sábado, 6 de junio de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Entre el ser y el querer – Revista Oiga 15/04/1995

Hubiera querido ocupar­me esta semana de las es­peranzas que estarían despertándose en el país con el pronto inicio de un nuevo período fujimoris­ta. No faltaban signos positivos muy concretos como la com­pra de la mayoría del Banco Continental y la privatización de la central eléctrica de Cahuas, en las que el capital peruano ha jugado un papel protagónico. La pri­mera operación hecha en sociedad con el más poderoso y tecnificado banco es­pañol -en partes iguales el grupo Brescia con el Bilbao-Vizcaya-; y, la segunda, cu­bierta en solitario por el grupo Galsky. Esto indica que el Perú comienza a mo­verse por cuenta propia, que empieza a reencontrar confianza en sí mismo y en las posibilidades del país. También son alentadoras las noticias sobre planes y proyectos -con apoyo exterior- para ir resolviendo con creación de puestos de trabajo, que es remedio estable y produc­tivo, el terrible problema de la miseria que crece y crece sin que las altas clases ni el gobierno se conmuevan debidamente con la desgarradora realidad. Nada con­creto, sin embargo, se ha propuesto has­ta ahora para el problema número uno, hoy, en el Perú: la indispensable activa­ción de la agricultura, cada día más languidieciente -ya casi un cadáver-, a pesar de unas cuantas y deslumbrantes excepciones que ni siquiera rozan el meo­llo del tema, que es el hombre de campo y su futuro. Olvidar que el ser humano es el centro de la creación es hacer de noso­tros máquinas, cosas, chimpancés des­humanizados, unos bien vestidos, bien comidos y con escusados a la medida y otros hambrientos, enfermos, sin ilusio­nes ni papel higiénico. Y un país así divi­dido no es país, no es nación, es una olla podrida de festines y frustraciones que un día ha de explosionar.

Pero estas ideas que ya iba ordenando para extenderme en ellas, de pronto se me borran, pierden mi atención. La actualidad, las noticias de hoy viernes -día que OIGA debe cerrar su edición del lu­nes-, me vuelven a una situación que me gustaría ver superada, que me retrotraen a cosas del pasado que estoy dispuesto a olvidar, siempre, claro está, que queden bien enterradas.

He aquí los hechos: la última semana, la señora Martha Chávez y el hermano del Comandante General del Ejército pre­sentaron un proyecto de ley exigiendo firmas equivalentes al 5% de los electores inscritos para poder inscribir a un partido político. Un proyecto destinado eviden­temente a borrar del mapa, por ley, a los partidos políticos y a la posibilidad de que se formen otros nuevos. El proyecto era aberrante porque no se puede pedir mayores exigencias para una inscripción que para una descalificación; pues es el pueblo votante -que no son todos los electores- el que decide la eliminación de un partido negándole más del 5% de sus votos. Se trataba de un proyecto tan irracional -no hay un solo país en el mundo que haya legislado algo remota­mente parecido-, se trataba de tan deseo-mina’ disparate que hubo resistencia hasta en las filas oficialistas... Pero todo tiene solución pragmática en el estilo parlamentario creado por el presidente Alberto Fujimori -quien acaba de confiar en rueda de diplomáticos y periodistas extranjeros que “su” Parlamento será un modelo no sólo para América Latina sino para el mundo entero- y la solución fue simplísima: los autores del proyecto lo cambiaron de inmediato por otro, rebajando en un punto la exigencia de las firmas. Igual que en las pulperías, en lugar del 5% pusieron 4%. Y sin debate de siquiera un minuto se pasó a la vota­ción... Así quedaron presuntamente sepultados para siempre los partidos políticos en el Perú, pues esa misma noche el presidente Fujimori firmó la defunción y hoy viernes, o sea en menos de cuatro horas, estaba publicada y con­sagrada la ley.

De nada valió la protesta airada de la oposición y su retiro de la sala. El gesto, más que inútil parecía espectáculo de película cómica ya vista. Demasiadas ve­ces esa oposición, legitimadora del gol­pe del 5 de abril del 92, se había salido del hemiciclo para volver luego ¡a cobrar sus sueldos! Y no faltó quien recordara el tristísimo episodio de los tanques ron­cando por las calles, afirmando que ellos eran el poder... ¿No recuerdan los cece­distas de la oposición esa fecha y la conciencia no les dice que aquella fue una de las tantas oportunidades perdidas para vengar el golpe militar del 92?

Hoy el Perú tiene dos partidos políti­cos que no son partidos: “Cambio 90-Nueva Mayoría”, un conglomerado amorfo sin otra preocupación e inquie­tud que obedecer las órdenes del líder y presidente, y “Unión por el Perú”, otro conglomerado que podría tener un gran­de y hermoso futuro si el embajador Pérez de Cuéllar logra armonizar a todos los sectores de la oposición en un movi­miento popular que logre enraizarse en el sentir, en las preocupaciones y en las esperanzas de las mayorías abandona­das, pero no ofreciéndoles el cielo sino haciéndolas comprender cómo es posi­ble hacer patria con desarrollo para to­dos, armónicamente, dentro de una unión positiva para todos los peruanos.

Otro hecho, mucho más grave aún, ocurrió el mismo jueves: El general Carlos Mauricio, una de las más destacadas figu­ras del Ejército tuvo que hacer frente al interrogatorio de oficiales de rango infe­rior al suyo, hasta que le estalló la presión arterial. De la sala del Tribunal Militar pasó, en calidad de preso, al hospital militar. Su delito: opinar, de acuerdo a los derechos que les otorga la propia Consti­tución del CCD celos militares en retiro. Opinar sobre los errores cometidos por el alto mando en los enfrentamientos béli­cos en el alto Cenepa. Con lo que los responsables de que el Perú no hubiera estado preparado para el conflicto y los que no tuvieron la habilidad para tomar y recuperar los puestos de Tiwinza y Base Sur, los dos en territorio peruano y en manos ecuatorianas, quedaron como héroes, mientras que Mauricio y Ledes­ma han sido declarados delincuentes y condenados por gravísimos delitos cas­trenses que, en buen idioma civil, signifi­ca haber explicado al pueblo la verdad de los hechos.

Pero mejor no sigo porque en ese Tribunal Militar se habría escuchado en estos días algún alegato contra colegas nuestros, acusándolos de haber estado coludidos con el enemigo extranjero. Se trataría de argumentos delirantes de traición a la patria contra los que no quiero topar. Salvo que se pretenda obligarme a decir una mentira: que las tropas perua­nas recuperaron Tiwinza.

No me alegra tener que terminar así esta nota, que estaba iniciando por muy distintos derroteros.

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