En el siglo pasado y a comienzos de éste, una guerra significaba entregar tu capacidad de raciocinio a la patria y a convertir al adversario en el mal absoluto, de tal modo que la calumnia contra el enemigo, por ignominiosa que fuera, podía resultar una forma de servir a la nación. Hoy, es distinta la mentalidad de la gente en el mundo civilizado, que no es todo el mundo. Ningún ciudadano evolucionado, en nuestra época, hace un fetiche de su gobierno ni admite que se le suspenda su condición de ser humano pensante y, por lo tanto, crítico. Ni siquiera a la hora de la guerra. Eso de ir a la muerte con el cerebro vaciado es obsolescencia pura, oscurantismo del pasado. Tampoco hoy se sacrifica ante ningún altar, el de la religión ni el de la patria, la devoción a la verdad.
Valgan estas disquisiciones para esclarecer la posición de quienes nos negamos a someternos al chantaje patriotero que se está desatando en los medios de difusión del país próximos al régimen —o sea casi todos—para lograr una unidad nacional de robotes. Un chantaje dirigido a lograr que se callen las críticas al desastroso desempeño del jefe de Estado en la conducción de la guerra y, antes, en las tratativas ‘diplomáticas’ con Ecuador.
Una crítica que parte por dejar establecido que son delirantes las pretensiones amazónicas del Ecuador y que abundan los argumentos a favor del Perú para que la frontera todavía sin hitos quede demarcada por la Cordillera del Cóndor. Pero sin dejar de reconocer que la tesis ecuatoriana, aunque esquizofrénica, ha calado hondo en la prensa internacional y en muchas cancillerías. Hecho que no varía porque nosotros nos repitamos que la realidad es al revés. Engañándonos no servimos a la patria y no vamos a ganar la guerra. Mucho menos alcanzaremos una paz justa, que es la victoria verdadera.
Sobre estas bases claras, lúcidas, pasemos a analizar la actualidad. De inmediato nos damos con este cuadro: los soldados peruanos he hallan comprometidos en una guerra en la que están derrochando valor e intrepidez descomunales sin pedir nada y sin preguntar demasiado. Una guerra, en la que, muchos jóvenes, por desgracia, van cayendo muertos y muchos más están -quedando sin brazos, sin piernas, sin ojos. Nos hallamos ya ante una legión de lisiados, algunos de ellos niños de 16 y hasta 14 años, que muy, pronto veremos por las calles pidiendo limosna, porque así es de cruel la guerra. Lo pueden asegurar los combatientes del 41, hasta hace pocos meses en mendicantes correrías para que la presidencia no siguiera vetando —lo hizo dos veces— una ley que les otorgaba un mísero aumento en sus pensiones. No hay dinero en caja, era la razón inexpugnable para semejante conducta. Razón contra la que nadie protestaba, pues los lisiados de una guerra no son prioritarios en la fría economía de mercado. Y tampoco en las otras. A ninguna economía le preocupa los desechos humanos de un conflicto bélico. Su reposición no cuesta, corre a cargo del patriotismo de los jóvenes.
Y viendo esta tragedia, de dolorosa inmensidad, es imposible callar. Sería un crimen no decir que esta guerra nunca debió iniciarse, tanto por razones militares como por razones diplomáticas. Ha sido un absurdo aceptar combate en las faldas dé la Cordillera del Cóndor. Lo dicen los militares; pues, pasados varios días, descubren que nos hemos lanzado a la guerra sin apreciación del teatro de operaciones, sin evaluación de la capacidad del enemigo, sin estrategia ni planes tácticos. Descubren que hemos caído en un pantano, en una trampa. Mientras que los diplomáticos y el sentido común advierten que para llegar a mejor posición que la lograda en el acuerdo de paz de Itamaraty –lleno de imprecisiones desfavorables para el país– no hubiera sido necesario disparar un tiro ni que hubiera muertos y lisiados. Bastaba que el Perú, luego de apreciar las dificultades militares de la zona, se adelantara al Ecuador y denunciara ante los garantes la infiltración de su territorio. Hoy, muy otra sería nuestra situación en el terreno diplomático, porque se supone que, para tomar esa decisión, nuestra diplomacia hubiera estado muy alerta, previendo los pasos a darse para consolidar posiciones. De ningún modo estaríamos peor que con el acuerdo de Itamaraty y nadie habría sido muerto ni sido herido.
