lunes, 8 de junio de 2009

FRANCISCO IGARTUA – EDITORIAL – Fujimori forever – Revista Oiga 4/08/1995

Todo estaba en orden, dispuesto espectacu­larmente: los presiden­tes de Sudamérica en pleno —excepto el del Ecuador—, bien a la vis­ta, dando la espalda a la bancada de la oposición; en el resto del hemiciclo, con las manos en los pupi­tres listas para aplaudir, la bancada oficialista... De pronto la Marcha de Banderas, los tatachines y ningún empujón. Todo en orden. En el estrado apareció con la banda impecable, cruzada al pecho, el presidente Alberto Fujimori. Vestía de oscuro, con elegancia... Los trucos de escena eran visibles. Pero, de los ahí presentes, el único que estaba al tanto del ritual organizado era Fujimori, quien daba las órdenes á un lado y a otro. Luego, sin preámbulo, comenzó el presidente su discurso, con tono de mando y voz de cuartel. Esas parrafadas iniciales, resu­men de sus cinco primeros años de go­bierno, los selló pidiendo un minuto de silencio por todos los peruanos muertos en estos años de guerra civil. Por todos, “porque todos, hasta los senderistas, son peruanos”. Un clarín vibrante —previa­mente ensayado sin duda— acompañó al sepulcral silencio de la Asamblea. Cerca del clarín había una cantante... El presi­dente de acercó a la presidenta del Con­greso y le colocó la insignia de Jefe de Estado. La señora doña Martha Chávez de Ocampo no sabía qué hacer con la banda que le había puesto Fujimori. Pare­cía enredada en ella, en el clarín y en la cantante que tenía a la vista; cantante a la que le correspondió coronar con su bella voz la segunda parte del discurso del presidente, concluido con un estudiado “y así podremos decir somos libres, seá­moslo siempre”, dándole entrada al ope­rático himno nacional en la solitaria voz de Cecilia Barraza.

En el mismo orden que se montó y se desenvolvió la espectacular y solemne Asamblea —teniendo como único direc­tor y actor al presidente Fujimori— ésta se disolvió. (Nadie vio ni sintió, ni siquiera los sabuesos de la prensa, a los vicepresidentes. Estuvieron como ausentes).

¿Acaso no hubo discurso?

Bueno, sí. Y hasta dos o uno en dos partes. Pero la puesta en escena y los trucos teatrales fueron parte integral del Mensaje presidencial, reforzaron la lectura del presidente Fujimori, resaltando su con­tenido autocrático que muchas veces que­dó velado o disimulado en sus palabras.

La primera parte, muy breve, antes del juego de quita y puestas de banda, la dedicó Fujimori a hacer un recuento alti­sonante, con aires marciales, de los reco­nocidos logros de su primer período —salvataje de la economía, devolución de la tranquilidad a la ciudadanía, redimen­sionamiento del aparato del Estado—; lo­gros que no sólo nadie niega sino que hasta la oposición aplaude, aunque no como la mayoría, que lo hace sin razona­miento alguno. No hubo, eso sí, un míni­mo de autocrítica. Sólo después de este acto, en declaraciones a la prensa, el pre­sidente Fujimori se lamentó de no haber podido cumplir su promesa de liquidar por completo a Sendero antes del 28 de Julio del 95. La reorganización de la banda terrorista es tan evidente que era imposi­ble no reconocer el hecho. Sin embargo, dejando entrever que él es todopoderoso hasta más allá de la muerte, añadió que el camarada ‘Feliciano’ no se le iba a escapar ni en el cielo ni en el purgatorio, “que es donde seguramente está”.

