Cuando leí, la semana pasada, la correlación del poderío militar entre el Perú y Ecuador me sentí no como un gato sino como un tigre acorralado por un ratón. Sentí la extraña sensación de seguridad y ridículo al mismo, tiempo. Es tan enorme la superioridad peruana en armamento, a pesar de que pudieran ser ciertos algunos comentarios sobre la inoperabilidad de parte de esas armas, que. veo ,imposible una derrota nacional y, a la vez, se me hace incomprensible la fatigosa lucha en los pantanos de la Cordillera del Cóndor, no porque no comprenda que el enfrentamiento militar en semejantes condiciones iguala a los combatientes, sino porque no entiendo cómo es que tan poderosa fuerza armada no haya estado vigilante sobre una pequeñísima franja de frontera, por donde, desde años atrás, los ecuatorianos se vienen infiltrando en nuestro territorio. De allí la sensación de ridículo que tengo, de tigre acorralado por un ratón. Sensación acrecentada cuando recuerdo el famoso ‘pacto de caballeros’ del año 91, entre el solemne Torres y Torres Lara y el mendaz Diego Cordovez. Acuerdo que consintió la presencia ecuatoriana en suelo peruano y que anticipó los amistosos viajes del jefe de Estado al Ecuador, viajes que el señor Fujimori calificó, en su mensaje a la Nación del 28 de julio del 92, de más importantes que el Protocolo de Río y las batallas del 41. Declaración que no extrañó en quien ha persistido en afirmar que él no admira a nadie en la historia.
Esa seguridad en el poderío militar peruano, es la que permite al general Luis Cisneros increpar al Servicio de Inteligencia —tanto al Nacional como a los específicamente operativos— y preguntarle ¿dónde estuvo cuando las infiltraciones ecuatorianas se fueron asentando en territorio del Perú? Y esa seguridad es la que impulsa al embajador Javier Pérez de Cuéllar a demandar al gobierno para que explique desde cuándo están los ecuatorianos en nuestro suelo y por qué, cuando ingresaron, no fueron desalojados de inmediato.
El Perú es, sin duda, muchísimo más poderoso militarmente que Ecuador y no corre el menor riesgo de una derrota militar. Pero esa situación de Goliat frente a David obligaba y obliga a una cuidadosa y constante vigilancia —militar y diplomática— de su frontera. Más aún la de zonas conflictivas, como la Cordillera del Cóndor. Porque las emergencias bélicas, como la actual, significan costos gigantes que arruinan las economías de cualquier país en desarrollo y lo desarticulan.
Oportuna vigilancia que el régimen no ejerció, a pesar de los reclamos que se hacían, como éste del doctor Guillermo Hoyos Osores, publicado el 28 de noviembre del 94 en El Comercio: “Es indispensable, por múltiples razones, que la política internacional del Perú sea reflexiva y previsora. Desdichadamente la del actual gobierno ha sido hasta hoy ligera, improvisada y desconocedora, u olvidadiza, de cosas que debería tener muy en cuenta”.
Por fortuna, el conflicto bélico que afrontamos en estos días, ha tenido la virtud de despertamos y de colocamos frente a la realidad. La Cancillería ha retomado la brújula y estamos ahora en buen rumbo diplomático, mientras la acción militar se desarrolla dentro de las dificultades del terreno en que se desenvuelven y que ojalá concluya pronto con un alto el fuego y una pronta paz definitiva.
Al parecer, por la actuación de nuestros diplomáticos en Río, el gobierno ha dado las espaldas a una política externa que el doctor Hoyos juzgaba así en noviembre pasado: “El supuesto de que nuestra política exterior debe ser un sistema de actividades ‘pragmáticas’ dirigidas con criterio ‘gerencial’, como han dicho altos funcionarios del gobierno, es un error peligroso que trasluce poco conocimiento de algunas de las más importantes y delicadas funciones del Estado. Un concepto tan estrechamente simplista es por entero extraño a la compleja naturaleza de la realidad internacional, ahora ‘globalizada’, en la que estamos inmersos”...