Ninguna de las consideraciones anteriores tomó en cuenta el gobierno para aceptar la confrontación bélica. Y, peor aún, el conflicto se ha gestado, en buena parte, por el abandono de los puestos de vigilancia en la zona de la infiltración y por la torpeza y la improvisación con las que las el jefe de Estado venía conduciendo, por su cuenta y riesgo, las tratativas diplomáticas con Ecuador. Comenzó a gestarse el conflicto con errores tan graves como el pacto de caballeros, que quedó silenciado y no se castigó, porque el ex presidente Belaúnde, por ese mal entendido patriotismo de no mostrar fisuras ante el enemigo, se levantó en el Parlamento y con emotivo discurso patriótico evitó que fuera censurado el ministro Torres y Torres Lara e impidió que la ciudadanía se enterara de la manera lamentable cómo se conducían nuestras relaciones exteriores. Torres y Torres Lara se había visto obligado a reconocer ante el Senado que tuvo a la mano mapas equivocados en sus acuerdos con el hábil ministro ecuatoriano Diego Cordovez. Acuerdos que significaron nuestra aceptación a la presencia militar ecuatoriana en territorio del Perú (los puestos Teniente Ortiz, Soldado Monge y Etza).
De haber conocido el país los entretelones del escandaloso acuerdo de caballeros, no se habría confiado demasiado a las habilidades diplomáticas del presidente Fujimori y hubiera estado más sensible a los disparates cometidos por él en sus abrazos y conversaciones inconsultas con los presidentes ecuatorianos; en su público reconocimiento de que existía un problema territorial entre el Perú y Ecuador; en su pedido de peritaje papal para resolver la controversia fronteriza. O sea una política errática, incoherente con la posición inquebrantable de Torre Tagle sobre el Protocolo de Río, ignorante de las tradiciones peruanas, desconocedora del valor de las palabras y de los gestos en las relaciones internacionales.
Pero, todavía peor. Todo esto lo hacía, según acaba de confesar en público, para engañar al enemigo, con lo que lo que podría haber sido una estratagema —demasiado inconsistente e infantil— se ha convertido en perfidia diplomática autoproclamada.
Y si esto es cierto, ¿por qué hemos de callarlo? ¿Qué se gana con el silencio? ¿Por qué el pueblo no debe estar consciente de los pasos que se le exige dar y del voto que tiene que emitir?...
Yo no veo razón para ocultarle al país, al pueblo, a todos los peruanos, estos hechos, estas realidades:
No es cierto que el Perú ha obligado a Ecuador a negociar en el marco del Protocolo de Río. Es Ecuador el que ha acudido al Protocolo para utilizarlo en su nueva estrategia para llegar al Marañón.
Tampoco es verdad que el presidente Fujimori se ha aproximado al frente de guerra para impulsar el alto el fuego. La desesperada presencia del presidente Fujimori en las cercanías de las zonas de combate tiene intención electoral. Y los garantes no se chupan el dedo, no se dejan engañar. La embajadora norteamericana ante la OEA lo ha dicho claramente —y sus palabras no cambian porque las silencie la prensa amiga del régimen—; ha dicho la embajadora Harriet Babbit que la presencia de políticos en el teatro de operaciones enturbia la situación.
Tendrían que ser demasiado tontos los garantes para no apreciar que sólo puede tener sentido electoral el que el presidente del Perú tome el camino a Tiwinza, junto a destacamentos de ‘chacales’ y ‘depredadores’, justo inmediatamente después de firmar un acuerdo de paz por el que se compromete a retirar las tropas peruanas de las zonas de combate hasta el PV 1. El propósito de izar el pabellón nacional en Tiwinza, una especie de síndrome de Tiwinza, de obsesión enfermiza que nada bueno presagia sobre la salud mental del presidente-candidato, no tiene ninguna explicación militar ni diplomática. ¿Para qué el izamiento si, de inmediato, tiene que replegarse con sus tropas, en cumplimiento del acuerdo de paz que ha firmado, al puesto de vigilancia Nº 1? ¿Añadir más muertos a la larga lista de muertos y acrecentar por docenas el número de lisiados sólo para proclamarse vencedor, con su foto izando la bandera en Tiwinza, ante los ojos de los votantes peruanos, porque a ojos de los garantes la situación está ya vista? ¿Acaso, diplomáticamente, no sería mejor para el Perú cumplir con el acuerdo de paz y denunciar la niñería de los ecuatorianos de quedarse en Tiwinza esperando a los observadores, en lugar de retirarse a Coangos, como lo establece el acuerdo de Itamaraty?
