Pocos o casi nadie -por lo que parece- venían observando el crecimiento sostenido de las acciones terroristas en los últimos meses. Eran asesinatos, tornas de pueblos y emboscadas que ocurrían en remotos parajes de las serranías y en la ceja de selva. Siempre muy lejos de Lima. No había, pues, porqué alarmarse. Nada menos que el presidente de la República le habla señalado próxima muerte, por las condiciones de su prisión, al creador de Sendero Luminoso, dando a entender que “muerto el perro, enterrada la rabia”. Aunque, fiel a su temperamento y a su desconocimiento del sentido de las palabras, añadió que, con permiso presidencial, el ideador de la secta asesina, haría declaraciones “¡históricas!” antes de morir. Los estómagos satisfechos de Lima no podían estar más tranquilos, pese a las insistentes oscilaciones de la luz en las semanas pasadas.
Pero, de pronto, una tremenda explosión en el corazón de Miraflores, con muertos, heridos y destrucción masiva, nos baja de las nubes. Digo nos, porque no sospeché que, tan pronto, a menos de cinco años de la caída del Muro de Berlín, el marxismo-maoísmo del camarada Gonzalo iba a hallar respuesta a la catástrofe ideológica sufrida y a reordenar sus ideas y postulados. Tampoco imaginé que Sendero Luminoso rehacerla sus cuadros de comando con tanta prontitud. No sospeché la rapidez de la reorganización de la dirigencia senderista, a pesar de que esta columna anticipó que Abimael Guzmán no era la “rabia” y que, mientras hubiera el hambre, la miseria y la desesperanza que hay en el país, el terrorismo volvería a resurgir, con Sendero u otra secta a la cabeza, y que otra ideología reivindicadora reemplazaría al marxismo-maoísmo.
Lo ocurrido en el hotel miraflorino es demostración de que Sendero se ha reorganizado, de que tiene nuevo comando y nueva orientación y de que el gobierno ha sido cogido desprevenido, sin remota idea -es de sospechar- de lo que está ocurriendo en el campo de la subversión. Lo que no quiere decir que la República esté en peligro, no lo estuvo nunca frente a Sendero y al MRTA, ya que la diferencia de potencial entre la subversión terrorista y la Fuerza Armada -igual en el Perú que en Colombia- es sideral. Para que el terrorismo se transforme en riesgo para la supervivencia de una nación tiene que convertirse en fuerza popular, su ideología tiene que trascender a las mayorías nacionales, como es el caso de los integristas musulmanes en el norte de África. Querer equiparar el problema Sendero al del terrorismo argelino, por ejemplo, es delirar o pretender hipnotizar al país para engañarlo. Lo que tampoco significa -¡no se me vaya a acusar de senderista!- que el terrorismo no sea un peligro para la integridad física de los ciudadanos y un gran desestabilizador de la economía.
La reacción del gobierno arde el macabro rebrote senderista ha dejado pasmados a los peruanos pensantes y, sin embargo, obtendrá, casi con toda seguridad, el aplauso ciego de la mayoría, que cree en la eficacia de la pena de muerte y en la bondad de las universidades controladas por la disciplina militar.
Con el pretexto del coche-bomba en el Hotel María Angola, entre gallos y media noche, contrariando la normatividad jurídica, el régimen dio un nuevo golpe de Estado y puso a todas las universidades en manos del presidente de la República. Todas, porque todas, sin excepción, pueden ser intervenidas por el jefe de Estado, de acuerdo a la “ley” aprobada, en sesión “secreta” que se transformó en “reservada” para reducir el escándalo legal, y que se ejecutó contra San Marcos antes de que se cumpliera el plazo de ley.
Todo un monstruoso legicidio contra el que se alzarán muy pocas voces de condena, pues el régimen se ha ocupado de ir destruyendo todas las instituciones que pudieran ser contestatarias, desde los clubes de madres a los partidos políticos, y de desprestigiar, desacreditar o ridiculizar a todas las personalidades nacionales que pudieran tener audiencia y autoridad moral. No hay, hoy en el Perú, quien tenga ascendiente para alzar la voz ni hay donde hacerlo con amplitud: todos los medios de comunicación masiva están dominados o domesticados por el Estado. Una poderosísima maquinaria política, de acción sicosocial, ha ido triturando el esquema democrático del país, dejando a la democracia peruana reducida al ritual de las votaciones.
Pero, de pronto, una tremenda explosión en el corazón de Miraflores, con muertos, heridos y destrucción masiva, nos baja de las nubes. Digo nos, porque no sospeché que, tan pronto, a menos de cinco años de la caída del Muro de Berlín, el marxismo-maoísmo del camarada Gonzalo iba a hallar respuesta a la catástrofe ideológica sufrida y a reordenar sus ideas y postulados. Tampoco imaginé que Sendero Luminoso rehacerla sus cuadros de comando con tanta prontitud. No sospeché la rapidez de la reorganización de la dirigencia senderista, a pesar de que esta columna anticipó que Abimael Guzmán no era la “rabia” y que, mientras hubiera el hambre, la miseria y la desesperanza que hay en el país, el terrorismo volvería a resurgir, con Sendero u otra secta a la cabeza, y que otra ideología reivindicadora reemplazaría al marxismo-maoísmo.
