EL ministro de Aeronáutica, pretendiendo desmentir la
información que dio OIGA la semana pasada sobre la falta de apoyo militar a las
operaciones que realizan las Fuerzas Auxiliares para combatir a las guerrillas,
graficada por la existencia en Ayacucho de un solo helicóptero, ha dicho que
son varios y que el número es un secreto militar, añadiendo a estos fantasmales
aparatos la presencia de aviones con idéntica finalidad. Pero si el desmentido
del ministro fuera cierto, la cosa sería peor; porque con tantos aviones y
helicópteros de respaldo, el puesto policial de Vilcashuamán fue atacado por
los terroristas con la misma facilidad de siempre -esta es la tercera vez- y
los defensores fueron nuevamente masacrados sin que pudieran -igual que las
veces anteriores- reclamar ayuda y, por lo tanto, sin recibirla. Más aún: el
único helicóptero que, según sabe todo Ayacucho, tenía la FAP en operaciones en
esos momentos, sobrevoló Vilcashuamán cuando el puesto policial era atacado por
los guerrilleros y no pudo advertir lo que estaba pasando. Sin embargo, si lo
lograba, poco o nada era lo que hubiera podido hacer un aparato pequeño,
destinado a labores de avituallamiento y traslado de personal en número reducido,
que no está artillado.
Con desmentido o sin él, estos son los hechos; que están a la
vista y tienen por testigo a seis tumbas.
Después de hacer esta necesaria precisión, pasemos a otros
aspectos de un problema que angustia, con razón, a muchos peruanos que no
están" dispuestos a abandonar el país o no poseen medios para hacerlo:
indaguemos algo en las raíces del terrorismo, de la guerrilla que está asolando
Ayacucho y amenaza a otras regiones.
Es cierto, como parece haber dicho en estos días un
historiador brillante y muy atento a lo que ocurre a su alrededor, que este
fenómeno recibe aliento del afán de rebeldía de la juventud, de la gallardía
juvenil herida frente a la injusticia; y también es verdad que la violencia, en
estallido terrorista, no es novedad en nuestra historia republicana. Pero no
hay razones valederas para afirmar que semejante reacción de la juventud se
deba a su desencanto por la actividad y los objetivos de los partidos
políticos; a su desacuerdo con este régimen, por considerar inoperante a la
democracia. La actual ola terrorista surge, se organiza y comienza a
manifestarse en la larga etapa castrense que vivió el Perú. No tuvieron los
jóvenes que hoy ponen bombas, asesinan guardias y vuelan torres de alta tensión
ninguna experiencia democrática. Prácticamente nacieron durante una dictadura y
se formaron en época en que había quedado borrado todo vestigio de libertad, de
crítica, de democracia representativa. Mal pueden, pues, tener desencantos o
rechazos en relación a algo que no conocen, que no conocieron.
El estallido de violencia que se está extendiendo hoy en el
Perú como reguero de pólvora, tiene características muy especiales. En poco se
parece a las manifestaciones terroristas de los años treinta, que fueron
producto de los ideales e insatisfacciones de la juventud de la clase media.
Era época en que el Perú profundo que decía Basadre no tenía parte en discusión
alguna. Políticamente no existía sino como número y es ese Perú el que hoy se
está pronunciando a bombazos, igual que hicieron los apristas en sus años
mozos.
La guerrilla de ahora tiene características de alzamiento
andino. De allí el evidente, el comprobado apoyo popular que va obteniendo en
los campos del Ande.
¿Cómo hacerle frente a este fenómeno de violenta rebeldía, de
ferocidad en el combate y en el propósito de dejar sentado en las serranías que
la guerrilla es el "poder", que ella es la que juzga y la que mata?
La solución no es imposible, pero tampoco es tan fácil como
parecen creerlo algunos de los corresponsales entrevistados por OIGA en esta
edición. Para ellos, no sabemos por qué, el terrorismo peruano es comparable al
de las bandas armadas de Italia y Alemania; y piensan que la receta usada en
esos dos países es universal. Sin embargo, esto lo dicen olvidándose de
Irlanda; donde no hay manera de encontrar cura para tan grande y largo terror.
Alguno de ellos también mencionó a España; justo al momento en que, por
diversas razones, es difícil apostar a que el terrorismo de ETA esté próximo a
concluir. Al contrario, pareciera que con la nueva ley de armonización de las
autonomías (LOAPA) se habría precisamente dañado al sistema autonómico, el
principal elemento usado por el nacionalismo vasco para contener la violencia
en Euskadi. (Una jugada política del socialismo de Felipe Gonzales para
congraciarse con el Ejército español y obtener el visto bueno militar para el
próximo gobierno socialista, puede resultar beneficiosa para ETA).
Como se ve, el panorama del terrorismo y la guerrilla no es
tan simple aquí ni en Europa.
Tampoco lo es su solución; que, para nosotros, debiera
comenzar por un cambio radical de la política económica. Debemos dejar de
seguir calcando recetarios extranjeros y tratar de poner la economía a tono con
las necesidades de las mayorías. Lo que no quiere decir que tenga que
destruirse la economía para satisfacer demandas regionales impuestas por la
dinamita, ni reclamos irracionales del sindicalismo.
Y en el campo militar no hay otro camino que el
reglamentario: frente al deterioro de la seguridad interna, hay que poner en
marcha el mecanismo de la defensa interior del territorio (DIT). Es la única
manera de unificar el mando y de hacer fluir hacia la policía el apoyo logístico
de las Fuerzas Armadas.
Cualquier otro planteamiento será parche y no servirá como
solución.