miércoles, 12 de agosto de 2009

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - TERRORISMO: SOLUCIÓN SIN PARCHES - Revista Oiga

EL ministro de Aeronáutica, pretendiendo desmentir la información que dio OIGA la semana pasada sobre la falta de apoyo militar a las operaciones que realizan las Fuerzas Auxiliares para combatir a las guerrillas, graficada por la existencia en Ayacucho de un solo helicóptero, ha dicho que son varios y que el número es un secreto militar, añadiendo a estos fantasmales aparatos la presencia de aviones con idéntica finalidad. Pero si el desmentido del ministro fuera cierto, la cosa sería peor; porque con tantos aviones y helicópteros de respaldo, el puesto policial de Vilcashuamán fue atacado por los terroristas con la misma facilidad de siempre -esta es la tercera vez- y los defensores fueron nuevamente masacrados sin que pudieran -igual que las veces anteriores- reclamar ayuda y, por lo tanto, sin recibirla. Más aún: el único helicóptero que, según sabe todo Ayacucho, tenía la FAP en operaciones en esos momentos, sobrevoló Vilcashuamán cuando el puesto policial era atacado por los guerrilleros y no pudo advertir lo que estaba pasando. Sin embargo, si lo lograba, poco o nada era lo que hubiera podido hacer un aparato pequeño, destinado a labores de avituallamiento y traslado de personal en número reducido, que no está artillado.

Con desmentido o sin él, estos son los hechos; que están a la vista y tienen por testigo a seis tumbas.

Después de hacer esta necesaria precisión, pasemos a otros aspectos de un problema que angustia, con razón, a muchos peruanos que no están" dispuestos a abandonar el país o no poseen medios para hacerlo: indaguemos algo en las raíces del terrorismo, de la guerrilla que está asolando Ayacucho y amenaza a otras regiones.

Es cierto, como parece haber dicho en estos días un historiador brillante y muy atento a lo que ocurre a su alrededor, que este fenómeno recibe aliento del afán de rebeldía de la juventud, de la gallardía juvenil herida frente a la injusticia; y también es verdad que la violencia, en estallido terrorista, no es novedad en nuestra historia republicana. Pero no hay razones valederas para afirmar que semejante reacción de la juventud se deba a su desencanto por la actividad y los objetivos de los partidos políticos; a su desacuerdo con este régimen, por considerar inoperante a la democracia. La actual ola terrorista surge, se organiza y comienza a manifestarse en la larga etapa castrense que vivió el Perú. No tuvieron los jóvenes que hoy ponen bombas, asesinan guardias y vuelan torres de alta tensión ninguna experiencia democrática. Prácticamente nacieron durante una dictadura y se formaron en época en que había quedado borrado todo vestigio de libertad, de crítica, de democracia representativa. Mal pueden, pues, tener desencantos o rechazos en relación a algo que no conocen, que no conocieron.

El estallido de violencia que se está extendiendo hoy en el Perú como reguero de pólvora, tiene características muy especiales. En poco se parece a las manifestaciones terroristas de los años treinta, que fueron producto de los ideales e insatisfacciones de la juventud de la clase media. Era época en que el Perú profundo que decía Basadre no tenía parte en discusión alguna. Políticamente no existía sino como número y es ese Perú el que hoy se está pronunciando a bombazos, igual que hicieron los apristas en sus años mozos.
La guerrilla de ahora tiene características de alzamiento andino. De allí el evidente, el comprobado apoyo popular que va obteniendo en los campos del Ande.

¿Cómo hacerle frente a este fenómeno de violenta rebeldía, de ferocidad en el combate y en el propósito de dejar sentado en las serranías que la guerrilla es el "poder", que ella es la que juzga y la que mata?

La solución no es imposible, pero tampoco es tan fácil como parecen creerlo algunos de los corresponsales entrevistados por OIGA en esta edición. Para ellos, no sabemos por qué, el terrorismo peruano es comparable al de las bandas armadas de Italia y Alemania; y piensan que la receta usada en esos dos países es universal. Sin embargo, esto lo dicen olvidándose de Irlanda; donde no hay manera de encontrar cura para tan grande y largo terror. Alguno de ellos también mencionó a España; justo al momento en que, por diversas razones, es difícil apostar a que el terrorismo de ETA esté próximo a concluir. Al contrario, pareciera que con la nueva ley de armonización de las autonomías (LOAPA) se habría precisamente dañado al sistema autonómico, el principal elemento usado por el nacionalismo vasco para contener la violencia en Euskadi. (Una jugada política del socialismo de Felipe Gonzales para congraciarse con el Ejército español y obtener el visto bueno militar para el próximo gobierno socialista, puede resultar beneficiosa para ETA).

Como se ve, el panorama del terrorismo y la guerrilla no es tan simple aquí ni en Europa.

Tampoco lo es su solución; que, para nosotros, debiera comenzar por un cambio radical de la política económica. Debemos dejar de seguir calcando recetarios extranjeros y tratar de poner la economía a tono con las necesidades de las mayorías. Lo que no quiere decir que tenga que destruirse la economía para satisfacer demandas regionales impuestas por la dinamita, ni reclamos irracionales del sindicalismo.

Y en el campo militar no hay otro camino que el reglamentario: frente al deterioro de la seguridad interna, hay que poner en marcha el mecanismo de la defensa interior del territorio (DIT). Es la única manera de unificar el mando y de hacer fluir hacia la policía el apoyo logístico de las Fuerzas Armadas.

Cualquier otro planteamiento será parche y no servirá como solución.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - UN AFAN POR PAGAR QUE ALGO ESCONDE - Revista Oiga

DOS son los sucesos que, esta semana, han suscitado el interés de una ciudadanía cada vez más abúlica, más desencantada de la actividad política. Pareciera que el actual desgano nacional, no sólo por el quehacer ciudadano sino por todo lo que no sea fácil diversión, se hubiera acrecentado últimamente, con la ayuda de una prensa que no sólo desorienta sino que mal orienta al público. Sin embargo, esos dos hechos que inquietan hoya nuestra sociedad son políticos. Uno es la voluntad gubernamental" de controlar desde Lima, desde el Palacio de Pizarro, los fondos municipales de todo el Perú. Y el otro es el sorpresivo susto sufrido por los pacíficos habitantes de las Torres de Limatambo, por culpa de un fallo judicial no tan ingenuo como está siendo presentado.

Daniel Estrada, alcalde del Cusco, hombre de ideas claras cuando no se trata del Qosqo y del Imperio Incaico -en ese punto disparata con la seriedad de un Quijote-, ha dicho una verdad de a puño al afirmar que el régimen que nos gobierna está tratando de destruir la institucionalidad municipal, la más arraigada en el país, con el propósito de establecer un nuevo y desconocido sistema político. No se equivoca don Daniel Estrada. Detrás de la centralización de los fondos municipales en las manos personales del señor Fujimori importante instrumento para su reelección- está escondida la figura del Nuevo Perú que surgirá del 'Gobierno de Reconstrucción Nacional', según meta trazada por el golpe militar del 5 de abril de 1992, golpe que el señor Fujimori evoca con cierta frecuencia como inicio glorioso de la transformación del país. No es casual ni circunstancial la desarticulación de todas las instituciones nacionales. El doctor Javier Pérez de Cuéllar la ha llamado, con precisa dureza, "arrasamiento institucional". El propósito es cada día más evidente -ingresarnos a un orden político inédito-, aunque poco a poco se va viendo que las nuevas instituciones, como el Parlamento Unicameral, no sólo son calco de lo anterior sino mala copia, con acrecentamiento de sus peores vicios. Los parlamentarios de ayer, por ejemplo, escandalizaban con sus sueldos de tres mil dólares, mientras que hoy los cecedistas cobran siete mil, sin que la prensa se entere, sin que Fujimori abra la boca y sin que su labor valga algo más que el salario mínimo.

¿Y con la institución presidencial qué ha ocurrido? También está a la vista. Nunca antes un presidente peruano -salvo Leguía- ha dispuesto con mayor desaprensión que Fujimori de los fondos y los bienes del Estado. El, sólo él, sin dar cuenta a nadie, sin comprobación alguna de su alegada honestidad y preparación técnica, Fujimori reparte computadoras, dólares, tractores, señalando a la buena de Dios el trazo de un camino o la ubicación de una escuela. Alguna vez, al grito de la multitud, en demostración de altísima tecnología, ha cambiado de trazos y ubicaciones.

Pero si el manejo arbitrario y personalísimo de los fondos municipales ha levantado polvareda, ya que a nadie engaña Fujimori con el cuento de la simplificación tributaria, el problema de las Torres de Limatambo podría desatar una tempestad. Este asunto que, a grosso modo, no es otra cosa que la explotación electoral de una comedia de enredos -sorpresivamente, de un fallo judicial aún no bien esclarecido, surge refulgente la figura de Fujimori que todo lo puede y todo lo arregla-, también es un asunto moral que está dejando entrever un 'modernísimo' método para hacer las cuentas del Gran Capitán. Bien podría ser el hilo que los lleve al ovillo de nuevas tecnologías para encubrir negociados. Estamos hablando del afán de pago de este gobierno. Al Japón se le paga, sin chistar, el máximo de su reclamo por la deuda del oleoducto. Se hace lo mismo con la petrolera Belco, mejor dicho, con su aseguradora, la AIG, empresa vinculada al señor Kissinger. No se discute el precio. Se paga. Y se logra así la complicidad del influyente ex secretario de Estado de Estados Unidos de Norteamérica, así como se ha conseguido que estén bien abastecidas por las donaciones japonesas, las Apenkais de la familia Fujimori. Lo mismo -el pago completo- se hará con los bancos que adquirieron los barcos Mantaro y Pachitea y se los fletaron a la CPV. Sin protesta, se les cancelará el íntegro de su reclamo; sin hacer uso de los documentos que ponen en evidencia que ese negociado lo realizaron los bancos americanos en complicidad con elementos de la CPV, y no al revés. (Ver cuadrilátero). Este gobierno no se deja guiar por el viejo proverbio de más vale un mal arreglo que un buen pleito. Está desesperado por pagar y pagar sin rebaja. Para después iniciar proceso judicial, en Estados Unidos, al Chemical Bank y American Express. Primero cancelará a los bancos y más tarde se dedicará a pagar abogados, como lo hizo con el famoso robo de la Marina, hasta ahora sin sanción y sin recuperación de lo robado. Más modernismo es imposible.

¿Pagará también, sin chistar, lo que reclama la familia Marsano por sus terrenos en Limatambo?

No sería de extrañar, a pesar de los 20 mil metros cuadrados ya devueltos a los Marsano hace unos años, en una esquina muy engordada por la plusvalía: Aviación con Primavera. El afán de pago del gobierno de la Reconstrucción Nacional es incontenible. Lo que no quiere decir que propiciemos el 'perro muerto' a lo Alan García, ni que prejuzguemos sobre cuál sería la justa compensación a los expropiados de Limatambo. Lo que esta columna advierte es un afán de pago que hace sospechar que el ir y venir de tanto dinero puede dejar basuras en el camino. ¿Por qué -otro ejemplo- el desesperado propósito de cancelar todas las deudas de las empresas públicas (427 millones de dólares) con la banca comercial? Que se pague, en éste y en otros casos, está bien. Por lo pronto sería un acto de justicia que a OIGA le fueran devueltos sus talleres y edificio, confiscados en 1974 y hasta ahora en poder de los usurpadores. Pero otra cosa es tan desmesurado afán por pagar, sobre todo cuando el peso de las deudas lo carga el pueblo, obligado a abastecer la Caja Fiscal con el 18% de recargo en los alimentos, los libros, las medicinas, la vivienda... Cuando se es gobierno no basta con alegar honestidad. Hay que probarla.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - DE CÓMO SER PREMIADO POR VIOLAR CONSTITUCIONES - Revista Oiga

CASI al pie de la letra ha repetido el señor Serrano en Guatemala la receta que, "para perfeccionar la democracia", elaboró la OEA en el Perú, con ocasión del golpe militar que enarboló las banderas de Fujimori. Los militares de América Latina han visto confirmada así la nueva fórmula para violar constituciones impunemente: gracias al hilo invisible patentado por Gros, Baena y Einaudi se puede coser el himen después de cada violación y la sociedad americana aparentará no darse cuenta de lo sucedido. De este modo, tan nefando delito contra la democracia y el civismo no sólo queda libre de sanción sino que los violadores son premiados con la confirmación en el poder. Tremenda aberración ética que no hallará disculpa en nadie con un mínimo de reserva moral y que tenga algún respeto por la educación cívica del pueblo.

