Para ser jefe del Estado se requiere un mínimo de cualidades, como discreción, buenos modales, credibilidad, un nivel aceptable de cultura general, buen juicio, serenidad, etc. Claro está que, en un extremo, estas condiciones no bastan para ser estadista -para llegar a ello se requiere, además, talento- y, en el otro extremo, es evidente que no faltan las excepciones a esta regla entre los presidentes que actúan a nuestro alrededor. Sixto Durán-Bailén, por ejemplo, no es un modelo de serenidad. Sus rabietas ante las cámaras de la televisión peruana ridiculizaban la dignidad presidencial. Pero hay dos presidentes latinoamericanos -decía alguien en estos días- que sobrepasan cualquier comparación por su falta de compostura:
-Son Menem y Fujimori. Dos expresiones chicha de la presidencia, tanto por sus modales extravagantes como por sus desmedidos afanes protagónicos. Y, en el caso de Fujimori, por su enfermiza tendencia a la mentira.
Puede ser que peque de elitista esta descripción del paisaje presidencial latinoamericano, pero no deja de aproximarse a la realidad. Aunque ésta, quién sabe, sea peor en -el caso de nuestro presidente. Sus errores de estos días son más graves, de mucha mayor trascendencia, que la visión folclórica del comentario arriba mencionado.
Cuando, por su sobrio comportamiento en las recientes reuniones de Montevideo, se creyó que Fujimori había hecho olvidar el sainete de su paseo electoral por el ‘teatro de la guerra’, no pudo con su genio nuestro presidente y lanzó el mayor exabrupto del mes:
-El Perú está mejor armado que cualquier país de la región. Tenemos más tanques, más aviones supersónicos... Un armamento que estuvo preparado para hacerle la guerra a Chile.
Esto no lo decía un historiador acucioso, un periodista aventurado, un intelectual enemigo de la guerra. No. Son las palabras grabadas, con imagen y con sonrisa, del señor Fujimori ¡presidente del Perú! El hombre que, según el general Nicolás Hermoza, dirige la estrategia peruana de la guerra ¡y de la diplomacia!
En Santiago de Chile, con amable indulgencia, el Ministerio de Relaciones Exteriores sonrió y disculpó al mandatario peruano; el presidente Frei se satisfizo con las explicaciones, que tuvo que darle el embajador de Fujimori; y algunos políticos chilenos se encresparon y protestaron sin exageración. En Lima, el embajador de Chile visitó oficialmente, Torre Tagle, y declaró que su gobierno tomó nota de las declaraciones -”las registró”-, pero que las relaciones entre los dos países continuaban tan amistosas como antes. Toda una lección de refinamiento diplomático. En Ecuador, las declaraciones de Fujimori sirvieron para señalar que el Perú autoconfesaba su militarismo.
Pocas veces se habrá visto mayor desatino diplomático. ¡Hacer, semejante confesión pública justo cuando Chile se había convertido en el garante más enérgico para lograr la paz en la Cordillera del Cóndor! No sólo por su interés de confirmar la sacralidad de los tratados, sino porque la ola de la, crisis económica latinoamericana puede alcanzar a Chile y el conflicto Perú-Ecuador es un ingrediente que agudiza esa crisis, generada en México. En lugar, pues, de agradecer el gesto -aunque éste se haya producido por conveniencia-, Fujimori comete la torpeza de recordarle a Chile que está en la lista de los enemigos de nuestro Ejército. ¡Como si en Chile no lo supieran!
Una tontísima declaración que se unía a la deplorable imagen que acababa de exhibir el presidente Fujimori, apareciéndose con un grupo de periodistas y un contingente militar entre los barrizales cercanos a la zona de conflicto. Una actitud bélica que se iniciaba justo, justo, a las pocas horas de haber firmado el Perú el acuerdo de paz de Itamaraty, en el que nuestro país se comprometía a retirar sus tropas al puesto de vigilancia Nº 1. Una grotesca payasada electoral que tuvo que ser calificada de provocación por los garantes y que causó indisimulado enojo en Washington. ¡Mayores desaciertos diplomáticos, imposible! Todos de campeonato... Desaciertos, de los que nada bueno cosechará el Perú en sus relaciones exteriores, cometidos por el presidente Fujimori por su falta de preparación para el cargo y por tener la mente puesta en su reelección y no en los intereses permanentes del país. Error grave qué un presidente no puede ni debe cometer, ni siquiera cuando se es candidato. Error en el que un estadista y hasta un jefe de Estado con cualidades mínimas jamás caería.
Pero como los errores siempre atraen más errores no podía faltar un error por encono personal, por pequeña venganza. Es así como nos damos ‘‘con la delirante denuncia por traición “a la patria contra Mario, y Álvaro Vargas Llosa, por los juicios expresados en sus escritos sobre el conflicto. ¿Traición a la patria por opinar, no importa si equivocada o -acertadamente? ¿En qué siglo vivimos?... Y ahora nos hallamos ante el resultado de tan torpe acusación: un gigantesco escándalo en la prensa internacional, el cual ningún bien hace al Perú, pues se pone en evidencia la escasa libertad de expresión que existe en el país.
Sí, es cierto que la semana pasada recibí una llamada telefónica de un ‘amigo’ -se hizo llamar Luis Rodríguez-para insinuarme amistosamente que me presentara a Seguridad del Estado a declarar en favor de los señores Mario y Álvaro. Vargas Llosa:
-Eres el único que ha dado muestras de amistad con ellos y es bueno que alguien deponga a su favor en el expediente que se les está armando en Seguridad del Estado. Corren grave riesgo. Se les investiga...
-¿Qué se le puede investigar a gente tan conocida y que nada calla?...
