miércoles, 12 de agosto de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESTÁ USTED EQUIVOCADO, MONSEÑOR CIPRIANI - Revista Oiga

LA imagen electoral del chinito con sus cholitos, usada por Fujimori para ganar simpatías internas y externas, explotando el resentimiento de los sectores nacionales preteridos y ciertos prejuicios sobre el Perú de norteamericanos y europeos, pronto fue colgada en una percha del olvido y poco a poco quitados de su lado los cholitos San Román y García, los que le sirvieron para construir esa imagen electoral. Hoy la realidad es totalmente distinta: el chinito ha terminado por hacer cholitos a todos los peruanos. Fujimori, en la intimidad, ya no está rodeado de cholitos sino de familiares y paisanos del Lejano Oriente; halagado a cierta distancia por los palaciegos de siempre, ahora convertidos en geishas. Fujimori engaña a las masas preteridas -los cholitos- de la campaña electoral más de lo que fueron engañados en el paso. Ahora las mayorías son burladas como nunca ante lo fueron.


El más reciente engaño es esto del veto 'sorpresivo' de Estados Unidos a la reincorporación del Perú al sistema financiero internacional. Veto con el que Fujimori ha armado un escándalo monumental, con el secreto propósito de unir al país alrededor de su persona. Toda una enorme mentira, construida con medias verdades, utilizada para zaherir a sus adversarios y desinformar a la población.

La verdad es simple y pedestre. Desde que el Departamento de Estado de Estados Unidos, hace varias semanas, hizo público un largo informe sobre la situación de los derechos humanos en el Perú, la embajada de ese país estuvo llamando la atención del gobierno peruano para que tomara en cuenta las observaciones allí hechas. Y era lógico que las exigencias en este terreno las ligara EE UU al favor que el Perú le solicitaba para que formara parte, liderándolo, de un grupo de naciones que lo solventarían para poder ser readmitido en el FMI y el resto del sistema financiero mundial. Era un clarísimo toma y daca que no dejaba, por ser contundentemente ciertas muchas de las observaciones norteamericanas, otra salida que coordinar una limpiada del rostro peruano en relación a democracia y respeto a los derechos humanos.

Fujimori no sólo no respondió a los requerimientos de la embajada norteamericana, sino que no instruyó a nuestra embajada en Washington para que hiciera gestiones de contención. Simplemente se dedicó a esperar hasta que estallara el globo que él mismo inflaba.

Ocurrido lo que sabia tenia que ocurrir, levantó la voz hasta el cielo; se rasgó las vestiduras patrióticas; lanzó a sus fieles perros periodísticos a ladrar contra Vargas Llosa, Gorriti y toda la oposición, también contra EEUU; y, a la vez, envió a sus secretarios en las carteras de Justicia y Economía para que firmaran cumplir con las exigencias norteamericanas, exigencias razonables que pudo y debió satisfacer semanas atrás. No le importó ser derrotado, le bastaba con parecer lo contrario ante el electorado local.

En las páginas que siguen podrá el lector informarse con detalle de este penoso episodio. Penoso, porque es triste observar cómo un jefe de Estado -aunque de facto- no cuide los intereses nacionales, sino que más bien los utilice para satisfacer apetitos personales de menuda política electoral.

Pero no es éste el único conflicto creado y azuzado por Alberto Fujimori la semana pasada. Fiel a su extraña afición por la guerra permanente y en todos los frentes, Fujimori inició la semana pasada una campaña contra los colegios, acusándolos de hacer negocio con la educación. Lo que comprobadamente, con escasísimas posibles excepciones, es falso. Los trató igual que a los institutos y academias, de las que él es buen conocedor, pues tuvo una, la Wisconsin, al parecer rendidora de abundantes ganancias. Fue una campaña relámpago dirigida principalmente, no se sabe con qué perverso designio, contra los colegios 'católicos'. (Los locutores de la TV cada vez que decían colegios religiosos se corregían apuradamente y aclaraban que se referían a los 'católicos', los que obedecen a la misma Iglesia que monseñor Cipriani, obispo que apareció en la TV haciendo una descarada defensa de la política fujimorista).