El redondo y orondo uruguayo Gros Espiell y el gris e hipócrita brasileño Baena, orquestados por el cardenalicio norteamericano Luigi Einaudi, se creyeron descubridores de una moderna piedra filosofal destinada a transformar la mentira en verdad, cuando no han hecho otra cosa que hacemos volver al pasado, a la barbarie de los tiempos en que los príncipes asesinaban a sus hermanos o a sus padres y se hacían reyes y la plebe los aplaudía y los nobles se arrodillaban a sus pies. A la época en que todo estaba permitido y perdonado, hasta los crímenes más inauditos, si se llegaba al trono. Época en que Macbeth y Lear viven sus tragedias. La primera sórdida y de sensualidad bestial, la otra aterradora por su dimensión planetaria. Las dos eternizadas por el genio literario de Shakespeare, en cuanto pasiones y caídas del hombre, siempre iguales en todos los tiempos, pero tragedias del pasado si las vemos como realidades sociales superadas por las monarquías de los de las primeras naciones y más tarde por los Estados Generales, por las monarquías constitucionales y las repúblicas de nuestros días. La OEA nos ha devuelto al ayer, haciéndoles creer a muchos que nos abría las ventanas del mañana. Y nuestro ayer más cercano es el autoritarismo presidencial de los Leguía, los Gómez y los Ubico. A ese ayer nos han empujado Gros, Baena y Einaudi. Buscó la OEA salir del apuro peruano del 5 de abril del 92 con una componenda a favor del que creyó más poderoso en la contienda igual que en los viejos tiempos de los reyes asesinos y desdeñó guiarse por el respeto a las normas éticas, al ordenamiento jurídico, a la constitucionalidad democrática. Se negó a cumplir sus obligaciones con la democracia y nos dejó en manos de una nueva Patria Nueva. La OEA, orientada por Einaudi, trató al Perú y, de paso, a todas las naciones al sur del Río Grande, como a republiquetas sin capacidad para vivir una verdadera democracia, indignas de un destino mayor.

Hoy, el reprimido autoritarismo guatemalteco se ha aprovechado de la receta de la OEA y se alista para usarla a fondo. Mientras que aquí, de primer momento, sin reflexionar, Fujimori apuró una de sus torcidas sonrisas y, satisfecho, celebró la copia guatemalteca de su modelo; para más tarde enfriar su entusiasmo, al advertir que hay precipitaciones que descubren el sucio interior de la mente. Pero esa mueca cachacienta quedó grabada en videos y servirá para avergonzar a algún miembro con dignidad de esa inútil asamblea, la OEA, reanimadora del Frankenstein autoritario en América Latina.

¿Ha servido para algo, aparte de platilla para otros golpes, el modelo Fujimori? ¿Ha "perfeccionado la democracia" como insinuaba la OEA o, más bien, ha servido para perfeccionar, con un civil en la proa, la dictadura, el despotismo, el autoritarismo militar?

Por lo pronto es mentira que los éxitos en la lucha antiterrorista se hayan iniciado después del 5 de abril de 1992. El debilitamiento de Sendero comienza con la desacralización universal de las ideas marxistas, con la caída del Muro de Berlín y la desaparición de esas ideas en las universidades peruanas, que era la cantera de nuevos mandos, tanto para Sendero como para el MRTA. También se inició el declive terrorista con la acción militar y de inteligencia alentada por el en ese entonces presidente Fujimori y, sobre todo, con la captura de Abimael Guzmán y la cúpula senderista; un operativo montado por el general Ketin Vidal mucho antes de ese 5 de abril. Esta es la verdad y no la propaganda montada todos los días en la televisión para endiosar a los señores Fujimori y Nicola di Bari.
Y aquí paran los méritos del régimen fujimorista. Un mérito grande, muy grande, sin duda, pero no suficiente para justificar sus arbitrariedades y abusos, sus latrocinios y malversaciones. Su ánimo dictatorial y su talante de agresión permanente.

Su política económica, bien orientada en términos generales según repiten los técnicos, pero ajena a las complejas realidades del país, está arruinando empresas y transformando a los peruanos en pordioseros muertos de hambre.

Se gobierna a espaldas de la ciudadanía, entre sombras, sin Consejo de Ministros y con acuerdos secretos que van apareciendo como hongos, de sorpresa en sorpresa: la liquidación del Banco de la Nación, escondida en una eufemística reestructuración, para volver al pasado, a los tiempos de la Caja de Depósitos y Consignaciones; impuesto del 2% a los activos, tributo confiscatorio que la violada Constitución y el buen sentido prohíben -el fujimorismo olvida que la gallina de los huevos de oro no es para comer-; pagos y pagos a escondidas de cuentas que no se explican...

La Blooming, una turbia agencia privada en Hong Kong, vende, sigue vendiendo la nacionalidad peruana en condiciones pactadas a oscuras en Palacio. Los fondos del Fonavi -más de 300 millones de dólares- son malversados alegremente por el propio Fujimori, lo mismo que los ingresos de las privatizaciones y la venta de pasaportes en el Asia. Y nadie explica nada.

Con cinismo repugnante, el gobierno y sus lacayos se amparan, cada vez que les es provechoso, en la Constitución, en la misma Carta Magna que groseramente violaron con tanques y metralletas. Y cada vez que les conviene la vuelven a violar. Les sobra el hilo invisible para coser hímenes que les obsequió la OEA. Ellos, los golpistas del 5 de abril, llaman golpistas despectivamente al general Salinas Sedó y a los militares que lo siguieron en el intento de restaurar la Constitución violada. ¡El orden puesto al revés!

Esa pobre Constitución, estropajo de lupanar para Fujimori, es usada como paño de lágrimas por la minoría en el CCD, una minoría que declara solemnemente la inutilidad de esa asamblea, calificándola de farsa, y sigue atornillada en el hemiciclo, ayudando a zurcir un orden constitucional hechizo, tela de araña que borrará cualquier viento.

¡Pobre Perú, convertido en pordiosero, en tropel de muertos de hambre! Condenado a volver al pasado, algunas veces a un pasado ajeno. Como las intendencias departamentales, creadas bajo molde pinochetista, sin tener noticia de los intendentes de Luis XIV de Francia, monarca absoluto por antonomasia. Intendentes que fueron predecesores de los prefectos napoleónicos que acabamos de licenciar. ¡Siempre como el cangrejo, revolviéndonos hacia atrás!

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESTÁ USTED EQUIVOCADO, MONSEÑOR CIPRIANI - Revista Oiga

LA imagen electoral del chinito con sus cholitos, usada por Fujimori para ganar simpatías internas y externas, explotando el resentimiento de los sectores nacionales preteridos y ciertos prejuicios sobre el Perú de norteamericanos y europeos, pronto fue colgada en una percha del olvido y poco a poco quitados de su lado los cholitos San Román y García, los que le sirvieron para construir esa imagen electoral. Hoy la realidad es totalmente distinta: el chinito ha terminado por hacer cholitos a todos los peruanos. Fujimori, en la intimidad, ya no está rodeado de cholitos sino de familiares y paisanos del Lejano Oriente; halagado a cierta distancia por los palaciegos de siempre, ahora convertidos en geishas. Fujimori engaña a las masas preteridas -los cholitos- de la campaña electoral más de lo que fueron engañados en el paso. Ahora las mayorías son burladas como nunca ante lo fueron.


El más reciente engaño es esto del veto 'sorpresivo' de Estados Unidos a la reincorporación del Perú al sistema financiero internacional. Veto con el que Fujimori ha armado un escándalo monumental, con el secreto propósito de unir al país alrededor de su persona. Toda una enorme mentira, construida con medias verdades, utilizada para zaherir a sus adversarios y desinformar a la población.

La verdad es simple y pedestre. Desde que el Departamento de Estado de Estados Unidos, hace varias semanas, hizo público un largo informe sobre la situación de los derechos humanos en el Perú, la embajada de ese país estuvo llamando la atención del gobierno peruano para que tomara en cuenta las observaciones allí hechas. Y era lógico que las exigencias en este terreno las ligara EE UU al favor que el Perú le solicitaba para que formara parte, liderándolo, de un grupo de naciones que lo solventarían para poder ser readmitido en el FMI y el resto del sistema financiero mundial. Era un clarísimo toma y daca que no dejaba, por ser contundentemente ciertas muchas de las observaciones norteamericanas, otra salida que coordinar una limpiada del rostro peruano en relación a democracia y respeto a los derechos humanos.

Fujimori no sólo no respondió a los requerimientos de la embajada norteamericana, sino que no instruyó a nuestra embajada en Washington para que hiciera gestiones de contención. Simplemente se dedicó a esperar hasta que estallara el globo que él mismo inflaba.

Ocurrido lo que sabia tenia que ocurrir, levantó la voz hasta el cielo; se rasgó las vestiduras patrióticas; lanzó a sus fieles perros periodísticos a ladrar contra Vargas Llosa, Gorriti y toda la oposición, también contra EEUU; y, a la vez, envió a sus secretarios en las carteras de Justicia y Economía para que firmaran cumplir con las exigencias norteamericanas, exigencias razonables que pudo y debió satisfacer semanas atrás. No le importó ser derrotado, le bastaba con parecer lo contrario ante el electorado local.

En las páginas que siguen podrá el lector informarse con detalle de este penoso episodio. Penoso, porque es triste observar cómo un jefe de Estado -aunque de facto- no cuide los intereses nacionales, sino que más bien los utilice para satisfacer apetitos personales de menuda política electoral.

Pero no es éste el único conflicto creado y azuzado por Alberto Fujimori la semana pasada. Fiel a su extraña afición por la guerra permanente y en todos los frentes, Fujimori inició la semana pasada una campaña contra los colegios, acusándolos de hacer negocio con la educación. Lo que comprobadamente, con escasísimas posibles excepciones, es falso. Los trató igual que a los institutos y academias, de las que él es buen conocedor, pues tuvo una, la Wisconsin, al parecer rendidora de abundantes ganancias. Fue una campaña relámpago dirigida principalmente, no se sabe con qué perverso designio, contra los colegios 'católicos'. (Los locutores de la TV cada vez que decían colegios religiosos se corregían apuradamente y aclaraban que se referían a los 'católicos', los que obedecen a la misma Iglesia que monseñor Cipriani, obispo que apareció en la TV haciendo una descarada defensa de la política fujimorista).

Pero, en fin, éste no es el tema de esta columna. Lo que del problema educacional queremos rescatar es otro asunto: el disparate que significa ponerle impuestos a la actividad educativa. Disparate si, disparate. Porque así resultó de las exposiciones de Fujimori y de Varillas, su oscuro y obsecuente ministro de Educación. Acusaban de negociantes y hasta de ladrones a los promotores de los colegios, reclamando la rebaja de las pensiones escolares, y remataban el discurso anunciando que los harían pagar impuestos. El ministro precisó que no debía obviarse el IGV. Por lo que la respuesta se daba sola: si hoy es cara la educación privada, con impuestos será más cara todavía. Y así se quedaría la clase media sin educarse o teniéndose que educar en su casa.

En el Perú, en la mayoría de los países del mundo entero, la realidad obliga a que la educación no tribute. El objetivo es lograr que la educación, una buena educación, alcance a la mayoría de la población. Es la mejor inversión que puede hacer un país. Una inversión a no muy largo plazo.

Lo mismo debe pensarse de las medicinas y hospitales. La salud es un bien que debe estar al alcance de la mayor cantidad posible de ciudadanos.

¿Y por qué no la cultura, considerada la prensa como una parte de ella?

