de lucro liberal.

Recién en 1945, con el apoyo decidido del mariscal Benavides -prueba de que existe el militarismo ilustrado-, irrumpe la democracia como aire fresco que viene de lejos. Pero el APRA, con Haya de la Torre a la cabeza, no puede limpiarse de su pasado marxistoide, y le va haciendo la vida imposible al doctor José Luis Bustamante y Rivero, el demócrata cabal que ha asumido la presidencia para que el país comience a educarse cívicamente. Bustamante tiene ideas modernas -naturalmente que la modernidad es valor cambiante- y lo anima un espíritu evangélico. Poco es lo que se puede hacer, en el terreno de la obra física, durante tres años de lucha intensa y frustrada por establecer la democracia en el Perú. Sin embargo, como réplica al deshumanizado conjunto habitacional de El Porvenir, obra de los hombres de negocios, el gobierno de Bustamante construye la Unidad Vecinal Nº 3 -hasta hoy modelo habitacional- y deja en funcionamiento la Corporación de la Vivienda.

Luego va creciendo el sector estatal, lentamente y de acuerdo a las tendencias en boga por el mundo. Ese crecimiento se produce tanto con el tirano Odría como con el ya en ese entonces demócrata don Manuel Prado. Hay renglones de la economía que, en aquella época, era imposible pudieran interesar al sector privado. Pero el Perú seguía siendo Iiberalísimo para los comerciantes, industriales, mineros y agricultores. Y ¡el colmo!: los impuestos no los cobraba el Estado sino una compañía privada, la Caja de Depósitos y Consignaciones la que, en el súmmum del descaro, le cargaba al Estado los costos de la cobranza.

El gobierno democrático de 1963 no estatiza ni una fábrica, ni una mina, ni una nave. Sí crea el Banco de la Nación y liquida la liberalísima Caja de Depósitos y Consignaciones, cueva de los más rancios e injustos afanes de lucro. También inicia, con extremada timidez, la Reforma Agraria. Pero sobre todo se dedica a transformar la infraestructura física del Perú: carreteras, irrigaciones, hidroeléctricas…

¿Es justo que mi amigo Gamarra, con unas cifras imprecisas y sin argumentos, acuse al régimen democrático del 63 de ser el iniciador del estatismo, aligere así a la revolución militar y a las ideas marxistas que la acompañaron del tremendo delito que significó crear el monstruo estatal que hasta hoy tiene agobiado al Perú, un monstruo inventado, montado y amamantado íntegramente por el régimen marxista-castrense de los años sesenta y setenta? La crítica que sí les alcanza a los regímenes democráticos que sucedieron a la revolución militar, aunque no a todos por igual, es no haberse atrevido a desmontar al monstruo ni a borrar las normas socializantes que impusieron los militares a la empresa privada. Y digo que la crítica no les llega a todos por igual, porque a Alan García, fiel a sus ideas socialistas, revolucionarias y antiimperialistas, no sólo no le disgustaba el tamaño elefantiásico del Estado, sino que quiso inflarlo más con la estatificación total de la banca; y porque no se comprende que el actual gobierno, a pesar de las circunstancias internacionales, totalmente adictas al liberalismo extremo, no se decida a trasladar al sector privado una sola empresa estatal.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - COMPLOT CONTRA LA DEMOCRACIA - Revista Oiga

BIEN quisiera extraviarme por los caminos de la inconsciencia y hallar que vivimos en un mundo aceptable y hasta casi placentero, si no fuera por algunas graves preocupaciones económicas y por el cuadro de miseria que nos rodea, bastante más maloliente y estremecedor que el que se observa en otros países latinoamericanos, no hace muchos años en condiciones muy inferiores al nuestro. Bien quisiera cerrar los ojos y no ver, no oír ni sentir lo que pasa en el Perú de estos días y deslizarme por los sueños del recuerdo de épocas mejores, optimistas. Pero la obligación de un periódico o revista de opinión es la de pisar tierra y no burlar a la realidad. Una realidad que día a día se hace más pavorosa y más real, más inescamoteable.

¿Cómo callar, por ejemplo, lo que está ocurriendo con la subversión, el problema número uno del país?... Y, tampoco es posible silenciar, menos una revista de oposición, el complot que el presidente Fujimori va tejiendo, con cautela pero sin pausa, para lograr lo que podría llamarse captura del poder desde Palacio, la toma subrepticia de un mando extralegal que excede al mandato que el pueblo otorga con sus votos en las elecciones. Hay más que un estilo imperial en el presidente Fujimori. Está ya clarísima no sólo su tentación al atropello de las instituciones republicanas y al avasallamiento de los otros poderes del Estado, sino su propósito de acomodar las disposiciones constitucionales a sus apetitos cesáreos. Para ello le sirven -como ahora, en el caso de la promulgación del presupuesto observado- las opiniones profesionales de ilustres jurisconsultos habituados a hallar razón en sus clientes.

