sábado, 24 de enero de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - LA DECENCIA DE UN POLÍTICO TRADICIONAL

TENÍA el ánimo listo para volver a tocar el tema electoral. Puntualizar que, esta vez, el fraude no va a significar una pillería que quedará impune y apenas servirá para distraer un tiempo las conversaciones de los peruanos. Esta vez el fraude -que si se está tejiendo desde hace meses- significará que no habrá elecciones. Que el país quedará en el limbo. También pensaba extenderme en la necesidad de que, desde ahora, comience la vigilancia internacional del proceso; así como en la obligación de no escoger un candidato como en juego de tómbo­la. Todas las elecciones son serias, pero hay momentos y circunstancias que las hacen más importantes, que les dan mayor responsabilidad. En este caso, se trata de evitar la reelección, no por el continuismo en sí, sino porque este sistema, aquí en el Perú y en toda América Latina, ha sido nefasto. Ha transformado el autoritarismo en tiranía y ha abierto las puertas a la corrupción desenfrenada. Esa es nuestra historia, es la cámara del tiempo en la que debemos vernos. Pero más todavía, las circunstancias del momento no pueden desligarse de la estructura del actual régimen: un gobierno de apariencia civil que se sustenta en la fuerza partidaria del Ejército, o sea un partido con metralletas, tanques y cañones. Para enfrentarse al candidato del Ejército y de la extrema derecha, que eso es el señor Fujimori, además de político listo y con significativa obra hecha, no puede escogerse un boxeador de peso pluma o mediano. Se requiere de un peso pesado, con experiencia, con apoyo en su fuerza propia y la que le da su fama y relaciones internacionales. El emplazamiento al Jurado Nacional de Elecciones y al jefe del Comando Conjunto Militar -puede el doctor Muñoz Arce suavizar el término como quiera- no es el emplazamiento de un candidato cualquiera, sino de un candidato que fue, en dos periodos, Secretario General de las Naciones Unidas. Es el emplazamiento de alguien a quien hacerle fraude significará el que no haya elecciones...

Y cuando pensaba continuar con este importantísimo tema, me alcanzó las siguientes páginas Jesús Reyes. Tratan de algo vital, aún más serio que las elecciones mismas y que cada vez se toma menos en cuenta en un país donde la mentira y el engaño a nadie alarman y hasta son calificados de virtudes políticas. Se trata de la moral pública. De la decencia de las personas. De un homenaje a un peruano que hizo patria -por desgracia inútilmente si miramos alrededor- siendo un hombre decente. Habla la nota de José María de la Jara y Ureta, vinculado a estas páginas y a mis actividades periodisticas desde hace más de cuarenta años.

Hijo, nieto, descendiente de hombres públicos que en su oportunidad sirvieron a la nación, podrá decirse que José Maria de la Jara y Ureta era un político tradicional. Perseguido, encarcelado y deportado por la dictadura militar, al retornar la democracia fue llamado por el primer ministro Manuel Ulloa Elias para integrar el primer gabinete ministerial del segundo gobierno del presidente Fernando Belaunde.

A José Maria de la Jara se le puso en el puesto más dificil del nuevo gobierno: el de ministro del Interior , cargo que por primera vez era desempeñado por un civil, en momentos en que hacia su aparición Sendero Luminoso, en medio de una grave conmoción social generada por el fracaso de los militares en el ejercicio del poder.

Al jurar el cargo, De la Jara prometió que renunciarla en el momento en que en el Perú las fuerzas del orden cometiera excesos y derramaran sangre de peruanos.

EI 12 de octubre de 1981, se produjo una manifestación en el Cusco, en protesta por el alza de pasajes; la polícía detuvo al estudiante Marco Antonio Ayerbe Flores (19) y lo torturó hasta provocarle la muerte. De la Jara exigió una severa investigación y, como consecuencia de ella, le entregó la banda rninisteríal al presidente Belaunde y se fue a su casa.

El gesto de José Marla de la Jara causó asombro en algunos sectores, consternación entre sus partidarios y admiración en sus adversarios politicos. Un hombre de izquierda, el historiador Pablo Macera, dijo: "El señor De la Jora ha introducido en el ministerio del Interior un factor muy difícil de ver actuando en lo político de cualquier país -no sólo en la política peruana-, que es la decencia persorial. Nosotros podemos diferir del ministro del Interior, pero tenemos que agradecerle que de algún modo uno pueda decir que en un puesto habitualmente tan desagradable y coercitivo haya un hombre decente, que cuando salga de allí podré decir que continúa siendo un hombre decente".
Es oportuno recordar el gesto que tuvo este politico tradicional en momentos como el que vivimos en que los picaros que han asaltado el poder ejercen la politica con patente de 'independientes' y, sin ruborizarse, se esconden bajo su concha para no asumir lo que en todas partes del mundo se conoce como 'responsabilidad política'.

El ministro Vittor fue obligado a renunciar por la presión de la prensa independiente que detectó sus relaciones comerciales con los beneficiarios del soborno del BCCI y puso al desnudo los negociados de su empresa constructora con el gobierno; pero hay otros como el ministro Camet descubierto favoreciendo las empresas de sus hijos; o como el ministro Hokama involucrado en el negociado de las turbinas de Ventanilla; o el ministro Briones responsable de la fuga de Carlos Manrique, que se resisten a renunciar a sus cargos "porque tienen la confianza del presidente".

¡Que buena excusa para esconder su falta de decencia política!

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