Este es punto en el que hubo desacuerdo entre OIGA y el ministro Boloña. No propugnábamos que él le pusiera impuestos a sus empresas educativas- que es lo que plantea Fujimori en venganza por la carta de renuncia de Boloña- sino que, como en todo país civilizado, en el Perú estuvieran libres de impuestos -no al de utilidades- los libros, los colegios y universidades, la cultura en general, las medicinas y hospitales, los periódicos. O sea: educación, salud y cultura.

Los impuestos a los periódicos resultan atentatorios contra la libertad de prensa. No es posible que subsista normalmente una empresa periodística si al alto precio de los insumos -papel, tintas, películas se les agrega el IGV, lo mismo que a las facturas de avisaje y de venta de ejemplares. Esto resulta siendo un verdadero crimen contra la libertad y contra el ingreso salarial que merecen los hombres de prensa. Un crimen recién introducido en el Perú y que incomprensiblemente se calla hasta hoy. ¿Será porque el gobierno usa esos impuestos para doblegar a periódicos y televisoras?... Porque, en el Perú, la prensa que puede defenderse de esta auténtica tropelía no llega a la mitad de los dedos de una mano.

De estos detalles no están enterados los obispos, como el de Ayacucho, que afirma hay libertad absoluta de prensa en el país. Tampoco sabe monseñor Cipriani –y eso que ha viajado- que hay países europeos que subvencionan a la prensa. Si leyera los cables se habría informado de que hace poco L 'Humanité, el diario de los comunistas franceses, se quejaba porque la subvención estatal no le era suficiente para subsistir.

Tanto no pedimos las empresas periodísticas peruanas que no estamos dispuestas a 'entendemos' con el gobierno. y nuestro pedido no es exclusivo. Lo exigimos por igual para los libros, para las medicinas, para las escuelas, para los hospitales. Libramos de impuestos significa que nuestros periodistas no se mueran de hambre, que las revistas lleguen a muchas manos más -que es lo que teme la 'democracia' del señor Fujimori -y que la libertad no quede reducida a dos o tres revistas que se ven obligadas a vender sus ejemplares a más de dos dólares cada uno (un récord internacional). Además sépalo usted monseñor Cipriani, el gobierno que usted alaba no publica, arbitrariamente, un solo aviso en nuestra revista ni abre, siquiera por casualidad, sus informaciones a OIGA. ¿Esto es libertad de prensa, monseñor Cipriani? Si fuera usted cartujo o de una orden mendicante lo perdonaríamos, porque explicablemente carecería de datos suficientes para opinar. Sus loas a Fujimori, monseñor, no tienen explicación. No son perdonables.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESPIONAJE INACEPTABLE - Revista Oiga

EN las páginas de esta revista apareció la semana pasada un documento plenamente probatorio del espionaje que el comando militar peruano ejerce sobre los ciudadanos de este país, no sólo en el territorio patrio sino también en el extranjero. Peor aún, el documento publicado prueba además que el comando militar está por encima del Consejo de Ministros. Es el simple secretario del Comandante General del Ejército el que se dirige imperiosamente al ministro de Relaciones Exteriores comunicándole lo que ese comando juzga son contactos peligrosos de los diplomáticos en el exterior. Y la insinuación para que se castigue a los funcionarios observados tiene tono, aunque soterrado, de orden castrense.

El hecho reviste enorme gravedad porque prueba la existencia, dentro del régimen que gobierna el Perú, de un aparato, de un organismo, de un sistema de vigilancia propio de las más horrendas dictaduras fascistas, en las que las instituciones oficiales están subordinadas a las instancias policíacas del partido. En nuestro caso se le ha asignado al Ejército el papel que, por ejemplo, tenía la Gestapo en la Alemania nazi.

Sin embargo, pocos ciudadanos -aparte de los diplomáticos- se han inquietado con la noticia de que hay espionaje político en el país.

La vieja conseja de Bertolt Brecht se vuelve a hacer presente: Están vigilando a los diplomáticos, pero yo no soy diplomático. Espían a los exiliados, pero yo no estoy deportado. Les siguen los pasos a los apristas, pero yo no soy aprista y no me importa que los persigan a ellos -se lo merecen-...

La mayoría, si se pusiera a hacer memoria y repasara sus recuerdos, si razonara un poco e hiciera un esfuerzo por analizar lo que ocurre a su alrededor y tomara conciencia de ello, caería en la cuenta de que esos sistemas siempre concluyen en que todos los ciudadanos, sin excepción alguna, quedan sometidos a la vigilancia de los servicios de inteligencia de la Suprema Autoridad, del padre de la Patria Nueva o Nuevo Perú. Pero, por lo general, no ocurren así las cosas. La mayoría cae siempre en la trampa de no mirar lo que le ocurre al vecino y deja que le vayan recortando poco a poco la libertad, que se la vayan quitando a rebanadas, como se corta el salame.

Bueno, esto no le ocurre a todos, no. Nunca ha faltado gente con mayor preocupación que la común por las cuestiones que afectan a su libertad o intimidad, gente con mayor inclinación a hacerse solidaria con los demás, gente con sensibilidad ciudadana, con instinto democrático. Y esa gente sí se da cuenta que hoy en el Perú la conseja de Brecht no es un juego de palabras sin sentido; que los abusos ante los que uno cierra los ojos, porque los sufren otros, mañana le pueden ocurrir a uno si no se alza él contra el abuso y convoca a otros a que lo acompañen en su protesta. Esa gente advierte que si no se logra crear conciencia en los demás de que el abuso contra un hombre, cualquiera que éste sea, es un abuso contra todos los hombres, terminaremos todos siendo esclavos. Esa gente entiende muy bien que si el abuso es parte de un sistema, todos los ciudadanos del país donde ese sistema se vaya imponiendo perderán poco a poco sus libertades y serán fácil presa de abusos sin cuento. Así comenzaron todos los totalitarismos, todas las Patrias Nuevas que en el mundo han sido.

Y eso es lo que, por desgracia y sin que muchos lo adviertan, está ocurriendo hoy en el Perú. El documento publicado la semana pasada en OIGA nos lo precisa con claridad, nos entera a plenitud que hay espionaje político en el país y que los espías tienen más poder que los ministros, más autoridad que las autoridades oficiales. Ese documento nos informa de que en el Perú actual la vida íntima, las relaciones personales, nuestras actividades cotidianas pueden estar siendo controladas por el alto mando del Ejército, puesto al servicio de los desconocidos designios del señor Fujimori. Y si esto no irrita, no indigna a la gente, algo nos está faltando.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - ESTADÍSTICAS É HISTORIA -

PODRIA comenzar esta nota diciendo que ha sido magistral la decisión de concederle a Bolivia una zona franca en el puerto de Ilo y el uso de unos cuantos kilómetros de playa en esa misma zona, Sin duda, el paso dado es acierto del presidente Fujimori. Un paso que abre vastas perspectivas de actividad comercial para todo el extremo sur de la República, nos coloca en buen pie para resolver pequeños asuntos pendientes con Chile y hace crecer ante el mundo la imagen del Perú como nación colaboradora de la paz y del sano entendimiento con sus vecinos. Sin embargo, es tema que requiere meditación y es propio de especialistas. También me hubiera agradado poder escribir sobre otra buena noticia, una nueva que debiera despertar alborozado regocijo en el país: el comienzo de la desintegración de Sendero y del MRTA. Desmoronamiento que, estoy seguro, debe haberse iniciado hace algún tiempo, ya que ningún movimiento terrorista puede haber quedado inmune al tremendo efecto desmoralizador que han significado la caída del comunismo, el derrumbe estrepitoso del muro de Berlín y, sobre todo, la comprobación de la inutilidad del marxismo. Desgraciadamente, las primeras noticias, confirmando mis infundados presentimientos, son todavía inciertas, sujetas a precisiones mayores. Pero el río suena y es porque piedras trae.

Por otros senderos de la actualidad tendré que ir buscando el tema de esta columna. O, también, revisando el pasado para descubrir cuánto hay de equívoco en las encuestas y estadísticas que alimentaron el artículo de mi buen amigo Luis Gamarra Otero, publicado en el último número de OIGA. Por algo se dice que las estadísticas, hábilmente manipuladas, nos pueden hacer creer que la Cuba de Fidel Castro ha sido, es y será el paraíso de los pobres. Hecho falso de ayer, de hoy y también de mañana si Fidel Castro sobrevive al derrumbe de Marx. Primero, porque la Cuba precastrista nunca fue la nación subdesarrollada que muchos se figuran, más bien la revolución significa deterioro en el desarrollo económico de la isla y decadencia en el bienestar de los profesionales, de la clase media y de los obreros especializados. Y, segundo, porque los grandes logros cubanos en educación, sanidad, ciencias médicas, deportes, tecnología, se debieron no sólo a la capacidad humana de su gente, a su rapidez mental, sino también, y en grado muy grande, al gigantesco apoyo financiero de los soviéticos, que tenían a Cuba como un portaviones militar frente al enemigo. La dictadura, la mano fuerte, los comités de la revolución, nada positivo le dieron a Cuba, sólo lágrimas y sangre.

Me ha dejado, pues, desconcertado con su artículo el buen ingeniero agrícola que es Gamarra. No entiendo cómo un demócrata se haya dejado confundir por las estadísticas hasta el extremo de creer que el dictador Odría fue uno de los mejores presidentes del Perú y que la chifladura marxistoide de la revolución militar no fue la autora del Perú estatificado hasta el delirio. Cualquiera con un poco de memoria, menos Gamarra, recuerda al Perú estatificado en sus actividades petroleras, siderúrgicas, industriales, pesqueras, y lo identifica con la revolución castrense y sus asesores marxistas. No todos hemos olvidado el chiste aquel del "putiperú" que bien pudo ser realidad.

No, amigo Gamarra, las estadísticas son útiles cuando pueden ayudar a esclarecer los hechos, pero cuando terminan tergiversándolos son no sólo un estorbo sino una estafa intelectual. Y la verdad es que Odría fue un tiranuelo vulgar y silvestre, protector y, a la vez, hechura de un personaje inteligente y tenebroso, Esparza Zañartu, a quien la realidad y algunas obras literarias le han dado justa celebridad de malvado y cruel. Es cierto que hizo obra todavía son visibles las grandes unidades escolares construidas por su ministro de Educación y alzó algunas unidades de viviendas, pero no puede compararse en este aspecto al mariscal Benavides, dictador ilustrado que siempre soñó con enrumbar al Perú hacia la democracia, y mucho menos parangonearse al arquitecto Belaúnde, presidente democrático, gestor de buena parte de la infraestructura nacional. Lo que sí deben consignar las estadísticas, y olvidó divulgar el amigo Gamarra, son los ingresos enormes de que dispuso la dictadura de Odría, gracias a la guerra de Corea, la última en que fue descomunal el derroche de minerales.

El propósito del artículo que comento era, al parecer, probar las bondades del liberalismo. Para ello usó Gamarra las estadísticas y se puso unas grandes y conocidas anteojeras, que no por llevar el membrete liberal dejan de ser dogmáticas, irracionales, fanáticas, excluyentes del raciocinio abierto, del análisis objetivo de los hechos. De allí que perdiera la huella y se desbarrancara.

Si el espíritu liberal hubiera guiado a Gamarra y no la doctrina, con sus dogmas cerrazones, habría recordado que el Perú se venía balanceando desde siempre entre la libertad y el miedo y que la eficacia en el gobierno no ha sido su distintivo. En el pasado, eficaces fueron el demócrata Piérola y el dictador Leguía. Bien caro nos costó la eficacia de este último. No solamente en amarguras, divisiones, deudas, dolores acumulados en once años de despotismo, sino en la anarquía que nos dejó como herencia. A esos once años continuaron quince de disturbios, sablazos y dictaduras, entre ellos los también eficaces años de Benavides. Durante todo ese tiempo las licencias liberales campearon a sus anchas. El Estado ni siquiera era gendarme en asuntos de negocios y producción. Símbolo de la obra física con espíritu social, obra naturalmente de la empresa privada, son los edificios de El Porvenir, todavía en pie. Son demostración del horror al que puede llegar el afán de lucro liberal.