Pero si se aprecia habilidad e inteligencia en el campo diplomático, no deja de haber yerros en esta batalla que también se desenvuelve en el terreno militar y en el de la información. Sobre los hechos castrenses no opino porque se desconocen y no soy experto en armas, tácticas y estrategias. Pero sí observo y no puedo callar que, en el terreno de la información, estamos siendo derrotados: se ha generalizado la idea de que, esta vez, es el Perú el que ha iniciado las acciones bélicas. Se cree a pie juntillas, en Europa y en América, que nuestro gobierno pensó capturar en 48 horas los asentamientos ecuatorianos de la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor y de que, con esta rápida victoria militar, aseguraba la reelección de su caudillo civil y la continuidad del actual régimen de democracia vigilada. También se ha generalizado en el exterior la creencia de que esos asentamientos son de hace muchísimos años, con lo que se le concede a Ecuador derechos de posesión... A lo primero responde el gobierno peruano, en escasísimos comunicados y más escasas declaraciones, que el ataque partió del Ecuador, afirmando, sin prueba fotográfica alguna, que un helicóptero ecuatoriano bombardeó un puesto peruano de vigilancia. Y no explica si esta acción se produjo en apoyo de un ataque de infantería. A lo segundo nada dice, pudiendo explicar que al concluir el, conflicto de 1981, en la separación de fuerzas, el Ecuador reconoció, ante los garantes o ‘países amigos’, que la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor, o sea la totalidad del río Cenepa, es territorio peruano y la vertiente occidental suelo ecuatoriano. Y que sólo desde hace unos cuatro años se han producido las actuales infiltraciones... No lo dice —preocupado exclusivamente por el frente interno—para no confesar su descuido y para que no se vuelva a hablar del disparatado ‘pacto de caballeros’ del año 91.
Teniendo toda la razón y siendo clarísimos sus argumentos, el Perú calla y se deja ganar la batalla informativa. No tiene voceros, no hace publicidad a su causa, no divulga sus derechos... Y el jefe de Estado —el único vocero, junto al general Hermoza, quien dice ser sólo un soldado a órdenes del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas— no asiste a la reunión de los presidentes de los países bolivarianos, dejando la tribuna de Cumaná a libre disposición del presidente ecuatoriano. Lo que significa otra derrota en el terreno informativo. Una derrota tan grave que no veo cómo pueda ser compensada por el éxito diplomático que algunos le conceden a ese desaire.
Se dirá, como ha dicho alguien, que de nada valen estas batallas; que lo importante es ganar la guerra. ¿Pero qué ganamos con ganar la guerra, si en las guerras todos pierden y más los países pobres como el Perú y Ecuador? Espero no caigamos en una escalada militar y en la guerra. Conformémonos con poner los hitos en la Cordillera del Cóndor y no a cañonazos sino convenciendo al mundo de lo que es cierto: de que la justicia y la razón nos asiste.
Esa seguridad en el poderío militar peruano, es la que permite al general Luis Cisneros increpar al Servicio de Inteligencia —tanto al Nacional como a los específicamente operativos— y preguntarle ¿dónde estuvo cuando las infiltraciones ecuatorianas se fueron asentando en territorio del Perú? Y esa seguridad es la que impulsa al embajador Javier Pérez de Cuéllar a demandar al gobierno para que explique desde cuándo están los ecuatorianos en nuestro suelo y por qué, cuando ingresaron, no fueron desalojados de inmediato.
El Perú es, sin duda, muchísimo más poderoso militarmente que Ecuador y no corre el menor riesgo de una derrota militar. Pero esa situación de Goliat frente a David obligaba y obliga a una cuidadosa y constante vigilancia —militar y diplomática— de su frontera. Más aún la de zonas conflictivas, como la Cordillera del Cóndor. Porque las emergencias bélicas, como la actual, significan costos gigantes que arruinan las economías de cualquier país en desarrollo y lo desarticulan.
Oportuna vigilancia que el régimen no ejerció, a pesar de los reclamos que se hacían, como éste del doctor Guillermo Hoyos Osores, publicado el 28 de noviembre del 94 en El Comercio: “Es indispensable, por múltiples razones, que la política internacional del Perú sea reflexiva y previsora. Desdichadamente la del actual gobierno ha sido hasta hoy ligera, improvisada y desconocedora, u olvidadiza, de cosas que debería tener muy en cuenta”.