Lo ocurrido en el hotel miraflorino es demostración de que Sendero se ha reorganizado, de que tiene nuevo comando y nueva orientación y de que el gobierno ha sido cogido desprevenido, sin remota idea -es de sospechar- de lo que está ocurriendo en el campo de la subversión. Lo que no quiere decir que la República esté en peligro, no lo estuvo nunca frente a Sendero y al MRTA, ya que la diferencia de potencial entre la subversión terrorista y la Fuerza Armada -igual en el Perú que en Colombia- es sideral. Para que el terrorismo se transforme en riesgo para la supervivencia de una nación tiene que convertirse en fuerza popular, su ideología tiene que trascender a las mayorías nacionales, como es el caso de los integristas musulmanes en el norte de África. Querer equiparar el problema Sendero al del terrorismo argelino, por ejemplo, es delirar o pretender hipnotizar al país para engañarlo. Lo que tampoco significa -¡no se me vaya a acusar de senderista!- que el terrorismo no sea un peligro para la integridad física de los ciudadanos y un gran desestabilizador de la economía.
La reacción del gobierno arde el macabro rebrote senderista ha dejado pasmados a los peruanos pensantes y, sin embargo, obtendrá, casi con toda seguridad, el aplauso ciego de la mayoría, que cree en la eficacia de la pena de muerte y en la bondad de las universidades controladas por la disciplina militar.
Con el pretexto del coche-bomba en el Hotel María Angola, entre gallos y media noche, contrariando la normatividad jurídica, el régimen dio un nuevo golpe de Estado y puso a todas las universidades en manos del presidente de la República. Todas, porque todas, sin excepción, pueden ser intervenidas por el jefe de Estado, de acuerdo a la “ley” aprobada, en sesión “secreta” que se transformó en “reservada” para reducir el escándalo legal, y que se ejecutó contra San Marcos antes de que se cumpliera el plazo de ley.
Todo un monstruoso legicidio contra el que se alzarán muy pocas voces de condena, pues el régimen se ha ocupado de ir destruyendo todas las instituciones que pudieran ser contestatarias, desde los clubes de madres a los partidos políticos, y de desprestigiar, desacreditar o ridiculizar a todas las personalidades nacionales que pudieran tener audiencia y autoridad moral. No hay, hoy en el Perú, quien tenga ascendiente para alzar la voz ni hay donde hacerlo con amplitud: todos los medios de comunicación masiva están dominados o domesticados por el Estado. Una poderosísima maquinaria política, de acción sicosocial, ha ido triturando el esquema democrático del país, dejando a la democracia peruana reducida al ritual de las votaciones.
Así, con este manotazo a las universidades, va tomando forma el Nuevo Perú que el presidente Fujimori dice que está inventando y que, de acuerdo a los cuadernillos que un pajarillo verde dejó hace ya tiempo en esta casa, es producto de un secreto Consejo de Seguridad del Estado controlado por la Fuerza Armada. Un Nuevo Perú que no tendrá autonomía universitaria y que, grotescamente, luce como segundo vicepresidente de la República al rector de rectores, quien, dando risa y pena, afirma que sólo se intervendrán San Marcos y La Cantuta, que se lo ha dicho el presidente y que él no reniega de su creencia en la necesidad académica de la autonomía universitaria. Un Nuevo Perú que acaba de echar al tacho de la basura la ley creando la institución Defensor del Pueblo, porque el régimen no acepta que ese Defensor pueda entrar a los cuarteles y verificar si hay civiles secuestrados. ¡Y en esa ley de Defensoría - del Pueblo, obra de dos miembros de la mayoría oficialista, estaban de acuerdo todos los sectores del Parlamento, un Parlamento que es -por lo menos de título-Constituyente! Un Nuevo Perú que no tiene ejemplos, “yo estoy haciendo aquí mi propio modelo, yo estay inventando un país” (Fujimori), y para el que va a crear un nuevo sistema electoral. Un Nuevo Perú donde los magistrados, salvo el presidente de la Corte Suprema, están prohibidos de opinar. Un Nuevo Perú que quiere obligar a los magistrados supremos a interrogar en los, cuarteles a los presos de excepción (caso Zanatti). Un Nuevo Perú que convertirá en Museo de la Política Tradicional al histórico local del Congreso. Un Nuevo Perú que estudia adoptar la política de defensa de los Derechos Humanos de la China Comunista, según lo ha declarado en Trujillo la Fiscal de la Nación, justo el mismo día en que la agencia de noticias EFE anunció la ejecución en China de 151 criminales con un tiro en la nuca...
¡Este es el Nuevo Perú que iremos conociendo poco a poco! Pero ¿para qué seguir, sabiendo que somos una voz en el desierto?
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