Recién en 1945, con el apoyo decidido del mariscal Benavides -prueba de que existe el militarismo ilustrado-, irrumpe la democracia como aire fresco que viene de lejos. Pero el APRA, con Haya de la Torre a la cabeza, no puede limpiarse de su pasado marxistoide, y le va haciendo la vida imposible al doctor José Luis Bustamante y Rivero, el demócrata cabal que ha asumido la presidencia para que el país comience a educarse cívicamente. Bustamante tiene ideas modernas -naturalmente que la modernidad es valor cambiante- y lo anima un espíritu evangélico. Poco es lo que se puede hacer, en el terreno de la obra física, durante tres años de lucha intensa y frustrada por establecer la democracia en el Perú. Sin embargo, como réplica al deshumanizado conjunto habitacional de El Porvenir, obra de los hombres de negocios, el gobierno de Bustamante construye la Unidad Vecinal Nº 3 -hasta hoy modelo habitacional- y deja en funcionamiento la Corporación de la Vivienda.

Luego va creciendo el sector estatal, lentamente y de acuerdo a las tendencias en boga por el mundo. Ese crecimiento se produce tanto con el tirano Odría como con el ya en ese entonces demócrata don Manuel Prado. Hay renglones de la economía que, en aquella época, era imposible pudieran interesar al sector privado. Pero el Perú seguía siendo Iiberalísimo para los comerciantes, industriales, mineros y agricultores. Y ¡el colmo!: los impuestos no los cobraba el Estado sino una compañía privada, la Caja de Depósitos y Consignaciones la que, en el súmmum del descaro, le cargaba al Estado los costos de la cobranza.

El gobierno democrático de 1963 no estatiza ni una fábrica, ni una mina, ni una nave. Sí crea el Banco de la Nación y liquida la liberalísima Caja de Depósitos y Consignaciones, cueva de los más rancios e injustos afanes de lucro. También inicia, con extremada timidez, la Reforma Agraria. Pero sobre todo se dedica a transformar la infraestructura física del Perú: carreteras, irrigaciones, hidroeléctricas…

¿Es justo que mi amigo Gamarra, con unas cifras imprecisas y sin argumentos, acuse al régimen democrático del 63 de ser el iniciador del estatismo, aligere así a la revolución militar y a las ideas marxistas que la acompañaron del tremendo delito que significó crear el monstruo estatal que hasta hoy tiene agobiado al Perú, un monstruo inventado, montado y amamantado íntegramente por el régimen marxista-castrense de los años sesenta y setenta? La crítica que sí les alcanza a los regímenes democráticos que sucedieron a la revolución militar, aunque no a todos por igual, es no haberse atrevido a desmontar al monstruo ni a borrar las normas socializantes que impusieron los militares a la empresa privada. Y digo que la crítica no les llega a todos por igual, porque a Alan García, fiel a sus ideas socialistas, revolucionarias y antiimperialistas, no sólo no le disgustaba el tamaño elefantiásico del Estado, sino que quiso inflarlo más con la estatificación total de la banca; y porque no se comprende que el actual gobierno, a pesar de las circunstancias internacionales, totalmente adictas al liberalismo extremo, no se decida a trasladar al sector privado una sola empresa estatal.

FRANCISCO IGARTUA - EDITORIAL - COMPLOT CONTRA LA DEMOCRACIA - Revista Oiga

BIEN quisiera extraviarme por los caminos de la inconsciencia y hallar que vivimos en un mundo aceptable y hasta casi placentero, si no fuera por algunas graves preocupaciones económicas y por el cuadro de miseria que nos rodea, bastante más maloliente y estremecedor que el que se observa en otros países latinoamericanos, no hace muchos años en condiciones muy inferiores al nuestro. Bien quisiera cerrar los ojos y no ver, no oír ni sentir lo que pasa en el Perú de estos días y deslizarme por los sueños del recuerdo de épocas mejores, optimistas. Pero la obligación de un periódico o revista de opinión es la de pisar tierra y no burlar a la realidad. Una realidad que día a día se hace más pavorosa y más real, más inescamoteable.

¿Cómo callar, por ejemplo, lo que está ocurriendo con la subversión, el problema número uno del país?... Y, tampoco es posible silenciar, menos una revista de oposición, el complot que el presidente Fujimori va tejiendo, con cautela pero sin pausa, para lograr lo que podría llamarse captura del poder desde Palacio, la toma subrepticia de un mando extralegal que excede al mandato que el pueblo otorga con sus votos en las elecciones. Hay más que un estilo imperial en el presidente Fujimori. Está ya clarísima no sólo su tentación al atropello de las instituciones republicanas y al avasallamiento de los otros poderes del Estado, sino su propósito de acomodar las disposiciones constitucionales a sus apetitos cesáreos. Para ello le sirven -como ahora, en el caso de la promulgación del presupuesto observado- las opiniones profesionales de ilustres jurisconsultos habituados a hallar razón en sus clientes.

Pero no nos saltemos el tema del terrorismo que es el telón de fondo de todo lo que ocurre en el país. Un tenebroso telón de fondo que no es posible ocultar a una opinión pública que, atónita, acaba de presenciar cómo las fuerzas del orden, incluidos el Ejército y la Aviación, rehuían enfrentarse a un comando senderista que se había apoderado de los campamentos de la Mobil en la selva y de dos helicópteros que, una vez cumplida su misión destructora, los subversivos usaron para retirarse del lugar. Ni el Comando Conjunto, ni el general en jefe de la Zona de Emergencia ni la policía de la región, ni el ministerio del Interior, ninguna de las autoridades del Estado movieron un dedo contra los senderistas, a pesar de estar bien enteradas -con muchos días de anticipación- de lo que tendría que ocurrir y ocurrió. Tampoco es misterio que el cerco de Sendero sobre Lima se viene estrechando sin que el gobierno y los militares hagan otra cosa que condecorarse entre ellos, brindar con champagne y lanzar al viento discursos furibundos contra la subversión; mientras ésta sigue imponiendo su horca y su ley en grandes extensiones del territorio nacional y en las tres entradas y salidas terrestres de la capital. Pisco, Cañete, Huachipa, Huaycán, Huaura, Barranca, Huacho son zonas rojas, donde las autoridades apenas están pintadas en las paredes y sobre cuyas costas vuelan los helicópteros de la policía... vigilando para que los bañistas imprudentes no se ahoguen. ¡Pareciera que el ministro de Alan García, don Agustín Mantilla, hubiera tenido cuidado en adquirir -con sobreprecio naturalmente- máquinas que no pudieran alejarse del mar, sin techo suficiente para actuar en la serranía, con ánimo de obedecer el consejo de su bondadoso espíritu: salvar veraneantes distraídos antes que perseguir senderistas!.

Este telón de fondo, donde el terrorismo se va imponiendo mientras la acción antisubversiva se pierde -como vemos entre aterradores disparates e incongruencias, es el escogido por el presidente Fujimori para ir complotando contra los otros poderes del Estado y la institucionalidad republicana ¡Increíble, pero cierto!

Porque eso, conspiración contra el orden democrático, es lo que se esconde tras la discutida promulgación parcial del Presupuesto para 1991. No hay disputa alguna sobre si el presidente puede observar o no, parcial o totalmente, las leyes aprobadas por el Parlamento. Se trata de una clarísima atribución presidencial que nadie pone en duda. Lo que se rechaza, lo que subleva a los defensores de los fueros democráticos y del equilibrio de poderes que la Constitución consagra es la voluntad presidencial de imponer su capricho, usando caminos vedados tanto desde el punto de vista jurídico como político. A nadie convencen los doctores Enrique Chirinos y Javier Valle Riestra con sus alambicadas explicaciones constitucionalistas en favor del veto presidencial, que en el caso del doctor Chirinos concluyen con la cavernaria tesis de que la disputa la ganará el poder del Estado que disponga de mayor fuerza: "el país tiene presupuesto -dice Chirinos- y el Congreso ha de reunir, si quiere y si puede, una mayoría calificada para vencer el veto presidencial". Y ese camino, el de la imposición y confrontación de poderes es justamente el que han de rechazar todos los que lean la Constitución con ánimo constructivo y democrático. Puede el presidente -nadie lo discute- observar en todo o en parte una ley, pero el mandato constitucional es preciso en señalar que luego de la observación es obligatorio devolver al Congreso la ley observada para que éste, que es el Poder Legislativo, sea el que decida, no porque pueda más o pueda menos, sino porque ese es el orden jurídico de las cosas en una constitución democrática, con equilibrio de poderes.

¿Que no había tiempo para cumplir con el trámite de devolver al Congreso la ley observada, ya que la Constitución obliga a que el 1º de enero entre en vigencia el presupuesto del año?

Falso: porque el Parlamento, para cuestiones de presupuesto -no para otras leyes-, no desaparece cuando está en receso. Hay comisiones permanentes de Presupuesto y del Congreso para aprobar o desaprobar, en el plazo de una semana, los proyectos que le remita el Ejecutivo modificando la Ley Anual de Presupuesto. (También podía haberse convocado a Legislatura Extraordinaria para lo mismo). Todo esto en el terreno de la hermenéutica parlamentaria. Pero también es falso el argumento de la falta de tiempo si consideramos que la demora en el traslado de los documentos presupuestales del Congreso a Palacio de Gobierno fue una jugarreta política de Cambio 90, destinada a justificar el caballazo presidencial contra el Parlamento. Se trata de diez días perdidos premeditadamente, de una maniobra, a todas luces grotesca, en la que las manos de los parlamentarios de Cambio 90 adictos al presidente aparecen por todas partes.

Una vez más las huellas del complot que el presidente Fujimori viene tramando contra la democracia han quedado grabadas. Esta vez en la Ley Anual de Presupuesto.

Mientras tanto los caballos del Apocalipsis recorren las punas, selvas y costas; peruanas.

lunes, 8 de junio de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Otra vez la inútil conseja de Brecht – Revista Oiga 11/08/1995

Se ha repetido tantas veces la conseja de Brecht, y tan inútil­mente, que me parece perder el tiem­po volverla a citar: Vinieron por el sas­tre de abajo, pero yo no era sastre... Vinieron por el vecino religioso, pero yo no era religioso... Hasta que vi­nieron por mí...

Lo mismo está ocurriendo hoy en el Perú y nadie o casi nadie se inmuta. La persecución no es contra ti, contra los individuos, sino contra las institu­ciones, muchas veces contra corpora­ciones adversas a tu sentir y ajenas a tu gremio, por lo que te quedas quieto, sin advertir que la próxima puede ser tu comunidad. Se agravió, por ejem­plo, a los jueces y magistrados y se arrasó con la institución judicial... y muchos pensaron ¿por qué deberían preocuparse los que no eran jueces, o magistrados?... Lo mismo ocurrió con los Colegios Profesionales, pero como millones de peruanos no son profesio­nales ¿por qué habría de cundir la alarma?... Los municipios fueron atropellados, pero como la mayoría no es concejal ni pretenden serlo hubo silen­cio... Se vilipendió a los políticos y a los partidos y como ni partidos ni políticos son gratos cuando están lejos del po­der, la multitud los repudió y los halló “tradicionales”, la nueva voz descalifi­cadora... Ahora le ha tocado el turno a la Iglesia, y para agraviarla impune­mente, con alevosía y ventaja, el agra­vio vino unido a un tema sobre el que la Iglesia sostiene una posición que no es bien vista por la mayoría de las gentes. Y la reacción es: ¿por qué rechazar esos agravios si uno no es religioso? ¿Por qué preocuparse por el manoseo a una institución que sostiene una posición diametralmente contraria a la libertad sexual, a la que uno es afecto?

El conflicto creado por el presiden­te de la República con su agresiva referencia, en el Mensaje del 28, al control de la natalidad, aderezada con unos cuantos insultos a la Iglesia, es un hecho político y no otra cosa. Un conflicto en el que nada tienen que ver las te de cobre, los condones, las abstinencias, las píldoras y ni siquiera el aborto. Se trata de un gesto político dirigido a someter a la Iglesia como institución, planteado en un terreno estratégicamente escogido para, en la confrontación buscada, el gobier­no cuente con todas las circunstan­cias a su favor, ya que son los más y no los menos los que prefieren no ser molestados con interferencias mora­les a la hora del placer sexual y son numerosísimos los ciudadanos con odio natural a lo religioso, a lo sobre­natural, a la disciplina ética que no parta de la propia voluntad. Aparte de que no hay persona consciente que no se preocupe y alarme con el creci­miento de la natalidad en medio de la miseria, el hambre, el abandono y la ignorancia.