Y siguió una charla que quienes estamos ya, viejos en este oficio sabemos interpretar rápidamente. Es la manera sibilina de amedrentar que emplean los servicios de inteligencia. Fue así como me he enterado que en el Perú de hoy está en funciones, como en los viejos tiempos dictatoriales, la Seguridad del Estado; y que ésta puede involucrarme en el expediente de los Vargas Llosa. ¿Es esto democracia?...
-Son Menem y Fujimori. Dos expresiones chicha de la presidencia, tanto por sus modales extravagantes como por sus desmedidos afanes protagónicos. Y, en el caso de Fujimori, por su enfermiza tendencia a la mentira.
Puede ser que peque de elitista esta descripción del paisaje presidencial latinoamericano, pero no deja de aproximarse a la realidad. Aunque ésta, quién sabe, sea peor en -el caso de nuestro presidente. Sus errores de estos días son más graves, de mucha mayor trascendencia, que la visión folclórica del comentario arriba mencionado.
Cuando, por su sobrio comportamiento en las recientes reuniones de Montevideo, se creyó que Fujimori había hecho olvidar el sainete de su paseo electoral por el ‘teatro de la guerra’, no pudo con su genio nuestro presidente y lanzó el mayor exabrupto del mes:
-El Perú está mejor armado que cualquier país de la región. Tenemos más tanques, más aviones supersónicos... Un armamento que estuvo preparado para hacerle la guerra a Chile.
Esto no lo decía un historiador acucioso, un periodista aventurado, un intelectual enemigo de la guerra. No. Son las palabras grabadas, con imagen y con sonrisa, del señor Fujimori ¡presidente del Perú! El hombre que, según el general Nicolás Hermoza, dirige la estrategia peruana de la guerra ¡y de la diplomacia!
En Santiago de Chile, con amable indulgencia, el Ministerio de Relaciones Exteriores sonrió y disculpó al mandatario peruano; el presidente Frei se satisfizo con las explicaciones, que tuvo que darle el embajador de Fujimori; y algunos políticos chilenos se encresparon y protestaron sin exageración. En Lima, el embajador de Chile visitó oficialmente, Torre Tagle, y declaró que su gobierno tomó nota de las declaraciones -”las registró”-, pero que las relaciones entre los dos países continuaban tan amistosas como antes. Toda una lección de refinamiento diplomático. En Ecuador, las declaraciones de Fujimori sirvieron para señalar que el Perú autoconfesaba su militarismo.
Pocas veces se habrá visto mayor desatino diplomático. ¡Hacer, semejante confesión pública justo cuando Chile se había convertido en el garante más enérgico para lograr la paz en la Cordillera del Cóndor! No sólo por su interés de confirmar la sacralidad de los tratados, sino porque la ola de la, crisis económica latinoamericana puede alcanzar a Chile y el conflicto Perú-Ecuador es un ingrediente que agudiza esa crisis, generada en México. En lugar, pues, de agradecer el gesto -aunque éste se haya producido por conveniencia-, Fujimori comete la torpeza de recordarle a Chile que está en la lista de los enemigos de nuestro Ejército. ¡Como si en Chile no lo supieran!
Una tontísima declaración que se unía a la deplorable imagen que acababa de exhibir el presidente Fujimori, apareciéndose con un grupo de periodistas y un contingente militar entre los barrizales cercanos a la zona de conflicto. Una actitud bélica que se iniciaba justo, justo, a las pocas horas de haber firmado el Perú el acuerdo de paz de Itamaraty, en el que nuestro país se comprometía a retirar sus tropas al puesto de vigilancia Nº 1. Una grotesca payasada electoral que tuvo que ser calificada de provocación por los garantes y que causó indisimulado enojo en Washington. ¡Mayores desaciertos diplomáticos, imposible! Todos de campeonato... Desaciertos, de los que nada bueno cosechará el Perú en sus relaciones exteriores, cometidos por el presidente Fujimori por su falta de preparación para el cargo y por tener la mente puesta en su reelección y no en los intereses permanentes del país. Error grave qué un presidente no puede ni debe cometer, ni siquiera cuando se es candidato. Error en el que un estadista y hasta un jefe de Estado con cualidades mínimas jamás caería.
Pero como los errores siempre atraen más errores no podía faltar un error por encono personal, por pequeña venganza. Es así como nos damos ‘‘con la delirante denuncia por traición “a la patria contra Mario, y Álvaro Vargas Llosa, por los juicios expresados en sus escritos sobre el conflicto. ¿Traición a la patria por opinar, no importa si equivocada o -acertadamente? ¿En qué siglo vivimos?... Y ahora nos hallamos ante el resultado de tan torpe acusación: un gigantesco escándalo en la prensa internacional, el cual ningún bien hace al Perú, pues se pone en evidencia la escasa libertad de expresión que existe en el país.
Sí, es cierto que la semana pasada recibí una llamada telefónica de un ‘amigo’ -se hizo llamar Luis Rodríguez-para insinuarme amistosamente que me presentara a Seguridad del Estado a declarar en favor de los señores Mario y Álvaro. Vargas Llosa:
-Eres el único que ha dado muestras de amistad con ellos y es bueno que alguien deponga a su favor en el expediente que se les está armando en Seguridad del Estado. Corren grave riesgo. Se les investiga...
-¿Qué se le puede investigar a gente tan conocida y que nada calla?...
Y siguió una charla que quienes estamos ya, viejos en este oficio sabemos interpretar rápidamente. Es la manera sibilina de amedrentar que emplean los servicios de inteligencia. Fue así como me he enterado que en el Perú de hoy está en funciones, como en los viejos tiempos dictatoriales, la Seguridad del Estado; y que ésta puede involucrarme en el expediente de los Vargas Llosa. ¿Es esto democracia?...
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