Pero no. Esto no ha podido ser así, porque el presidente Fujimori mintió al país anunciando una victoria imaginada en Tiwinza y no quería que su mentira quedara al descubierto, como ha quedado, a pesar de los tayos con las que se la está vistiendo. Una victoria imaginada que, según se dice, ya tiene desfile triunfal organizado en Lima, para que el Jefe Supremo reciba el parte de guerra del general Hermoza, a quien, ese día, se le otorgaría el bastón de mariscal de la victoria.
Esta farsa, que sería un sainete sino fuera por la sangre de los muertos heridos inútiles con la que el coraje de nuestros soldados está regando los perdidos fangales de las selvas de la Cordillera del Cóndor, es el resultado trágico de una cadena de mentiras y engaños que comenzaron con un bacalao malogrado. Mentiras y engaños con los que el presidente Fujimori gobernó a sus anchas al país, gracias que la banca y los empresarios aplaudían-entusiastas sus mentiras y sus engaños —porque no les tocaban sus bolsillos— y gracias a que los medios de comunicación masiva se los ocultaba al pueblo. O se los doraba. Todo marchaba sobre carriles porque el Perú satisfecho estaba contento con el engaño y la mentira. Hoy el engaño y la mentira le han estallado en la cara al presidente Fujimori. La comunidad internacional no tiene razones para dejarse hipnotizar.
Valgan estas reflexiones un tanto duras, pero extraídas de hechos ciertos que no tienen por qué ser ocultados al pueblo, para que el gobierno entienda que ha de rectificar rumbos para que este conflicto bélico no concluya en un desastre nacional con desfile de la victoria y un mariscal con demasiados muertos inútiles a sus espaldas. La heroicidad de nuestros soldados no merece la ofensa de tan mentirosas pompas fúnebres. No transformemos la tragedia de los hogares enlutados en un sainete. Preocupémonos de ganar en las futuras negociaciones el terreno perdido en Itamaraty y ojalá se logre poner los hitos de la paz.
Valgan estas disquisiciones para esclarecer la posición de quienes nos negamos a someternos al chantaje patriotero que se está desatando en los medios de difusión del país próximos al régimen —o sea casi todos—para lograr una unidad nacional de robotes. Un chantaje dirigido a lograr que se callen las críticas al desastroso desempeño del jefe de Estado en la conducción de la guerra y, antes, en las tratativas ‘diplomáticas’ con Ecuador.
Una crítica que parte por dejar establecido que son delirantes las pretensiones amazónicas del Ecuador y que abundan los argumentos a favor del Perú para que la frontera todavía sin hitos quede demarcada por la Cordillera del Cóndor. Pero sin dejar de reconocer que la tesis ecuatoriana, aunque esquizofrénica, ha calado hondo en la prensa internacional y en muchas cancillerías. Hecho que no varía porque nosotros nos repitamos que la realidad es al revés. Engañándonos no servimos a la patria y no vamos a ganar la guerra. Mucho menos alcanzaremos una paz justa, que es la victoria verdadera.
Sobre estas bases claras, lúcidas, pasemos a analizar la actualidad. De inmediato nos damos con este cuadro: los soldados peruanos he hallan comprometidos en una guerra en la que están derrochando valor e intrepidez descomunales sin pedir nada y sin preguntar demasiado. Una guerra, en la que, muchos jóvenes, por desgracia, van cayendo muertos y muchos más están -quedando sin brazos, sin piernas, sin ojos. Nos hallamos ya ante una legión de lisiados, algunos de ellos niños de 16 y hasta 14 años, que muy, pronto veremos por las calles pidiendo limosna, porque así es de cruel la guerra. Lo pueden asegurar los combatientes del 41, hasta hace pocos meses en mendicantes correrías para que la presidencia no siguiera vetando —lo hizo dos veces— una ley que les otorgaba un mísero aumento en sus pensiones. No hay dinero en caja, era la razón inexpugnable para semejante conducta. Razón contra la que nadie protestaba, pues los lisiados de una guerra no son prioritarios en la fría economía de mercado. Y tampoco en las otras. A ninguna economía le preocupa los desechos humanos de un conflicto bélico. Su reposición no cuesta, corre a cargo del patriotismo de los jóvenes.