No se trata, como Expreso ha que­rido hacer creer, de que los exabrup­tos presidenciales contra la Iglesia se produjeron como apurada y simple respuesta a la homilía del Cardenal Vargas Alzamora en el Te Deum, en la que éste hizo genérica y conceptual referencia a las obligaciones de los gobernantes. No. El Mensaje se pro­duce poco después del Te Deum y fue leído. Era un texto escrito de antema­no. Los insultos de “vacas sagradas y tabúes que se derrumban” fueron, pues, premeditadamente consigna­dos en el Mensaje para crear el conflicto político. Más todavía, al día si­guiente y al subsiguiente, en El Peruano, el periódico oficial del Estado -o sea de todos los peruanos-, apare­cen dos artículos donde se insulta a la Iglesia hasta la náusea -ver sección En el Perú-, bajo la firma del secretario del presidente Fujimori.

La intención política no puede es­tar más clara y sólo a los ingenuos se les ocurre caer en el juego y ensartar­se en la oscura polémica sobre méto­dos para lograr el sexo seguro. La Iglesia, con habilidad antigua, no cayó en el anzuelo. Planteó, en un comunicado del pleno episcopal, su razonado rechazo al aborto, al asesi­nato de una vida ya nacida, expuso su doctrina sobre los métodos de plani­ficación familiar y con un largo capo­tazo alejó de sus terrenos al toro bravo que el gobierno le había solta­do. Y para rematar la faena, con sosiego de civilización añeja, monse­ñor Irizar explicó: “Cada pareja y persona es responsable de su vida conyugal; en ese sentido nosotros ayudamos -desde la Iglesia- a for­mar conciencia, pues, al final, cada persona decide en su conciencia ante Dios. Por eso, al santuario de la con­ciencia, no entramos; ahí no entra nadie, mucho menos el Estado”. En resumen, la Iglesia no propone ni alienta una política poblacional. Ese es terreno del Estado. Lo que la Iglesia tiene es una doctrina al respecto que los fieles a ella y los hombres de buena voluntad están en libertad de seguir. Una doctrina que no propugna la pro­creación irresponsable sino la paterni­dad responsable y a la que le preocupa no tanto el número de habitantes sino la forma como estos aumentan.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Fujimori forever – Revista Oiga 4/08/1995

Todo estaba en orden, dispuesto espectacu­larmente: los presiden­tes de Sudamérica en pleno —excepto el del Ecuador—, bien a la vis­ta, dando la espalda a la bancada de la oposición; en el resto del hemiciclo, con las manos en los pupi­tres listas para aplaudir, la bancada oficialista... De pronto la Marcha de Banderas, los tatachines y ningún empujón. Todo en orden. En el estrado apareció con la banda impecable, cruzada al pecho, el presidente Alberto Fujimori. Vestía de oscuro, con elegancia... Los trucos de escena eran visibles. Pero, de los ahí presentes, el único que estaba al tanto del ritual organizado era Fujimori, quien daba las órdenes á un lado y a otro. Luego, sin preámbulo, comenzó el presidente su discurso, con tono de mando y voz de cuartel. Esas parrafadas iniciales, resu­men de sus cinco primeros años de go­bierno, los selló pidiendo un minuto de silencio por todos los peruanos muertos en estos años de guerra civil. Por todos, “porque todos, hasta los senderistas, son peruanos”. Un clarín vibrante —previa­mente ensayado sin duda— acompañó al sepulcral silencio de la Asamblea. Cerca del clarín había una cantante... El presi­dente de acercó a la presidenta del Con­greso y le colocó la insignia de Jefe de Estado. La señora doña Martha Chávez de Ocampo no sabía qué hacer con la banda que le había puesto Fujimori. Pare­cía enredada en ella, en el clarín y en la cantante que tenía a la vista; cantante a la que le correspondió coronar con su bella voz la segunda parte del discurso del presidente, concluido con un estudiado “y así podremos decir somos libres, seá­moslo siempre”, dándole entrada al ope­rático himno nacional en la solitaria voz de Cecilia Barraza.

En el mismo orden que se montó y se desenvolvió la espectacular y solemne Asamblea —teniendo como único direc­tor y actor al presidente Fujimori— ésta se disolvió. (Nadie vio ni sintió, ni siquiera los sabuesos de la prensa, a los vicepresidentes. Estuvieron como ausentes).

¿Acaso no hubo discurso?

Bueno, sí. Y hasta dos o uno en dos partes. Pero la puesta en escena y los trucos teatrales fueron parte integral del Mensaje presidencial, reforzaron la lectura del presidente Fujimori, resaltando su con­tenido autocrático que muchas veces que­dó velado o disimulado en sus palabras.

La primera parte, muy breve, antes del juego de quita y puestas de banda, la dedicó Fujimori a hacer un recuento alti­sonante, con aires marciales, de los reco­nocidos logros de su primer período —salvataje de la economía, devolución de la tranquilidad a la ciudadanía, redimen­sionamiento del aparato del Estado—; lo­gros que no sólo nadie niega sino que hasta la oposición aplaude, aunque no como la mayoría, que lo hace sin razona­miento alguno. No hubo, eso sí, un míni­mo de autocrítica. Sólo después de este acto, en declaraciones a la prensa, el pre­sidente Fujimori se lamentó de no haber podido cumplir su promesa de liquidar por completo a Sendero antes del 28 de Julio del 95. La reorganización de la banda terrorista es tan evidente que era imposi­ble no reconocer el hecho. Sin embargo, dejando entrever que él es todopoderoso hasta más allá de la muerte, añadió que el camarada ‘Feliciano’ no se le iba a escapar ni en el cielo ni en el purgatorio, “que es donde seguramente está”.

La segunda parte o segundo discurso fue el planteamiento, en líneas genera­les, de lo que será su segundo quinque­nio: más de lo mismo, pero mejor. Lo que bastó para satisfacer y hasta hacer delirar a las mayorías, que cada vez son más grandes y más disparatadas en sus opi­niones. Por ejemplo, el porcentaje de peruanos (14%) que consideran a Fuji­mori el personaje principal de nuestra historia es mucho mayor que el porcenta­je (8%) de los que prefieren a don Miguel Grau, el héroe de Angamos.

Trató de planes y metas a futuro que muchos de los propios partidarios de Fujimori han considerado demasiado va­gas e imprecisas, demasiado breves. Han faltado –dicen– referencias precisas so­bre economía, sobre la estructura del Estado que él esta inventando, sobre las reformas que el presidente tiene in pécto­re... Pero pueda que en este punto esos fujimoristas anden equivocados. Lo que un jefe de Estado traza en estas ocasiones no es un programa minucioso por hacer sino un lineamiento general de la ruta a seguir. Lo que hace es señalar el rumbo.

Y el nimbo planteado por Fujimori no es equivocado. Ha acertado al hacer hincapié en que la educación será la preocu­pación central del Estado en el próximo quinquenio; porque así como no hay desa­rrollo real y sostenido sin democracia –democracia sin añadidos como explicó el presidente Sanguinetti en Canal 4–, tam­poco lo habrá sin cultura, sin una pobla­ción debidamente educada. No está, pues, errado el presidente en el rumbo señalado.

Pero ¿cuál será el tipo de educación que tiene en mente el presidente Fujimo­ri?... Aquí ya el terreno se ablanda y el panorama se hace confuso. Lo que nos obliga a mirar hacia atrás y revisar lo ya hecho. Por ejemplo, en el campo econó­mico es evidente que Fujimori no se dio el trabajo diseñar una política económi­ca. Le bastó con ponerse a órdenes del FMI y del Banco Mundial. Y en ese cami­no andamos. En el problema terrorista se confió en los planes del Ejército y tuvo éxito, aunque hoy se va viendo que los métodos policiales son más eficaces... ¿Cuál será la receta educativa?

Por lo pronto, hasta hoy, el concepto que el régimen tiene de educación y de cultura no es alentador. Por un lado da muestras de creer críe educar es sólo construir escuelas y repartir computado­ras y, por otro, ha demostrado que no tiene idea del valor de los libros ni de la lectura en general. ¡Durante cinco años en el Perú se ha estado pagando 35.5% de impuesto al papel!

Es de esperar que las cosas cambien al haber hecho primer ministro al ministro de Educación.

Pero el Mensaje presidencial no se limitó a señalar metas, plazos y aspiracio­nes, también tuvo una buena cuota de ají y pimienta, dedicando una parte del pi­cante a hacer demagogia populista con el pan, lo que lo llevó a deslizarse hacia la lucha de clases, a azuzar a los de abajo contra los de arriba y a darles un susto a los harineros.
El gran picor lo reservó para la Iglesia, con la jerarquía nacional presente en el hemiciclo. Sin ninguna delicadeza le lan­zó el agravio- de vaca sagrada, dejando entrever que el Estado auspiciará el con­trol de la natalidad, incluido el aborto. Más tarde negó lo del aborto en rueda de prensa, pero dejó entero el agravio y la posibilidad de que –como dice uno de los cuadernillos del “Pajarillo Verde”– el Esta­do aplicaría la esterilización compulsiva “en los grupos culturalmente atrasados y económicamente pauperizados”... Con la habilidad ya demostrada frente al Po­der Judicial, a los Municipios, al Poder Electoral y a otras instituciones, Fujimori ha embestido a la Iglesia en un tema controvertido y en el que la posición religiosa no goza de simpatía. Con ello no trata Fujimori de colocar en lugares sepa­rados el ‘trono’ y el altar –lo que ya ocurre y es saludable– sino de lograr que el `trono’ impere sobre el altar y sobre cual­quier otra institución. Y esto es mucho, es desvarío. Es querer imitar a Napoleón, olvidando Santa Elena.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – De sainetes y tragedias – Revista Oiga 24/07/1995

En un mundo políticamente irracional, donde, por un lado, asistimos a la portentosa presencia del ingenio humano en la sideral atmósfera de Júpiter y, por otro, observamos las atroces -espeluznantes- matanzas de Bos­nia y Chechenia, acaso parezcan saine­tes las tragedias y los triunfos que nos rodean a los peruanos. Pero pueda que no tanto si tomamos en cuenta la relativi­dad de las cosas y si pensamos que siempre es uno mismo el eje del universo. Porque siendo descomunal la hazaña de visitar Júpiter -aunque sólo sea por medio de sondas espaciales y más que aborrecible la irresolución con la que mira Europa las horrendas salvajadas que ocurren en Bos­nia, en el propio territorio europeo, no deja -guardando las distancias- de ser dra­mática para nosotros la realidad peruana de estos días, de indudables logros econó­micos -cierto que sin llegar todavía a los peruanos de a pie- y, a la vez, de vergonzo­sas caídas en los abismos de la incultura cívica. Mejor dicho: más que caídas, recaí­das en el primitivismo político.

Hace años, un hombre pintoresco pero de aguda percepción de su ambien­te, el iqueño don Temístocles Rocha, expresaba así, desafiante, el carácter del autoritarismo odriísta del que él era ca­pitoste:

-¿Qué importa la Constitución si so­mos la mayoría?

Exactamente el mismo pensamiento que en estos días han expresado dos damas, de pantalones puestos y repre­sentativos del régimen fujimorista, las dos del mismo nombre: Martha. Las dos con t y h. Y ninguna de ellas chacarera como don Temístocles sino mujeres ilustradas, con título académico, y una de ellas de renombre internacional.

Para las señoras Chávez y Hildebrandt -aquí sí igualadas en ideas, en ideología, con don Temístocles Rocha- las mayorías man­dan y no han sido elegidas para perder tiempo en discusiones con las minorías sino para “hacer las cosas que se tienen que hacer en el momento indicado...”