Por fortuna, el conflicto bélico que afrontamos en estos días, ha tenido la virtud de despertamos y de colocamos frente a la realidad. La Cancillería ha retomado la brújula y estamos ahora en buen rumbo diplomático, mientras la acción militar se desarrolla dentro de las dificultades del terreno en que se desenvuelven y que ojalá concluya pronto con un alto el fuego y una pronta paz definitiva.
Al parecer, por la actuación de nuestros diplomáticos en Río, el gobierno ha dado las espaldas a una política externa que el doctor Hoyos juzgaba así en noviembre pasado: “El supuesto de que nuestra política exterior debe ser un sistema de actividades ‘pragmáticas’ dirigidas con criterio ‘gerencial’, como han dicho altos funcionarios del gobierno, es un error peligroso que trasluce poco conocimiento de algunas de las más importantes y delicadas funciones del Estado. Un concepto tan estrechamente simplista es por entero extraño a la compleja naturaleza de la realidad internacional, ahora ‘globalizada’, en la que estamos inmersos”...
Pero si se aprecia habilidad e inteligencia en el campo diplomático, no deja de haber yerros en esta batalla que también se desenvuelve en el terreno militar y en el de la información. Sobre los hechos castrenses no opino porque se desconocen y no soy experto en armas, tácticas y estrategias. Pero sí observo y no puedo callar que, en el terreno de la información, estamos siendo derrotados: se ha generalizado la idea de que, esta vez, es el Perú el que ha iniciado las acciones bélicas. Se cree a pie juntillas, en Europa y en América, que nuestro gobierno pensó capturar en 48 horas los asentamientos ecuatorianos de la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor y de que, con esta rápida victoria militar, aseguraba la reelección de su caudillo civil y la continuidad del actual régimen de democracia vigilada. También se ha generalizado en el exterior la creencia de que esos asentamientos son de hace muchísimos años, con lo que se le concede a Ecuador derechos de posesión... A lo primero responde el gobierno peruano, en escasísimos comunicados y más escasas declaraciones, que el ataque partió del Ecuador, afirmando, sin prueba fotográfica alguna, que un helicóptero ecuatoriano bombardeó un puesto peruano de vigilancia. Y no explica si esta acción se produjo en apoyo de un ataque de infantería. A lo segundo nada dice, pudiendo explicar que al concluir el, conflicto de 1981, en la separación de fuerzas, el Ecuador reconoció, ante los garantes o ‘países amigos’, que la vertiente oriental de la Cordillera del Cóndor, o sea la totalidad del río Cenepa, es territorio peruano y la vertiente occidental suelo ecuatoriano. Y que sólo desde hace unos cuatro años se han producido las actuales infiltraciones... No lo dice —preocupado exclusivamente por el frente interno—para no confesar su descuido y para que no se vuelva a hablar del disparatado ‘pacto de caballeros’ del año 91.
Teniendo toda la razón y siendo clarísimos sus argumentos, el Perú calla y se deja ganar la batalla informativa. No tiene voceros, no hace publicidad a su causa, no divulga sus derechos... Y el jefe de Estado —el único vocero, junto al general Hermoza, quien dice ser sólo un soldado a órdenes del Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas— no asiste a la reunión de los presidentes de los países bolivarianos, dejando la tribuna de Cumaná a libre disposición del presidente ecuatoriano. Lo que significa otra derrota en el terreno informativo. Una derrota tan grave que no veo cómo pueda ser compensada por el éxito diplomático que algunos le conceden a ese desaire.
Se dirá, como ha dicho alguien, que de nada valen estas batallas; que lo importante es ganar la guerra. ¿Pero qué ganamos con ganar la guerra, si en las guerras todos pierden y más los países pobres como el Perú y Ecuador? Espero no caigamos en una escalada militar y en la guerra. Conformémonos con poner los hitos en la Cordillera del Cóndor y no a cañonazos sino convenciendo al mundo de lo que es cierto: de que la justicia y la razón nos asiste.
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