Pero, en fin, éste no es el tema de esta columna. Lo que del problema educacional queremos rescatar es otro asunto: el disparate que significa ponerle impuestos a la actividad educativa. Disparate si, disparate. Porque así resultó de las exposiciones de Fujimori y de Varillas, su oscuro y obsecuente ministro de Educación. Acusaban de negociantes y hasta de ladrones a los promotores de los colegios, reclamando la rebaja de las pensiones escolares, y remataban el discurso anunciando que los harían pagar impuestos. El ministro precisó que no debía obviarse el IGV. Por lo que la respuesta se daba sola: si hoy es cara la educación privada, con impuestos será más cara todavía. Y así se quedaría la clase media sin educarse o teniéndose que educar en su casa.

En el Perú, en la mayoría de los países del mundo entero, la realidad obliga a que la educación no tribute. El objetivo es lograr que la educación, una buena educación, alcance a la mayoría de la población. Es la mejor inversión que puede hacer un país. Una inversión a no muy largo plazo.

Lo mismo debe pensarse de las medicinas y hospitales. La salud es un bien que debe estar al alcance de la mayor cantidad posible de ciudadanos.

¿Y por qué no la cultura, considerada la prensa como una parte de ella?

Este es punto en el que hubo desacuerdo entre OIGA y el ministro Boloña. No propugnábamos que él le pusiera impuestos a sus empresas educativas- que es lo que plantea Fujimori en venganza por la carta de renuncia de Boloña- sino que, como en todo país civilizado, en el Perú estuvieran libres de impuestos -no al de utilidades- los libros, los colegios y universidades, la cultura en general, las medicinas y hospitales, los periódicos. O sea: educación, salud y cultura.

Los impuestos a los periódicos resultan atentatorios contra la libertad de prensa. No es posible que subsista normalmente una empresa periodística si al alto precio de los insumos -papel, tintas, películas se les agrega el IGV, lo mismo que a las facturas de avisaje y de venta de ejemplares. Esto resulta siendo un verdadero crimen contra la libertad y contra el ingreso salarial que merecen los hombres de prensa. Un crimen recién introducido en el Perú y que incomprensiblemente se calla hasta hoy. ¿Será porque el gobierno usa esos impuestos para doblegar a periódicos y televisoras?... Porque, en el Perú, la prensa que puede defenderse de esta auténtica tropelía no llega a la mitad de los dedos de una mano.

De estos detalles no están enterados los obispos, como el de Ayacucho, que afirma hay libertad absoluta de prensa en el país. Tampoco sabe monseñor Cipriani –y eso que ha viajado- que hay países europeos que subvencionan a la prensa. Si leyera los cables se habría informado de que hace poco L 'Humanité, el diario de los comunistas franceses, se quejaba porque la subvención estatal no le era suficiente para subsistir.

Tanto no pedimos las empresas periodísticas peruanas que no estamos dispuestas a 'entendemos' con el gobierno. y nuestro pedido no es exclusivo. Lo exigimos por igual para los libros, para las medicinas, para las escuelas, para los hospitales. Libramos de impuestos significa que nuestros periodistas no se mueran de hambre, que las revistas lleguen a muchas manos más -que es lo que teme la 'democracia' del señor Fujimori -y que la libertad no quede reducida a dos o tres revistas que se ven obligadas a vender sus ejemplares a más de dos dólares cada uno (un récord internacional). Además sépalo usted monseñor Cipriani, el gobierno que usted alaba no publica, arbitrariamente, un solo aviso en nuestra revista ni abre, siquiera por casualidad, sus informaciones a OIGA. ¿Esto es libertad de prensa, monseñor Cipriani? Si fuera usted cartujo o de una orden mendicante lo perdonaríamos, porque explicablemente carecería de datos suficientes para opinar. Sus loas a Fujimori, monseñor, no tienen explicación. No son perdonables.

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