Razones sin duda recias, elementa­les, como las del rucio de Sancho Pan­za... Pero por ello nada valederas. No están dirigidas a convencer sino a impo­nerse. Y sin duda se impondrán mien­tras las mayorías sigan prefiriendo do­blegarse a reclamar sus derechos y mientras la fuerza de las armas, como en tiempos de Odría, respalden la filo­sofía -la ideología- del pragmatismo, del que manda porque tiene más votos en el Congreso y las armas de los cuarteles, aunque ordene disparates revestidos de sedas que parezcan sensateces.

No, señoras y señores de la mayoría, el mandato del pueblo no obliga a las mayorías a mandar sino a gobernar, con la disciplina severa de la ley, y a respetar los derechos de las minorías. Eso es democracia. Imponerse por medio de las bayonetas o por proyectos “sorpresa” en el Parlamento no es gobernar; eso es autoritarismo, es cesarismo, es capricho napoleónico.

Naturalmente que la democracia se­ría aberrante -aparte de ser un imposi­ble- si fuera la imposición de las mino­rías. Seria el desorden, la anarquía. Pero esto no quiere decir que las minorías deban estar pintadas en la pared. De­mocracia es diálogo y no puede haber diálogo si no hay dos o más plantea­mientos contrapuestos. Y democracia -igual que diálogo- también es medita­ción, es doble instancia, es la negación del apresuramiento por hacer. Alguna razón habrá para que en todas las de­mocracias bien asentadas, en las comu­nidades altamente desarrolladas, nunca deje de haber un Senado, que es la parte reflexiva de la institución parlamenta­ria, el hemiciclo de la meditación, don­de madura la confrontación habida en la Cámara Baja.

Mandar al caballazo no es gobernar, es desgobernar un país, es habituarlo al acatamiento ciego y temeroso, no es formar ciudadanos sino reclutas. Y con reclutas se puede ir a la guerra no a la conquista de un puesto en la comunidad de las naciones desarrolladas o, como se dice ahora, en la modernidad.

Esta es una verdad tan firme como un templo y, desgraciadamente, el distinti­vo principal del régimen fujimorista es ese estilo: prepotente, autoritario, aun­que lo niegue la señora Chávez, quien no logra captar que es autoritarismo y del peor el declarar -como ella acaba de hacerlo- que seguirán habiendo “leyes de medianoche” porque “el trabajo noc­turno honra a quienes lo hacen”, aña­diendo que “no hay que cuidarse dema­siado de lo que dice la prensa, ni tener timidez a ejercer mayoría”.

Pero, peor aún: este régimen no se cansa de demostrar que es él la única autoridad, la única institución que orde­na y dispone en el país. No otra cosa significa, por ejemplo, la reciente amo­nestación de amedrentamiento que el gobierno le ha hecho llegar, indirecta, mente por medio de la Corte, a la jueza Antonia Saquicuray, por el delito de haber actuado en conciencia y fallado que la Ley de Amnistía, por recta inter­pretación constitucional, no alcanzaba a los asesinos de Barrios Altos. Esto es algo más que el “¿qué importa la Constitución si somos mayoría?”. Es la vigilancia y control que sobre toda la institucionali­dad nacional ejerce, de manera secreta y sutil, un Poder Ejecutivo no tan claro y explícito como aparece. Un etilo de go­bernar que en todas partes del mundo se entiende como fascismo.


FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Por mal camino andamos – Revista Oiga 10/07/1995

La reacción, cuasi festejante, del oficialismo ante el terrorífico coche­-bomba estallado en las puertas, de la casa del más connotado parlamentario de Cambio, Víctor Joy Way, ha dado pie a que algún observador acucioso del hecho haya abierto dudas sobre el origen del atenta­do. Tanto los titulares de Expreso como las declaraciones del propio afectado por la explosión y de los altos voceros del régimen, celebrando el haber obte­nido, como caído del cielo, un argu­mento para intentar una justificación a las groseras leyes de amnistía, han des­concertado a muchos y no es de extra­ñar que haya surgido la sospecha de que la bomba en casa de Joy Way haya sido un “atentado” fraguado en las entrañas del poder.

En OIGA no creemos que las cosas sean así. Significaría achacarle al go­bierno una maldad diabólica, tan sin piedad, que resulta impensable, ni si­quiera como hipótesis de trabajo. Y como, por otro lado, es imposible que el llamado grupo Colina pueda actuar de espaldas a los altos conductores del régimen, más bien sería razonable ver en el hecho otra prueba de que Sendero Luminoso sigue reconstruyendo su ma­quinaria de muerte. Se trataría de un acto aleve de terror que puso en riesgo la vida de los familiares y custodios de una de las mentes más lúcidas del go­bierno; de un acto que alarma porque afecta al desarrollo nacional, a todos los peruanos, pues vuelve a poner en cua­rentena la imagen del Perú en el exte­rior y daña al turismo, uno de los poten­ciales mayores que tenemos para impulsar ya, ahora, el crecimiento sosteni­do del ingreso de divisas; se trataría de un acto de salvajismo sólo imputable a Sendero.

Pero ¿por qué ha reaccionado el oficialismo como lo ha hecho?

Simplemente por el tremendo com­plejo de culpa que le han echado a las espaldas las leyes de amnistía: la que ha puesto en libertad a condenados por asesinatos horrendos y la que prepo­tente, abusivamente, ha dado normas anticonstitucionales para impedir que la Justicia haga un mínimo de Justicia. Dos leyes que interfieren la indepen­dencia de otro de los poderes del Estado e impiden se continúe investigando el caso Barrios Altos, el exterminio a san­gre fría de los asistentes a una pollada popular.

Han creído Expreso y el propio Joy Way que era posible aplacar la espanta­da protesta ciudadana contra las leyes de impunidad ventilando en grande el bombazo de La Molina Vieja y usándolo como pretexto para reclamar unidad nacional contra el terrorismo y para lanzar al aire, como palomas, intensos reclamos de paz. Tras lo cual se esconde un enorme contrabando: tratar de convencer al país de que la unidad sólo se puede lograr congregándose bajo el mando de Fujimori e instando al pueblo a creer que la paz debe significar la reconciliación entre sí de todos los pe­ruanos opuestos al terrorismo senderis­ta. O sea, se nos abre como obligatorio el absurdo camino del sometimiento a los continuos despropósitos y arbitra­riedades del régimen y al abominable reconocimiento de que los asesinos de La Cantuta y Barrios Altos son tan dig­nos de respeto como los generales Sali­nas, Robles, Mauricio, y que debemos abrazamos con ellos todos los peruanos que repudiamos a Sendero, porque, aunque equivocados en su modo de actuar, ellos fueron nuestros defensores contra el terrorismo. Algo alucinante, disparatado y tenebroso, que parte de gravísimos errores conceptuales, y tam­bién de infantiles reacciones, que no puede ser aceptado por la ciudadanía consciente, aún cuando, hasta hoy, es­tos contrabandos vengan pasando con facilidad y hasta sean bien recibidos por las multitudes de abajo y de arriba. La cultura chicha imperante hace que el público actúe como robot, por el simple temor a que, sin Fujimori, se acabe la tranquilidad y la esperanza logradas en los últimos años.

Responderé por partes a tan falaces argumentos.

Por lo pronto, el caso del Perú no tiene relación alguna con los procesos de transición a la democracia produci­dos en España y Chile. En esos dos países se da una guerra civil, descomu­nalmente mayor en el primero. Y la reconciliación es entre combatientes de estas guerras. Guerras tan puntualmen­te ideológicas que en Chile la amnistía dada durante el gobierno de Pinochet no alcanzó a los crímenes calificados como el de Letelier, hoy en el candelero. Aquí no ha habido tal encuentro, bélico y fraticida, sino algo parecido a lo que ocurre en Colombia: un enfrentamiento entre el Estado peruano y una banda armada dedicada a tener en vilo al país por medio de actos de terror, actos que, como en Colombia, por muy cruentos y espantosos que sean, no han puesto nunca en riesgo la seguridad interna de la República. Ni en el Perú ni en Colom­bia las guerrillas tuvieron alguna posibi­lidad de derrotar a los ejércitos de una u otra nación. Para que una guerrilla -por medios terroristas o de lucha abierta pueda colocarse en parangón con una Fuerza Armada, tiene que tener un con­sistente apoyo militar externo -caso Vietnam- y un sólido respaldo popular! Hecho este último que jamás se produjo en el Perú, ni siquiera en los momentos culminantes de las arremetidas terroris­tas. En todas las elecciones de los últi­mos quince años, los votos blancos, nulos o ultras, que podrían calcularse como afines a Sendero, no han llegado a más del 3 ó 4 por ciento. Y si ese fue el volumen en años pasados, mucho menor será ahora que los terrorismos marxistas están en declive en el mundo entero, donde se va despuntando más bien la violencia del fundamentalismo islámico. (El tema se desarrolla en la sección En el Perú). Lo que no quiere decir que el desgaste sicológico produci­do por el terrorismo, así como sus efec­tos desestabilizadores en la economía, no puedan descuajeringar a un país.

¿Cómo se puede hablar de paz cuan­do no ha habido guerra? Porque no es de creer que la paz a la que se refiere el oficialismo sea la paz conversada con Abimael Guzmán, o sea con Sendero.

Y en cuanto a la reconciliación de los asesinos de La Cantuta con los militares que, cumpliendo obligatorias normas constitucionales, conspiraron contra el gobierno surgido del golpe militar del 5 de abril del 92 o con los retirados que declararon en contra del régimen por mandato de sus conciencias, es algo tan aberrante que no merece gastar lápiz para tocar el tema.

¿Por qué la razón, la mesura concep­tual, el juicio sano, aunque lleno de pasión, estarán tan ausentes de la vida nacional?

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Sobre aquello de sentarse en las bayonetas – Revista Oiga 3/07/1995

SE dice que “los dioses vuelven ciegos a los hombres que quieren perder” y ¡vaya ciega que está la mayoría gobiernista en el Congreso! No aprecia o no quiere apreciar, que toda repetición es una ofensa y que por más que repita y repita una ley, ésta no es más legítima -o, mejor dicho, no será menos ilegítima- que su primera versión, si es que no hay -como no ha habido- enmienda a la anterior y se sigue trasgrediendo el orden constitucional, se sigue yendo contra de la naturaleza de las cosas y a contra pelo del sentir de la ciudadanía toda.

Esto es lo que ha hecho la mayoría gobiernista en el CCD y ha logrado así enajenarse la buena voluntad de la ciudadanía. Ha vuelto a recurrir el gobierno al manotazo de hierro, al golpe, esta vez contra el Poder Judicial, y lo ha hecho contrariando su propia Constitución. La ley de insistencia en la amnistía reitera la violación a la sustancia misma de cualquier Ley de leyes, pues, por lo pronto, si la amnistía es perdón por una culpa, no hay modo de amnistiar a alguien antes de que haya sido declarado culpable. Como es el caso de los presuntos responsables del horrendo y abusivo asesinato, a mansalva y sangre fría, de los asistentes a una pollada en Barrios Altos. Asesinato masivo que está en proceso y que la jueza doctora Saquicuray, con elemental sentido de la Justicia, no ha querido cortar, negándose a dar término a la investigación judicial, por considerar que la tal ley no puede alcanzar a los reos que todavía no han sido juzgados. Aunque en este asunto hay bastante más que el aspecto puramente jurídico, que admite el olvido de la pena, no del hecho. Se trata de un tema que nos lleva a topar con la ética, con el sentido de la moral pública. Por lo que bien ha hecho el escritor Bryce Echenique en declarar que amnistía viene de amnesia y que dentro de la cultura occidental, a la que pertenece esta palabra, el olvido sólo cabe cuando las faltas por perdonar son contra el Estado y no cuando lo son contra la vida de las personas, cuando se trata no de buscar la paz sino de premiar a una banda de aleves asesinos. “No puede haber per­dón para los criminales”, proclama el ar­zobispo y cardenal Alzamora, advirtiendo con dolor y preocupación que “se están perdiendo los conceptos básicos de la conducta humana”.
Sin embargo, no nos hallamos ante un gesto gratuito de prepotencia, no es un desliz aislado lo ocurrido, ni sólo existe el ánimo de liberar a algunos miembros del Ejército que tuvieron actuación eficaz en el golpe del 5 de abril del 92. Detrás de las arbitrariedades añadidas a la ley de amnis­tía, consolidadas con la reiteración de la semana pasada, está el claro propósito de consolidar una “democracia sui generis” o sea una “democradura” como ha dicho el célebre autor de “Julius” y “No me esperen en Abril”. Más precisamente: un régimen autoritario, sin instituciones, sin contrape­so de poderes, sin otra autoridad que la del líder y la cúpula secreta que lo asesora y orienta, dentro de un plan de gobierno de 20 años.