La segunda parte o segundo discurso fue el planteamiento, en líneas genera­les, de lo que será su segundo quinque­nio: más de lo mismo, pero mejor. Lo que bastó para satisfacer y hasta hacer delirar a las mayorías, que cada vez son más grandes y más disparatadas en sus opi­niones. Por ejemplo, el porcentaje de peruanos (14%) que consideran a Fuji­mori el personaje principal de nuestra historia es mucho mayor que el porcenta­je (8%) de los que prefieren a don Miguel Grau, el héroe de Angamos.

Trató de planes y metas a futuro que muchos de los propios partidarios de Fujimori han considerado demasiado va­gas e imprecisas, demasiado breves. Han faltado –dicen– referencias precisas so­bre economía, sobre la estructura del Estado que él esta inventando, sobre las reformas que el presidente tiene in pécto­re... Pero pueda que en este punto esos fujimoristas anden equivocados. Lo que un jefe de Estado traza en estas ocasiones no es un programa minucioso por hacer sino un lineamiento general de la ruta a seguir. Lo que hace es señalar el rumbo.

Y el nimbo planteado por Fujimori no es equivocado. Ha acertado al hacer hincapié en que la educación será la preocu­pación central del Estado en el próximo quinquenio; porque así como no hay desa­rrollo real y sostenido sin democracia –democracia sin añadidos como explicó el presidente Sanguinetti en Canal 4–, tam­poco lo habrá sin cultura, sin una pobla­ción debidamente educada. No está, pues, errado el presidente en el rumbo señalado.

Pero ¿cuál será el tipo de educación que tiene en mente el presidente Fujimo­ri?... Aquí ya el terreno se ablanda y el panorama se hace confuso. Lo que nos obliga a mirar hacia atrás y revisar lo ya hecho. Por ejemplo, en el campo econó­mico es evidente que Fujimori no se dio el trabajo diseñar una política económi­ca. Le bastó con ponerse a órdenes del FMI y del Banco Mundial. Y en ese cami­no andamos. En el problema terrorista se confió en los planes del Ejército y tuvo éxito, aunque hoy se va viendo que los métodos policiales son más eficaces... ¿Cuál será la receta educativa?

Por lo pronto, hasta hoy, el concepto que el régimen tiene de educación y de cultura no es alentador. Por un lado da muestras de creer críe educar es sólo construir escuelas y repartir computado­ras y, por otro, ha demostrado que no tiene idea del valor de los libros ni de la lectura en general. ¡Durante cinco años en el Perú se ha estado pagando 35.5% de impuesto al papel!

Es de esperar que las cosas cambien al haber hecho primer ministro al ministro de Educación.

Pero el Mensaje presidencial no se limitó a señalar metas, plazos y aspiracio­nes, también tuvo una buena cuota de ají y pimienta, dedicando una parte del pi­cante a hacer demagogia populista con el pan, lo que lo llevó a deslizarse hacia la lucha de clases, a azuzar a los de abajo contra los de arriba y a darles un susto a los harineros.
El gran picor lo reservó para la Iglesia, con la jerarquía nacional presente en el hemiciclo. Sin ninguna delicadeza le lan­zó el agravio- de vaca sagrada, dejando entrever que el Estado auspiciará el con­trol de la natalidad, incluido el aborto. Más tarde negó lo del aborto en rueda de prensa, pero dejó entero el agravio y la posibilidad de que –como dice uno de los cuadernillos del “Pajarillo Verde”– el Esta­do aplicaría la esterilización compulsiva “en los grupos culturalmente atrasados y económicamente pauperizados”... Con la habilidad ya demostrada frente al Po­der Judicial, a los Municipios, al Poder Electoral y a otras instituciones, Fujimori ha embestido a la Iglesia en un tema controvertido y en el que la posición religiosa no goza de simpatía. Con ello no trata Fujimori de colocar en lugares sepa­rados el ‘trono’ y el altar –lo que ya ocurre y es saludable– sino de lograr que el `trono’ impere sobre el altar y sobre cual­quier otra institución. Y esto es mucho, es desvarío. Es querer imitar a Napoleón, olvidando Santa Elena.

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