Y viendo esta tragedia, de dolorosa inmensidad, es imposible callar. Sería un crimen no decir que esta guerra nunca debió iniciarse, tanto por razones militares como por razones diplomáticas. Ha sido un absurdo aceptar combate en las faldas dé la Cordillera del Cóndor. Lo dicen los militares; pues, pasados varios días, descubren que nos hemos lanzado a la guerra sin apreciación del teatro de operaciones, sin evaluación de la capacidad del enemigo, sin estrategia ni planes tácticos. Descubren que hemos caído en un pantano, en una trampa. Mientras que los diplomáticos y el sentido común advierten que para llegar a mejor posición que la lograda en el acuerdo de paz de Itamaraty –lleno de imprecisiones desfavorables para el país– no hubiera sido necesario disparar un tiro ni que hubiera muertos y lisiados. Bastaba que el Perú, luego de apreciar las dificultades militares de la zona, se adelantara al Ecuador y denunciara ante los garantes la infiltración de su territorio. Hoy, muy otra sería nuestra situación en el terreno diplomático, porque se supone que, para tomar esa decisión, nuestra diplomacia hubiera estado muy alerta, previendo los pasos a darse para consolidar posiciones. De ningún modo estaríamos peor que con el acuerdo de Itamaraty y nadie habría sido muerto ni sido herido.
Ninguna de las consideraciones anteriores tomó en cuenta el gobierno para aceptar la confrontación bélica. Y, peor aún, el conflicto se ha gestado, en buena parte, por el abandono de los puestos de vigilancia en la zona de la infiltración y por la torpeza y la improvisación con las que las el jefe de Estado venía conduciendo, por su cuenta y riesgo, las tratativas diplomáticas con Ecuador. Comenzó a gestarse el conflicto con errores tan graves como el pacto de caballeros, que quedó silenciado y no se castigó, porque el ex presidente Belaúnde, por ese mal entendido patriotismo de no mostrar fisuras ante el enemigo, se levantó en el Parlamento y con emotivo discurso patriótico evitó que fuera censurado el ministro Torres y Torres Lara e impidió que la ciudadanía se enterara de la manera lamentable cómo se conducían nuestras relaciones exteriores. Torres y Torres Lara se había visto obligado a reconocer ante el Senado que tuvo a la mano mapas equivocados en sus acuerdos con el hábil ministro ecuatoriano Diego Cordovez. Acuerdos que significaron nuestra aceptación a la presencia militar ecuatoriana en territorio del Perú (los puestos Teniente Ortiz, Soldado Monge y Etza).
De haber conocido el país los entretelones del escandaloso acuerdo de caballeros, no se habría confiado demasiado a las habilidades diplomáticas del presidente Fujimori y hubiera estado más sensible a los disparates cometidos por él en sus abrazos y conversaciones inconsultas con los presidentes ecuatorianos; en su público reconocimiento de que existía un problema territorial entre el Perú y Ecuador; en su pedido de peritaje papal para resolver la controversia fronteriza. O sea una política errática, incoherente con la posición inquebrantable de Torre Tagle sobre el Protocolo de Río, ignorante de las tradiciones peruanas, desconocedora del valor de las palabras y de los gestos en las relaciones internacionales.
Pero, todavía peor. Todo esto lo hacía, según acaba de confesar en público, para engañar al enemigo, con lo que lo que podría haber sido una estratagema —demasiado inconsistente e infantil— se ha convertido en perfidia diplomática autoproclamada.
Y si esto es cierto, ¿por qué hemos de callarlo? ¿Qué se gana con el silencio? ¿Por qué el pueblo no debe estar consciente de los pasos que se le exige dar y del voto que tiene que emitir?...