¿Lograrán sus propósitos el presidente Fujimori y su cúpula?

De momento la respuesta es obvia. Todos los recursos del Estado, todo el poderío de las armas, toda la iniciativa política están en manos del gobierno, mientras la economía muestra una cara sonriente. Muy poco, casi nada, es lo que puede hacer la oposición para resistir la oleada de atropellos, prepotencias y arbitrariedades que se han producido y segui­rán ocurriendo. Mientras las cosas estén como están, mientras tanto no varíe el clima político, poco o casi nada se puede hacer. Pero el abuso constante es como la gota de agua sobre la piedra, termina horadándola. El abuso -que es consustan­cial a cualquier autoritarismo terminará por generar el repudio generalizado de la opinión pública. Y contra esto, contra el veredicto popular, no habrá poderío que valga. Es vieja, sabia y comprobada la frase aquella de que “con las bayonetas se pueden hacer muchas cosas, menos una: sentarse en ellas”. Y quiéranlo o no, el sino fatal de las autocracias es sentarse en ellas. Es su destino.

Mientras tanto observemos con pacien­cia -no resignados sino manteniendo en alto la dignidad- lo que está ocurriendo alrededor nuestro y démonos cuenta de cómo la ciudadanía y b prensa, día adía, se va plegando a nuestra indignación. Aflora se ve a las claras que el único propósito del CCD fue darle visos de legitimidad demo­crática a la reelección presidencial y que toda normatividad legal -hasta su propia Constitución- es una piedra en el camino del autoritarismo. Por algo, mágicamente, se detuvo en el instante preciso la forma­ción del Tribunal de Garantías Constitucio­nales. Y pronto comprobaremos, si el Poder Judicial responde como debe res­ponder al golpe del Congreso, que en este país llamado Perú la actual normatividad jurídica es una tremenda farsa que estallará como un castillo de fuegos artificiales. Nos encontraremos con un Poder Judi­cial dando órdenes de captura que la po­licía -dependiente del Poder Ejecutivo- no ejecutará, porque el ministro de Gobierno dirá que él cumple con la ley y no con las órdenes de los Juzgados. Así como se pondrá en libertad a detenidos que la Jus­ticia no ha absuelto. Un tremendo revoltijo que tendrá en vilo a esta patria que nos duele tanto porque es la tierra donde naci­mos y donde vamos sufriendo el pasar de nuestras vidas.

¿Y si el Poder Judicial acata la ley de amnistía?

Bueno, en este caso, no varían mayor­mente las cosas, pues servirá de aliento para que el gobierno siga abusando de un poder que, en una democracia, está limita­do por el imperio de la juridicidad y, en una dictadura, por el tiempo que tardan las bayonetas en ingresar a la carne de quie­nes se han sentado en ellas. Lo que tem­prano o tarde -no muy tarde- ocurrirá.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – El mensaje de Ocros – Revista Oiga 26/06/1995

Aburrido, como el prín­cipe dinamarqués de Shakespeare, pero no por razones de angustia existencial, sino aburrido de escuchar críticas a su Amnistía -que para muchos es injusto perdón y olvido por asesinatos horrendos y demasiado cercanos-, aburri­do por no tener nada que hacer en Pala­cio, el presidente Fujimori no sale desesperado a la orilla del mar, como Hamlet, a dudar y escudriñar su conciencia. Fuji­mori, al revés, vuela en helicóptero -gas­tando algunos miles de dólares por hora a gritar en un pueblo andino su seguridad en las bondades y beneficios de su Amnis­tía y a volver a recordar sus méritos perso­nales en la campaña antiterrorista -mérito que nunca nadie le ha negado- y los sacri­ficios de los policías y soldados compro­metidos en esa lucha.

¿Qué ha querido decirnos el presiden­te con ese gesto abierto, desafiante?... Por lo pronto, si interpretamos bien sus palabras de Ocros, pareciera haber reconocido que él no gobierna, aunque afirme y afirme que él manda; pues si se aburre en Palacio es porque ahí no tiene trabajo, porque ahí no está el gobierno. Y es absurdo pensar que se gobierna yendo de pueblo en pueblo ordenando arreglar ca­minos, construir escuelas y lanzando dis­cursos iracundos contra sus opositores. Se gobierna -por lo menos así se entiende esta función en todo el mundo- despa­chando el presidente de la República en Palacio con sus ministros y asesores -que son los responsables legales de los actos de gobierno-; tratando de tener una visión completa de los problemas inmediatos y mediatos del país, analizándolos en con­junto y resolviéndolos de acuerdo a prio­ridades trazadas con sus consejeros; y firmando disposiciones de acuerdo a ley y en nombre de la Nación, no de su perso­na. Un trabajo arduo, intenso, que no da tiempo para aburrirse y que se debe realizar como mandatario, no como mandante...

Pero, si desde Palacio no se gobierna ¿desde dónde se ordena y dirige el país? Porque el Perú no está paralizado, todo lo contrario. Y esto es mérito indiscutible del régimen. Hay mayor orden y concierto en el manejo de la economía, hay más disci­plina en el Estado, hay mayores utilidades en los negocios, el país va creciendo. Hay, pues, gobierno. Sin embargo ¿dón­de está ese gobierno si, según el presiden­te Fujimori, no está en Palacio, donde él se aburre? Tampoco puede hallarse en los pueblos y barriadas que el presidente re­corre como un excelente relacionista pú­blico y en los que él va viendo, aunque a pinceladas dispersas, no con visión pano­rámica, que también va creciendo el ham­bre, la miseria, la tuberculosis, la desespe­ración de los jóvenes por conseguir un trabajo. ¿Desde dónde gobierna el Perú el régimen actual? ¿Cuál es la estructura de poder después del 5 de abril de 1992?

En lugar de aclarar que él es el que manda, el presidente Fujimori, con su gesto de Ocros, ha acrecentado las dudas sobre su real control de las funciones del Estado.

Otro de los sentidos del mensaje ha­bría sido demostrar el desagrado presi­dencial por la decisión de la jueza, doña Antonia Saquicuray, quien ha tenido el coraje de mantener la acusación de la fiscal contra los responsables del ase­sinato masivo de Barrios Altos. Prefirien­do la Constitución a la ley de Amnistía, obedeciendo al mandato de su concien­cia, de la Justicia y de la Ética, la jueza ha decidido que esos asesinos no pueden ser amnistiados y que el proceso judicial debe continuar hasta que el crimen sea sancionado.

Con lo que el presidente ha contribui­do a que el tema de la Amnistía vuelva a colocarse en la actualidad más palpitante, dándole al problema una vigencia que crece y crece sin que, como otras veces, pueda amansarlo o silenciarlo el tiempo -los días que pasan- ni las grandes noti­cias, muchas veces fabricadas, sobre las peripecias de Manrique y otros fugados. Y el tema sigue creciendo no sólo por la valiente decisión de la jueza Saquicuray, respaldada por una Corte Suprema que parece dispuesta a salir en defensa de sus fueros, sino porque la ciudadanía en masa, por primera vez, ha reaccionado firme­mente contra una disposición de este go­bierno. El repudio a la Amnistía, aproba­da por el Congreso y mandada a publicar por el presidente, va teniendo una consis­tencia cada vez mayor. Aunque, para ser precisos, no se rechaza a la Amnistía en todas sus partes. No. Lo que ha sublevado a la mayoría ciudadana, lo que le ha dis­gustado tremendamente al país, es el en­gaño escondido tras ella, el pretender colar junto a Salinas, Mauricio y otros presos de conciencia a los asesinos de La Cantuta, quienes apenas habían pasado unos meses en un cuartel.

La bola de la protesta, ante una realidad que hasta ayer la mayoría se negaba a aceptar, ha comenzado a rodar. Y está obligando a los ciudadanos a razonar, a encontrar ilógico que hoy se pretenda im­poner en el Perú una amnistía a la que no se atrevió el mismísimo Pinochet desde el poder. El perdón y olvido del dictador chileno no alcanzó a crímenes califi­cados como el de Letelier y hoy estamos viendo a quienes ordenaron su asesinato, condenados por la Corte Suprema, tratan­do de que la cárcel les sea lo más llevadera posible.

El alud se hará incontenible. Hay que dejarle tiempo al tiempo, sin alarmarse por las amenazas y los augurios de Expre­so, que ahora habla, por boca de D’Ornellas, de que este es un país “de indignaciones fugaces” y, a la vez, llama a una cruzada para distinguir “la paja del heno” y liquidar a “los que siempre com­batieron la represión del terrorismo co­munista”. ¡Menuda pretensión!: para rechazar la ley de Amnistía Expreso quiere que todos los protestantes se coloquen en sus filas. ¿Qué haremos los que repudia­mos la engañosa Amnistía de Fujimori, pero que no comulgamos con Expreso, y que desde el inicio, desde setiembre de 1980, estuvimos en primera fila recla­mando se combatiera el terrorismo, “por­que así comenzó en otras partes” la heca­tombe nacional?... Por fortuna, los dados de los dioses no ruedan a favor de Expre­so en el futuro.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Cediendo la palabra a un argentino – Revista Oiga 12/06/1995

¿Qué decir viendo lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿Cómo no quedar anonadados observando al Parlamento autolimitar sus prerrogativas en beneficio del señor presidente, haciendo exactamente lo mismo -guardando las distancias-que hizo el Parlamento alemán con Hitler? Y no se me replique que pronto jurará un nuevo Congreso, por­que lo que viene es exactamente el mismo CCD, corregido y aumentado en genu­flexiones al Ejecutivo.

-Porque así lo ha querido la voluntad del pueblo -responderán muchos-.

Lo que es cierto. Pero no olvidemos que la voz de la mayoría no es la verdad suprema. No es la voz de Dios. Ni siquie­ra es lo esencial de la democracia. Para Que un gobierno elegido popularmente sea una auténtica democracia deberá añadir a esa legítima credencial dada por los votos, el aliento a la pluralidad y el respeto a las minorías, el fortalecimiento de las instituciones y el acatamiento al orden jurídico preestablecido, reforma­ble no en función de los apetitos del gobernante sino de las necesidades de las mayorías y con normas a futuro cuando se trata de ampliar mandatos.

¿Cómo expresar nuestro asombro al ver al jefe de Estado haciendo abluciones mágicas, rociándose las espaldas “y el pechito” con los enjuagues de los brujos y corriendo el riesgo de coger una pul­monía al bañarse en las heladas lagunas de una hechicería? ¿Hizo todo aquello por juego, por divertirse, por seguir lla­mando la atención y permanecer en el centro de la noticia o por cumplir con ritos en los que cree?... ¡Cosa curiosa! Hitler también creía en ellos y en los astros, aunque en secreto, para no alar­mar a Alemania.

¿Cómo no quedar estupefactos, sin poder hallar los términos adecuados, las razones precisas, para expresar con vigor la indignación que produce observar el aberrante espectáculo que ofrece la Su­prema Corte Militar, imponiéndose constantemente a la Justicia Civil? Se impuso, a la mala, para castigar benignamente a los asesinos de La Cantuta, para silenciar a notables narcotraficantes como El Vati­cano y, ahora, con toda seguridad, se impondrá para enmudecer al llamado El Negro; mientras va logrando impedir que prospere la acción judicial sobre el crimen masivo de Barrios Altos.