Pero no nos saltemos el tema del terrorismo que es el telón de fondo de todo lo que ocurre en el país. Un tenebroso telón de fondo que no es posible ocultar a una opinión pública que, atónita, acaba de presenciar cómo las fuerzas del orden, incluidos el Ejército y la Aviación, rehuían enfrentarse a un comando senderista que se había apoderado de los campamentos de la Mobil en la selva y de dos helicópteros que, una vez cumplida su misión destructora, los subversivos usaron para retirarse del lugar. Ni el Comando Conjunto, ni el general en jefe de la Zona de Emergencia ni la policía de la región, ni el ministerio del Interior, ninguna de las autoridades del Estado movieron un dedo contra los senderistas, a pesar de estar bien enteradas -con muchos días de anticipación- de lo que tendría que ocurrir y ocurrió. Tampoco es misterio que el cerco de Sendero sobre Lima se viene estrechando sin que el gobierno y los militares hagan otra cosa que condecorarse entre ellos, brindar con champagne y lanzar al viento discursos furibundos contra la subversión; mientras ésta sigue imponiendo su horca y su ley en grandes extensiones del territorio nacional y en las tres entradas y salidas terrestres de la capital. Pisco, Cañete, Huachipa, Huaycán, Huaura, Barranca, Huacho son zonas rojas, donde las autoridades apenas están pintadas en las paredes y sobre cuyas costas vuelan los helicópteros de la policía... vigilando para que los bañistas imprudentes no se ahoguen. ¡Pareciera que el ministro de Alan García, don Agustín Mantilla, hubiera tenido cuidado en adquirir -con sobreprecio naturalmente- máquinas que no pudieran alejarse del mar, sin techo suficiente para actuar en la serranía, con ánimo de obedecer el consejo de su bondadoso espíritu: salvar veraneantes distraídos antes que perseguir senderistas!.

Este telón de fondo, donde el terrorismo se va imponiendo mientras la acción antisubversiva se pierde -como vemos entre aterradores disparates e incongruencias, es el escogido por el presidente Fujimori para ir complotando contra los otros poderes del Estado y la institucionalidad republicana ¡Increíble, pero cierto!

Porque eso, conspiración contra el orden democrático, es lo que se esconde tras la discutida promulgación parcial del Presupuesto para 1991. No hay disputa alguna sobre si el presidente puede observar o no, parcial o totalmente, las leyes aprobadas por el Parlamento. Se trata de una clarísima atribución presidencial que nadie pone en duda. Lo que se rechaza, lo que subleva a los defensores de los fueros democráticos y del equilibrio de poderes que la Constitución consagra es la voluntad presidencial de imponer su capricho, usando caminos vedados tanto desde el punto de vista jurídico como político. A nadie convencen los doctores Enrique Chirinos y Javier Valle Riestra con sus alambicadas explicaciones constitucionalistas en favor del veto presidencial, que en el caso del doctor Chirinos concluyen con la cavernaria tesis de que la disputa la ganará el poder del Estado que disponga de mayor fuerza: "el país tiene presupuesto -dice Chirinos- y el Congreso ha de reunir, si quiere y si puede, una mayoría calificada para vencer el veto presidencial". Y ese camino, el de la imposición y confrontación de poderes es justamente el que han de rechazar todos los que lean la Constitución con ánimo constructivo y democrático. Puede el presidente -nadie lo discute- observar en todo o en parte una ley, pero el mandato constitucional es preciso en señalar que luego de la observación es obligatorio devolver al Congreso la ley observada para que éste, que es el Poder Legislativo, sea el que decida, no porque pueda más o pueda menos, sino porque ese es el orden jurídico de las cosas en una constitución democrática, con equilibrio de poderes.

¿Que no había tiempo para cumplir con el trámite de devolver al Congreso la ley observada, ya que la Constitución obliga a que el 1º de enero entre en vigencia el presupuesto del año?

Falso: porque el Parlamento, para cuestiones de presupuesto -no para otras leyes-, no desaparece cuando está en receso. Hay comisiones permanentes de Presupuesto y del Congreso para aprobar o desaprobar, en el plazo de una semana, los proyectos que le remita el Ejecutivo modificando la Ley Anual de Presupuesto. (También podía haberse convocado a Legislatura Extraordinaria para lo mismo). Todo esto en el terreno de la hermenéutica parlamentaria. Pero también es falso el argumento de la falta de tiempo si consideramos que la demora en el traslado de los documentos presupuestales del Congreso a Palacio de Gobierno fue una jugarreta política de Cambio 90, destinada a justificar el caballazo presidencial contra el Parlamento. Se trata de diez días perdidos premeditadamente, de una maniobra, a todas luces grotesca, en la que las manos de los parlamentarios de Cambio 90 adictos al presidente aparecen por todas partes.

Una vez más las huellas del complot que el presidente Fujimori viene tramando contra la democracia han quedado grabadas. Esta vez en la Ley Anual de Presupuesto.

Mientras tanto los caballos del Apocalipsis recorren las punas, selvas y costas; peruanas.