Yo no veo razón para ocultarle al país, al pueblo, a todos los peruanos, estos hechos, estas realidades:
No es cierto que el Perú ha obligado a Ecuador a negociar en el marco del Protocolo de Río. Es Ecuador el que ha acudido al Protocolo para utilizarlo en su nueva estrategia para llegar al Marañón.
Tampoco es verdad que el presidente Fujimori se ha aproximado al frente de guerra para impulsar el alto el fuego. La desesperada presencia del presidente Fujimori en las cercanías de las zonas de combate tiene intención electoral. Y los garantes no se chupan el dedo, no se dejan engañar. La embajadora norteamericana ante la OEA lo ha dicho claramente —y sus palabras no cambian porque las silencie la prensa amiga del régimen—; ha dicho la embajadora Harriet Babbit que la presencia de políticos en el teatro de operaciones enturbia la situación.
Tendrían que ser demasiado tontos los garantes para no apreciar que sólo puede tener sentido electoral el que el presidente del Perú tome el camino a Tiwinza, junto a destacamentos de ‘chacales’ y ‘depredadores’, justo inmediatamente después de firmar un acuerdo de paz por el que se compromete a retirar las tropas peruanas de las zonas de combate hasta el PV 1. El propósito de izar el pabellón nacional en Tiwinza, una especie de síndrome de Tiwinza, de obsesión enfermiza que nada bueno presagia sobre la salud mental del presidente-candidato, no tiene ninguna explicación militar ni diplomática. ¿Para qué el izamiento si, de inmediato, tiene que replegarse con sus tropas, en cumplimiento del acuerdo de paz que ha firmado, al puesto de vigilancia Nº 1? ¿Añadir más muertos a la larga lista de muertos y acrecentar por docenas el número de lisiados sólo para proclamarse vencedor, con su foto izando la bandera en Tiwinza, ante los ojos de los votantes peruanos, porque a ojos de los garantes la situación está ya vista? ¿Acaso, diplomáticamente, no sería mejor para el Perú cumplir con el acuerdo de paz y denunciar la niñería de los ecuatorianos de quedarse en Tiwinza esperando a los observadores, en lugar de retirarse a Coangos, como lo establece el acuerdo de Itamaraty?
Pero no. Esto no ha podido ser así, porque el presidente Fujimori mintió al país anunciando una victoria imaginada en Tiwinza y no quería que su mentira quedara al descubierto, como ha quedado, a pesar de los tayos con las que se la está vistiendo. Una victoria imaginada que, según se dice, ya tiene desfile triunfal organizado en Lima, para que el Jefe Supremo reciba el parte de guerra del general Hermoza, a quien, ese día, se le otorgaría el bastón de mariscal de la victoria.
Esta farsa, que sería un sainete sino fuera por la sangre de los muertos heridos inútiles con la que el coraje de nuestros soldados está regando los perdidos fangales de las selvas de la Cordillera del Cóndor, es el resultado trágico de una cadena de mentiras y engaños que comenzaron con un bacalao malogrado. Mentiras y engaños con los que el presidente Fujimori gobernó a sus anchas al país, gracias que la banca y los empresarios aplaudían-entusiastas sus mentiras y sus engaños —porque no les tocaban sus bolsillos— y gracias a que los medios de comunicación masiva se los ocultaba al pueblo. O se los doraba. Todo marchaba sobre carriles porque el Perú satisfecho estaba contento con el engaño y la mentira. Hoy el engaño y la mentira le han estallado en la cara al presidente Fujimori. La comunidad internacional no tiene razones para dejarse hipnotizar.
Valgan estas reflexiones un tanto duras, pero extraídas de hechos ciertos que no tienen por qué ser ocultados al pueblo, para que el gobierno entienda que ha de rectificar rumbos para que este conflicto bélico no concluya en un desastre nacional con desfile de la victoria y un mariscal con demasiados muertos inútiles a sus espaldas. La heroicidad de nuestros soldados no merece la ofensa de tan mentirosas pompas fúnebres. No transformemos la tragedia de los hogares enlutados en un sainete. Preocupémonos de ganar en las futuras negociaciones el terreno perdido en Itamaraty y ojalá se logre poner los hitos de la paz.
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