¿Cómo no quedar con la palabra cor­tada, sin aliento para expresar la repulsa que provoca tan penosa situación, al tener que presenciar casi a diario a la Suprema Corte Militar, dedicada desde hace un buen tiempo a pisotear, sin mi­ramiento alguno de fondo ni de forma, los derechos ciudadanos de los militares en retiro que tuvieron el coraje de hacer públicas sus opiniones, sea contra la política del régimen -caso Salinas, Cisne­ros, etc.- o contra la pésima conducción de las operaciones militares en el recien­te conflicto con el Ecuador, que es el “delito” cometido por los generales Mau­ricio y Ledesma y por muchos otros expertos en cuestiones bélicas? ¡Como si la Constitución del Estado no otorgara plenos derechos civiles, entre ellos la elemental opción de opinar libremente, a los militares retirados!

¿Cómo no apretar las manos por la impotencia que se siente al ‘contemplar’ el vil ensañamiento de ese Tribunal Militar con uno de los oficiales más distingui­dos de nuestro Ejército, el general de división Carlos Mauricio? ¡Cómo no comprender su indignación, su rabia, sus alzas de la presión arterial, al verse maltratado, pisoteado, por unos subalternos que cumplen órdenes políticas para con­denarlo por haber ejercido su derecho cívico a opinar en defensa del honor de su Ejército, en el que ganó sus estrellas de divisionario por su capacidad, su hom­bría de bien y no por aceptar tristes papeles como el que está haciendo ese Tribunal de marionetas, integrado por militares en actividad o sea sujetos al mando de quienes se sienten agraviados por las opiniones de los generales Ledes­ma, Mauricio, Salinas, Cisneros, etc.! Todos ellos oficiales que tuvieron el más alto rango en nuestro Ejército.

Pero para que no se diga que me dejo llevar por el hígado en mis críticas a las aberraciones que muchas veces se obser­van en la conducta del gobierno, cederé el saldo de esta columna a un economista argentino, liberal para más señas, que observa a nuestro país desde lejos, con la frialdad de un estudioso de la economía. Su opinión -anterior a muchos de los hechos aquí mencionados y que me han dejado mudo de espanto- ha aparecido en un diario norteamericano y se basan en recientes declaraciones del presidente Fujimori. He aquí algunos párrafos del artículo del economista argentino Alberto Benegas Lynch, titulado “Fujimori con­funde su función”:

El país no es una empresa. Una sociedad libre es, por definición, plura­lista. Los fines de las personas son muy diversos. En este contexto, la función esencial del gobierno consiste en pro­teger los derechos de las personas, para lo cual se requiere una justicia inde­pendiente y un marco institucional que limite el poder. Si un gobernante actúa como un gerente de una empresa debe­rá dictar las medidas pertinentes para que se cumplan sus programas y plani­ficaciones, lo cual implica que deberá instruir a ‘“sus subordinados” a que si­gan esos planes. Con lo que se estarán violentando los derechos de las perso­nas, ya que el gobernante se habrá excedido en sus funciones específicas, al tiempo que se afectará severamente el funcionamiento del mercado.

El Cronista de Buenos Aires acaba de reproducir una noticia aparecida en el Financial Times de Londres, titulada Fujimori asumió la función de ge­rente para dirigir Perú como una compañía. El contenido de la nota, fir­mada por Sally Bowen, resulta preocu­pante y, por momentos, alarmante. En el cable de marras Fujimori dice: “Modes­tia aparte, a muchos pueblos les gustaría tener un presidente como yo y (el mun­do) está lleno de jefes de Estado que sien­ten cierta admiración por mí”. Lo último puede ser cierto en algunos casos, pero sostener lo primero es subestimar gran­demente la opinión de personas que creen a pie juntillas en el funcionamiento irrestricto de marcos institucionales com­patibles con un régimen republicano y que no creen que un país deba dirigirse como una empresa. En este sentido, siempre en la referida nota, se afirma que “Fujimori se ubica en el cargo de gerente general que, desde arriba, supervisa todo por teléfono a través de su famosa com­putadora Toshiba”. Termina la nota del Financial Times citando una pregunta que se le hace al presidente Fujimori: “¿Qué pasaría con Perú si el helicóptero presidencial se estrellara o si una bala asesina diera en el blanco?” La respuesta es patética: “No se preocupe, seguiré ma­nejando el país desde el cielo”.
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Se pone de manifiesto mucha igno­rancia al sostener que existe una corre­lación entre la actividad empresarial y la actividad gubernamental. Por otro lado y para terminar, resulta oportuno recordar un pensamiento de Wilhelm Roepke a los distraídos que circunscri­ben su atención en los aspectos pura­mente crematísticos: “La diferencia entre una sociedad libre y una autorita­ria no estriba en que en la primera se producen más heladeras y ham­burguesas. La diferencia radica en la adopción de concepciones ético institu­cionales opuestas”.

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Política, Agricultura y Civilización – Revista Oiga 8/05/1995

Con qué ánimo escribir cuando se observa lo que ocurre en estos días a la vista y paciencia de los peruanos?

¿Qué decir ante el gigantesco aparato pu­blicitario montado con la entrega negociada de Alfredo Zanatti, que ofrece nove­dades y repite una película ya gastada?... ¿Cómo juzgar la tremenda y enclaustrada celebración no se sabe si de la victoria del 2 de mayo de 1866 o del fallido esfuerzo por tomar Tiwinza; celebración con dis­cursos que desmienten abiertamente un reciente comunicado de la Cancillería pe­ruana en el que se contrastaba la sobrie­dad de nuestros pronunciamientos con los agresivos retiros de las tropas ecuato­rianas de los puestos que habían invadido y en los que habrían dejado colonos?... ¿Cómo comentar el desbarajuste electo­ral y el silencio generalizado sobre el origen de ese embrollo: la grosera irregu­laridad que significó entregar el control del cómputo a la fantasmal firma OTEPSA -que ni local poseía-, poniendo de lado a la IBM?

Sin embargo, así como en el teatro no es posible paralizar el espectáculo cuan­do se ha alzado el telón, en el periodismo se hace imperativo, frente a situaciones como la actual, acatar el mandato de la conciencia y cumplir con el consejo del maestro Unamuno: no guardar silencio frente al abuso, al atropello, engaño, porque callar es consentir y hacerse cóm­plice.

Bien es verdad que tampoco es posible nadar permanentemente a contracorrien­te y negar evidencias como el triunfo electoral del presidente Fujimori. Pero sí sería demasiado callar que las elecciones del 9 de abril no sólo estuvieron lejos de haber sido ejemplares sino que son prue­ba de la voluntad de fraude que existió en un proceso que va culminando con más de un millón de votos volatilizados y casi 40% de nulos, con miles de actas sustraí­das y un número indeterminado de ellas introducidas en un sistema de cómputo que resultó una caja de Pandora... Todo un festín electrónico, donde la velocidad ha jugado en pared con las encuestas para desconcertar y engañar a las multitu­des; y festín sobre el que la televisión y la mayoría de las radios callan en todos los idiomas del mundo. Para esos medios -que son los que llegan a la masa- las noticias que desagradan al gobierno no son noticia y sí lo son los shows publicita­rios que el régimen monta con indis­cutible habilidad cada vez que necesita esconder verdades que le son molestas, como la derrota de Tiwinza, el fiasco del mago OTEPSA, las 37 mil actas sustraí­das, etc.

Para la televisión y la mayoría de la prensa no hay otra noticia de actualidad que el show de Zanatti, destinado según lo confiesa Expreso a liquidar política­mente a Alan García. Lo que sin duda sería una bendición para el país, ya que no es fácil hallar -en la historia universal-un personaje que haya tenido mayor ha­bilidad que él para acumular errores, rate­rías y despropósitos, que haya logrado destrozar más a fondo un país, que haya tenido un comportamiento más cercano a los caballos de Atila. Pero no es con shows a lo Zanatti como se librará el Perú del maleficio que representa Alan García y mucho menos otorgándole al pillo de Zanatti la condición de fiscal, de acusador justiciero. Eso se llama alterar por completo la escala de valores, es caer en el canalla juego de usar medios viles con la excusa de perseguir un fin noble... Y así no se liquida políticamente a nadie, ni siquiera a un político descalificado moral­mente como Alan García. La política tie­ne sutiles e inesperados comportamien­tos, basados en la magia de la fe. Es un terreno en el que con facilidad se confun­de la verdad con la mentira, la razón con el engaño, el prestigio con la zafiedad. La política es como la economía, el día en que se encuentren reglas matemáticas para su manera de operar se habrán aca­bado los problemas del mundo.

Recuerdo, por ejemplo, una misterio­sa cita en el extranjero para ofrecerme pruebas documentales contundentes con­tra un ministro de Alan García. En ese entonces ya era presidente el ingeniero Fujimori. Se me pidió viajar para consta­tar la importancia de los documentos. Viajé. Se me exigió una gruesa cantidad de dinero para soltar las pruebas. Logré se juntara la bolsa... Y lancé la noticia a los cuatro vientos. Hubo algún escándalo. Pero al poco tiempo el silencio se impu­so. “Aquí no pasó nada” y ahí están, publicadas, las pruebas documentales que para nada sirvieron: porque ni el gobier­no ni la oposición en el CCD quisieron poner un poco de voluntad para morali­zar a este país, en el que sigue saliendo pus donde se hunde el dedo.
¿Sobre qué escribir para contentar a’ los que nos califican de derramadores de bilis y nos acusan de ensañamiento con los defectos del régimen; defectos que ellos mismos reconocen -arbitrariedad, prepotencia, centralismo, desprecio por la democracia-, pero que, muy limeñamente, prefieren que los callemos para no alterar la paz varsoviana de la que gozan?

¿Acaso no hay aspectos positivos en la administración Fujimori?

Claro que sí. Por lo pronto, podríamos destacar, sin faltar a la verdad, la energía, el don de mando, la infatigable dedicación a las obras de infraestructura en las barriadas populares que exhibe el presi­dente Fujimori. Y, a la vez, pedirle que reflexione y piense que, así como en un tiempo el problema número uno del Perú fue el terrorismo, hoy lo es la recupera­ción del agro y que a esa tarea debiera dedicarse ahora, poniendo en la misma la tenacidad y el empeño empleados en hacer beneficencia en los poblados con numeroso electorado. Ya ganó las elecciones y sería bueno que medite en que la beneficencia en las barriadas de Lima, Arequipa, Cuzco, Trujillo, no le hacen bien al agro ni a esas ciudades, ya satura­das de habitantes y con gravísimos pro­blemas de servicios. Seria bueno que el presidente Fujimori se convenza de que tiene en sus manos, en su capacidad de liderazgo popular, los resortes necesarios para reparar el daño que él les ha hecho a las ciudades, alentando la migración del campo a las luces de las calles citadinas. Puede él reparar ese daño poniendo su incansable energía en la tarea de repoten­ciar el agro, porque sin una agricultura próspera no habrá desarrollo, digan lo que digan los economistas y los funda­mentalistas del mercado libre. No es desa­rrollo comprar papas de Holanda, por­que están baratos sus excedentes, y abandonar los campos del Perú, empu­jando al campesinado a mendigar en las calles de la, ciudad, atraídos por la luz eléctrica, el agua y desagüe y los colegios con los que el presidente Fujimori va construyendo su popularidad. Eso -la compra de alimentos en el exterior- no es desarrollo ni modernidad sino delirante fundamentalismo destinado a destruir la agricultura y a matar de hambre al cam­pesino, lograr que se desvanezca la pa­tria, que es, entre otras cosas, hermandad de seres humanos nacidos en un mismo territorio.

Y, ya que se habla tanto de colegios, bueno seria también que el presidente Fujimori advierta que más importante que los ladrillos es la enseñanza y que con maestros mendicantes no servirán de mucho sus construcciones. Más todavía: debiera entender el presidente Fujimori, en estos días de homenaje a la libertad de prensa, que con ladrillos no se lee, ni se divulga cultura. Para que un país logre ser desarrollado es necesario que su gente haya alcanzado el hábito de la lectura, algo imposible en el Perú actual, con el papel más caro del mundo: 35.5% de carga tributaria. Un verdadero crimen de lesa cultura en opinión de cualquier ciuda­dano de un país civilizado. ¡Por algo, en pocos años, los lectores peruanos no sólo no han crecido sino que se han reducido a un tercio! ¡Así no se hace patria!